Capítulo 43: El Fuego de la Despedida

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La mansión Salvatore seguía envuelta en un manto de tristeza. Afuera, la lluvia comenzaba a menguar, pero el aire aún se sentía cargado de dolor. En una de las habitaciones de la mansión, Nikole estaba sentada junto a Axel y Kul, curando sus heridas con manos temblorosas. Axel, aunque su curación sobrenatural había comenzado, aún mostraba los rastros de la batalla: cortes profundos y marcas visibles de la transformación que lo habían dejado agotado tanto física como emocionalmente.

Nikole humedeció un paño en agua tibia y lo pasó suavemente por los brazos y el rostro de Axel. Sus movimientos eran lentos y cuidadosos, tratando de calmar no solo el dolor físico de Axel, sino también el peso de su alma.

—Esto no es el fin, Axel —dijo en voz baja, sin mirarlo directamente—. Pasaremos por esto. Vendrán tiempos mejores, lo prometo.

Axel la miraba en silencio, con los ojos llenos de tristeza. Quería creer en sus palabras, pero la reciente batalla y las pérdidas seguían pesando sobre su mente. Las ninfas caídas, su hermano herido, la muerte del animal espiritual de Nathaniel... todo eso lo atormentaba. Sin embargo, la presencia de Nikole, su toque, su voz, eran un pequeño consuelo en medio de tanta oscuridad.

Kul, el lobo blanco, yacía a su lado, sus heridas comenzaban a cerrarse lentamente. Nikole no había olvidado a la leal criatura y mientras curaba a Axel, de vez en cuando se inclinaba para acariciar suavemente el pelaje de Kul, en un intento por tranquilizarlo también.

—Vendrán tiempos mejores —repitió Nikole, esta vez con más firmeza—. Esto no puede ser el final. Hay algo más allá del dolor, lo sé.

En el gran salón, las ninfas sobrevivientes observaban en silencio. Apenas quedaban quince de ellas. Habían logrado sobrevivir, pero a un gran costo. El dolor y la pérdida se reflejaban en sus rostros mientras observaban a Jacob, quien supervisaba a las ninfas heridas.

A lo lejos, todos vieron a Nathaniel salir lentamente al jardín trasero, cargando el cuerpo sin vida de su fiel vampiro, su animal espiritual. Caminaba con la cabeza gacha, sosteniéndolo con reverencia y profundo pesar. Nadie se atrevió a detenerlo. Sabían que Nathaniel necesitaba este momento a solas para despedirse de su compañero.

Jacob observó la escena y luego miró a las ninfas. —Dejen que lo haga solo —susurró con solemnidad—. Es su manera de honrar lo que ha perdido.

Nathaniel colocó el cuerpo del vampiro sobre un altar improvisado con ramas y piedras del jardín, que había construido en la soledad de su dolor. La lluvia había dejado el suelo húmedo y resbaladizo, pero eso no detuvo a Nathaniel. Sus ojos estaban fijos en el cuerpo de su leal compañero. Encendió una antorcha que Jacob había preparado previamente y la llevó al altar.

Las llamas comenzaron a elevarse lentamente, consumiendo el cuerpo del vampiro mientras crepitaban en la oscuridad. El fuego iluminaba el rostro de Nathaniel, bañándolo en un resplandor cálido, mientras las lágrimas silenciosas comenzaban a recorrer sus mejillas. A pesar de su poder, a pesar de su naturaleza inmortal, en ese momento Nathaniel se sentía impotente ante la pérdida de alguien tan importante para él.

—Gracias... —susurró con la voz rota—. Gracias por protegerme, por ser mi compañero y mi guardián. Te juro... que vengaré tu muerte. Que haré pagar a quienes te quitaron de mi lado.

El fuego ardía, consumiendo el cuerpo del vampiro, y con él, el peso del luto que oprimía el pecho de Nathaniel. Se arrodilló ante el altar, dejando que las lágrimas fluyeran libremente, incapaz de contener el dolor.

Dentro de la mansión, Axel sentía el peso de todo lo ocurrido. Dejó caer la cabeza sobre las rodillas de Nikole, finalmente permitiéndose sentir la seguridad que ella le ofrecía. Kul, siempre fiel, levantó la cabeza, observando en silencio.

—Te tengo —susurró Nikole, con la voz temblorosa—. No estás solo, Axel. No importa lo que venga, no importa lo difícil que sea. Estoy aquí. Siempre estaré contigo.

Axel cerró los ojos, dejándose llevar por las palabras de Nikole, permitiéndose descansar, al menos por ese breve momento. A pesar de la oscuridad que los rodeaba, del dolor que sentían, Axel encontró en los brazos de Nikole el consuelo que tanto necesitaba.

Mientras tanto, las llamas en el jardín seguían ardiendo, iluminando la noche y marcando el final de una era para Nathaniel y su fiel compañero.

Sangre de Demonio: El Legado de los SalvatoreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora