Capítulo 56.- La joya quebrada

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Isabella



     —Es correcto afirmar que esto fue una colaboración —anunció el conde desde el pórtico de la iglesia—. Debe mencionarse como un esfuerzo conjunto.

     El sonido de sus botas llenó la basílica mientras avanzaba hacia el estrado, cada paso suyo impregnado de arrogancia. Permanecí de pie en el centro del pasillo, observándolo, aguardando su llegada. En su trayecto, lo vi intercambiar saludos con Ottavio y otros caballeros de su círculo cercano.

     Finalmente, después del largo recorrido desde el pórtico, César se plantó frente a mí. A diferencia de su actitud previa, sus palabras parecieron dulces y corteses.

     —Hermosa Isabella —me saludó—. Ha pasado mucho tiempo.

     Con elegancia, se arrodilló ante mí y se inclinó en señal de respeto. Le devolví la reverencia, extendiéndole la mano como dictaba la etiqueta. Él la tomó, pero en lugar de un beso respetuoso, dejó un contacto fuerte y forzado en el dorso de mi mano, un gesto que parecía ridiculizar la cortesía que nos veíamos obligados a fingir.

     —Aún luce hermosa —me elogió, pero sus palabras eran frías a mis oídos—. Hoy sigue siendo digna de su título como la mujer más bella de San Carlo.

     Con la misma gracia con la que se arrodilló, se puso de pie y, desafiando toda norma social, se inclinó hacia mí, acercando su rostro tanto que sentí el calor de su aliento. Mis músculos se tensaron, pero intenté mantener la compostura mientras él susurraba con suavidad y desdén, fingiendo que sus palabras eran solo para mí.

     —Tu belleza es tu fortaleza, Isabella. Pero, si permites que otros te influyan, te conviertes en una sombra de ti misma —me dijo.

     Abrí los ojos, incrédula, y le lancé una mirada cargada de furia. ¿Cómo se atrevía? César esbozó una sonrisa sarcástica, como si disfrutara viéndome en esa posición.

     —¿Insinúas que alguien me manipuló? —pregunté, incapaz de contener la rabia que vibraba en mi voz. Las palabras de César tocaban justo en el centro de mi frustración: el hecho de que Ariadne me estaba arrebatando el lugar que me correspondía. Yo era la más estimada de mi familia después de mi padre, el cardenal, y ahora todos me ignoraban para hablar de ella.

     —¿Y no es así? —respondió César con una sonrisa cínica, sus ojos brillando con un retorcido placer. Disfrutaba con descaro de cada instante, como si supiera exactamente cómo hacer que me retorciera bajo su mirada.

     Respiré hondo y me acerqué, bajando la voz para dejar claro que no permitiría que me degradara.

     —No soy del tipo que dejaría que su media hermana la manipulase —respondí con firmeza, mis palabras llenas de desdén.

     Me había preparado demasiado para este momento como para dejar que la sombra de Ariadne lo arruinara.

      Pero César se limitó a reír entre dientes, cada movimiento suyo una provocación.

     —Nunca mencioné a nadie en particular, pero veo que entiendes perfectamente —dijo con tono mordaz—. Dios mío, además de bella, eres muy inteligente.

     Cada una de sus palabras me recordaba que, por mucho que me esforzara, mis logros parecían destinados a ser percibidos como un acto de despecho, una maniobra para recuperar el lugar que Ariadne me había arrebatado. No pude responder, porque cualquier palabra le daría más material para retorcer a su favor.

     César levantó las manos con exageración y se dirigió a los presentes.

     —¡La señorita de Mare es realmente brillante!

     Ottavio y otros jóvenes se sumaron a sus burlas, lo cual me llenó de vergüenza. Sentí cómo mi rostro se ruborizaba por la falta de respeto de César. Me había humillado.

     Vi a Julia de Baldessar susurrando algo a la persona junto a ella, ambas riendo entre sí. No escuché nada, pero estaba segura de que se burlaban de mí. Camellia, en cambio, evitó reír abiertamente como Julia, bajando el rostro y tratando de contener su risa.

     Mi madre, desesperada, intentó intervenir, pero César la interrumpió antes de que pudiera decir algo.

     —Escuché que hoy habría buena música y vine a comprobarlo, pero acabé viendo algo completamente inesperado. Creo que ya he visto suficiente; no hay razón para quedarnos más. Vámonos, muchachos.

     César se inclinó ante mi madre, y con un ademán final, se dio la vuelta y salió, seguido por sus amigos, incluido Ottavio. Tras ellos, las demás damas empezaron a retirarse una a una; primero Camellia, luego Julia, y las demás tras ellas, sin molestarse en despedirse.

     Cuando la puerta se cerró tras ellos, sentí una mezcla de rabia y vergüenza arder en mi interior. Solo quedaban en la sala los músicos, algunos sacerdotes y monjas, todos bajo la autoridad de mi padre.

     Tragué saliva, intentando sofocar la ira que hervía dentro de mí, mientras mis ojos se posaban en la salida por donde César acababa de irse.

Si prefieres escuchar este capítulo, ¡tenemos una versión en audio disponible!

https://youtube.com/@librosdemilibrero?si=-gm6PjX_9xRVgfr1

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¡Nota!

Esta novela es una adaptación realizada por mí, una fan, para compartirla con otros seguidores que deseen leerla en español. Dado que no está fácilmente disponible en nuestro idioma, o a veces no se entienden ciertas partes, me tomé la libertad de traducirla y adaptarla para todos nosotros.

No persigo fines de lucro; simplemente quiero rendir homenaje a la obra original, y disfrutarla junto a ustedes.

Pd. Trataré de actualizar todos los días😅🤭

En Esta Reencarnación Yo Seré La Emperatriz,  Hermana MíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora