Capítulo 29

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1958. Massachusetts.

Freya bajó el libro, topandose con un hombre que acomodó la bandeja de comida sobre su mesa.

—Hola, es un gusto —se presentó el hombre con un extraño acento. Por su apariencia era claro que venía de Asia.

Era un hombre guapo y muy alto, pero Freya tenía cosas mucho más importantes que ver a los hombres guapos.

Utilizó su recurso base, y señaló su oreja para después negar con la cabeza. Luego, utilizó el lenguaje de señas que había aprendido en su curso de la universidad para comunicarle (mentirle) al hombre sobre su sordera.

"Lo siento mucho, intentaré comunicarme de esta manera contigo, entonces" Le dijo el hombre en el lenguaje de señas.

La sonrisa de Freya decayó un poco.

"Podemos fingir que eres sorda, o puedes rechazarme directamente si así lo quieres. Sólo quería presentarme" . El tal Jong terminó de mover sus manos y le sonrió de labios a la chica.

Entonces Freya terminó riéndose.

—Eres el primer hombre que no cae en esto. Demonios —le dijo ella con diversión.

—Mi antiguo jefe era sordo, me enseñó a hablar el lenguaje de señas, aprendo rápido —le informó—. Entonces, linda señorita, ¿va a rechazarme o va a dejar que me siente aquí y hable con usted?

Jeong parecía alguien agradable. Demasiado alto, demasiado grande y hombros anchos, el cabello de color azabache y un rostro bello. Su piel estaba bronceada por el trabajo seguramente, y lucía impecable en su uniforme de camarero.

—¿No se supone que deberías estar trabajando?

—Mi turno terminó hace veinte minutos —le dijo—, sólo esperé un momento para servirle una orden especial de sandwich y jugo de manzana a una bonita señorita.

De nuevo, ella rió.

—Oh, ¿debería sentirme halagada?

—Yo sería el que se sienta halagado si me deja sentarme aquí y charlar con usted un momento.

Ella lo miró de arriba a abajo, y se preguntó: ¿por qué no?

 Terminó asintiendo con la cabeza hacia Jeong y el hombre ni siquiera lo pensó antes de sentarse frente a ella.

—Soy Freya Lindberg —extendió su mano para saludar al hombre.

—Yo soy Park Jeong, o como es en occidente, Jong Park —aceptó el saludo.

—Bien, Jeong, ¿de dónde eres? —Le preguntó Freya, alejando su mano y acomodando su libro y platos a un lado.

—Vengo que Corea, más en específico, del Norte.

—¿Vienes de la guerra? —Frunció el ceño.

—Aparentemente —asintió—. Ayudé a los estadounidenses, conseguí mi pase de venida a Estados Unidos, y hola, estoy aquí desde hace cinco años. ¿Qué hay de usted?

—Universidad —dijo algo apenada de que su istoria no fuera tan remotamente importante como la de él—. Vine a estudiar fotografía.

—¿Eres una artista?

Ella se encogió de hombros.

—No, aún. Por el momento sólo quiero disfrutar del estudiar antes de hacerme más adulta y tener que formar una familia o algo así.

—No suenas animada.

—Cuando eres mujer, querido Jeong, los hombres no te rodean una vez cumples más de los veintinueve años. A los treinta las chicas están casadas y con hijos, y prácticamente con las vidas resueltas —bufó.

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