Especial: Ricitos de oro.

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Agosto, 1977. Columbus, condado de Bartholomew, Indiana. 

Jimin volteó hacia su hermana mayor, negando con la cabeza. El jardín de niños había sido muy fácil porque sólo jugó con su plastilina y leyó cuentos, pero la escuela era para niños grandes, él no era un niño grande.

—¿Podemos volver a casa? —la tomó de la mano.

Deseaba que Rosé le dijera que sí como casi siempre lo hacía. Incluso intentó lo de "poner ojos tiernos". 

—Pero apenas es tu primer día —le dijo ella.

—Sí, pero...

—¿Estás nervioso?

Jimin sólo asintió.

—No tienes que estar nervioso —se puso de cuclillas y con sus manos sobre los hombros de su hermano menor, le dijo en una voz cálida: — Eres muy inteligente, eres gentil, y definitivamente eres el niño más dulce que hay en el planeta.

—¿Y si no les agrado a los demás niños? —preguntó en un susurro.

—¡Chae, se nos hace tarde! —Le gritó Chanyeol desde el auto.

Rosé no le prestó atención, sólo le acomodó las gafas a Jimin y le sonrió.

—Les agradarás, y si no lo haces, definitivamente ellos tienen un gran problema. Entra ahí, y demuestra el niño inteligente que eres, ¿Bien?

—Bien —asintió.

—Ven aquí, dame un abrazo —extendió sus brazos y Jimin la abrazó por el cuello—. Te quiero.

—Yo también —respondió él.

Cuando Rosé se soltó por completo de él, Jimin sabía que era hora de entrar y buscar a su maestra, la señorita Margaret Swift. Así que, para no llorar frente a su hermana, le dio la espalda y se armó de valor para avanzar a las instalaciones de la primaria. 

Encontró rápidamente a la señorita Swift, era alta con apariencia de atleta como las que salían en los juegos olímpicos que veía Chanyeol por televisión, vestía pantalones largos negros y una camisa con bordados de flores, su cabello era afro y tenía lentes como él, pero los suyos eran de marco cuadrado. 

—Tu debes ser Jimin —ella incluso se agachó a su altura—. Yo le di clases a tus hermanos, a tu hermano Alexander y a tu hermana Olivia. ¿Tu también quieres que te llame por tu nombre extranjero o...?

—Sólo tengo un nombre —respondió Jimin y se acomodó sus anteojos por el puente de su nariz—. Jimin es un nombre coreano. Pero creo que es muy fácil de pronunciar y por eso sólo tengo uno. 

Una ligera sonrisa de ternura extendió los labios de Margaret. 

—Bien, Jimin, ¿y te gusta tu nombre? 

—¿A usted le gusta el suyo?

—Me gusta porque es elegante —asintió. 

—Oh... 

—¿Y a ti? 

—Me gusta... eso creo. Me gusta más cuando me llaman Minie —explicó—, mis hermanos me dicen Minie. Pero, por lo que tengo entendido, los profesores no pueden llamar por apodos a los alumnos, es contra las reglas. 

—¿Te leíste el reglamento? 

Jimin desvió la mirada a su manos tomadas. 

—No puedo llamarte así, pero déjame decirte que "Minie" es un apodo muy lindo —le dijo la maestra. 

Jimin alzó una de sus comisuras. 

—¿Qué te parece si entramos al salón? Ya casi es hora de clases. 

Stand by MeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora