Capítulo 60: Hermanos en Guerra

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El aire frío de la mañana invadía los jardines de la mansión Salvatore. Nathaniel se encontraba afuera, entrenando en silencio con una espada larga, moviéndola con precisión y fuerza. Cada movimiento era controlado, cada golpe una manifestación de su furia interna. Desde su regreso, todo lo que sentía era rabia acumulada: la pérdida de su fiel compañero vampiro, la muerte de Anna, y la situación con Axel y Charlotte que se le escapaba de las manos.

Jacob observaba a la distancia, como lo hacía siempre, pero esta vez con preocupación. Sabía que Nathaniel estaba al límite. Decidió acercarse lentamente, sus pasos resonando en el frío suelo, hasta que se detuvo a unos metros de su amo.

—Amo Nathaniel, —comenzó Jacob con una voz calmada, buscando no provocar más tensión—. Creo que esta vez exageraste con lo que le dijiste a Axel y a Charlotte. Sé que lo haces por protegerlos, pero recuerda que ellos son libres de elegir su propio camino. No puedes imponerles todo el peso de esta guerra. Si sigues empujándolos, podrías hacer que se vuelvan en tu contra, y entonces... será el fin.

Nathaniel, aún con la espada en alto, detuvo su entrenamiento. El sudor le caía por la frente mientras apretaba los dientes. Sin voltear a mirar a Jacob, susurró con una furia contenida.

—Tú cállate, Jacob. Tú no eres mi padre —espetó con dureza—. No puedes darme órdenes ni decirme cómo manejar a mi familia.

Jacob permaneció en silencio por un segundo, sorprendido por el veneno en las palabras de Nathaniel, pero antes de que pudiera responder, una voz firme los interrumpió.

—Tal vez no sea nuestro padre, —dijo Axel, que había estado observando desde la entrada de la mansión—, pero Jacob nos ha ayudado desde que llegué aquí. Nos ha cuidado y protegido como si fuéramos sus propios hijos. Lo que acabas de decirle es injusto, Nathaniel.

Axel caminaba hacia ellos, con el ceño fruncido y la tensión palpable en el ambiente. Nathaniel, al ver a su hermano menor, sintió cómo la ira volvía a invadirlo.

—¿Injusto? —Nathaniel soltó una risa amarga, finalmente bajando la espada—. ¡Injusto es que estés tan ciego, Axel! No entiendes lo que está en juego. ¡No tienes ni idea de la magnitud de lo que enfrentamos!

—¡Lo entiendo perfectamente! —respondió Axel, con su voz elevándose—. Pero eso no te da el derecho de tratarnos así. Charlotte quiere irse porque no puede soportar esta vida, y tú... ¡tú solo la estás empujando a que lo haga!

Nathaniel dio un paso hacia él, su rostro se contrajo en una mezcla de furia y desesperación. —¡Esa cobarde siempre ha huido cuando las cosas se ponen difíciles! —gritó—. ¡Y tú no eres diferente, Axel! Sigues aferrado a esa vida humana, a Nikole, a tus amigos. No entiendes que esto es más grande que tú, que ellos... ¡Los pondrás en peligro si sigues actuando como un niño ingenuo!

Axel sintió cómo su sangre hervía con cada palabra. Se acercó más a Nathaniel, con los puños cerrados, sus ojos encendidos de furia.

—No me hables de cobardía, Nathaniel. ¡Tú también te fuiste! ¡Nos dejaste cuando te necesitábamos! —Axel apretó los dientes, sintiendo cómo la ira lo consumía—. No me hables de proteger a los demás cuando ni siquiera fuiste capaz de quedarte para enfrentar esto con nosotros. No eres mejor que Charlotte.

Fue en ese momento que Nathaniel, cegado por la furia, soltó un puñetazo que impactó directamente en la mandíbula de Axel. El golpe fue brutal, haciendo que Axel retrocediera, pero apenas tuvo tiempo de procesarlo cuando su propia furia estalló.

Sin pensarlo dos veces, Axel se lanzó contra Nathaniel, devolviendo el golpe con todas sus fuerzas. Los dos hermanos comenzaron una pelea física descontrolada. Nathaniel intentaba golpear a Axel con todo su poder, mientras Axel, impulsado por la rabia y el dolor acumulado, le devolvía cada golpe.

—¡No tienes idea de lo que he pasado, Axel! —gritó Nathaniel entre golpes—. ¡He perdido todo! ¡A mi compañero, a Anna! ¡Y ahora te estás arriesgando a perderlo todo también!

—¡No me digas cómo vivir mi vida! —gritó Axel, bloqueando un golpe y devolviéndolo con más fuerza—. ¡Yo haré lo que crea necesario para proteger a quienes amo!

La pelea se intensificaba. Ambos se movían con una velocidad y fuerza sobrenaturales. Los golpes resonaban en el aire, y en medio de la batalla, Nathaniel soltó algo que cortó profundamente a Axel.

—Eres débil, Axel. Siempre lo has sido. Siempre serás el pequeño que no puede manejar la verdad de lo que somos.

Ese comentario fue suficiente para desatar lo peor de Axel. Con una fuerza que ni él sabía que tenía, lo derribó al suelo y, con un último golpe certero, noqueó a Nathaniel. Su hermano mayor cayó, inconsciente, con la espada aún en su mano.

Axel, respirando pesadamente, miró a su hermano en el suelo.
Una parte de él se sintió culpable por haber llegado tan lejos, pero otra parte estaba cansada de ser tratado como alguien que no entendía lo que estaba en juego.
Mientras recuperaba el aliento, se dio cuenta de que las cosas entre ellos nunca volverían a ser iguales.

Jacob, que había sido testigo de toda la pelea, se acercó lentamente, con una mezcla de preocupación y resignación en su rostro.

—Amo Axel... - comenzó, pero
—Axel levantó una mano, indicándole que no continuara.

—No... no digas nada, Jacob —dijo Axel, todavía recuperándose-.
Esto... esto era inevitable.

Mientras Axel miraba a su hermano caído, sintió el peso de lo que acababa de suceder. No solo había peleado contra Nathaniel;
había roto algo más profundo, algo que tal vez nunca podría arreglarse.

Sangre de Demonio: El Legado de los SalvatoreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora