¿Un trato o una promesa?

32 1 0
                                    

Laura

Mi madre se ha compadecido de mí; deja que los empleados me traigan comida. Pero no me permite salir; tiene la puerta de mi cuarto cerrada con llave.

Estoy mirando por la ventana, salgo al balcón y veo el auto de mi hermano Dante estacionarse en la entrada.

Mi corazón salta de felicidad porque sé que él puede ayudarme.

—¡Dante, hermano! —le grito, pero mi habitación está en el segundo piso y no me escucha.

Veo como mi hermano entra a la casa, corro adentro de mi habitación hasta llegar a la puerta e intento abrirla, pero está cerrada. Comienzo a golpear la puerta.

—¡Alguien, por favor, abra la puerta! —Vuelvo a gritar con la esperanza de que mi hermano me escuche, pero no es así. Nadie atiende a mi llamado.

Comienzo a llorar de rabia y de frustración; en mi familia todos son unos monstruos. Me voy de nuevo hacia el balcón, esperando a que mi hermano salga.

Pasan los minutos y no veo a mi hermano salir; eso me da un mal presentimiento. No sé cuánto tiempo pasa, pero creo que es como una hora. Veo a mi hermano salir por la puerta.

—¡Dante! —Le grito con todas mis fuerzas, pero es en vano.

Veo cómo se marcha en su auto. Vuelvo a entrar a la habitación y me acurruco en la cama.

No sé en qué momento me quedé dormida. Despierto y es muy noche; decido levantarme y ponerme mi ropa de dormir. Cuando estoy lista regreso a la cama, veo que a un lado está la charola con la comida aún tibia.

Decido comer la paella clásica que está en mi plato. Le doy la primera cucharada y me encanta ese platillo. Lo devoro todo y me quedo pensando en qué puedo hacer.

Tomo mi teléfono y marco el número de Francisco. Sé que es tarde, pero necesito escuchar su voz. Se escucha el sonido de la llamada entrante.

—Hola. —Escucho su voz tan varonil. Esa voz que me encanta.

—Hola, Francisco —le digo muy amable y contenta.

—Qué gusto escuchar tu voz, mi Lau. Dime, ¿cómo estás? ¿Qué ha pasado? —me pregunta muy amablemente.

—Estoy bien, mi madre me ha mantenido encerrada todo este tiempo y no sé qué vaya a pasar conmigo; lo más seguro es echarme o meterme en un convento, para ellos soy la deshonra de la familia —le cuento con lágrimas en los ojos.

—No te preocupes, si ellos te echan a la calle o pasa otra cosa, yo iré por ti. ¿Quieres vivir conmigo? —me propone en un tono muy amable. Pero esas últimas paleras me dejan en shock.

—Estás seguro, Francisco, sabes quién soy y de qué familia provengo; no creo que a Anabela le agrade que la hermana del hombre que la dañó esté cerca de su hermano —le digo en un tono triste.

—Ella entenderá y, además, tú eres otra víctima. Entonces, ¿qué me dices, sí o no? —me preguntó nuevamente.

—Te lo diré cuando nos volvamos a ver —le digo, feliz de saber que tengo un lugar a donde ir.

—Bien, tengo que colgar, estoy arreglando unos asuntos; hablamos después —me dice y escucho como un pequeño beso.

—Sí, claro, hablamos después —acepto y quito el teléfono de mi oído y termino la llamada.

Me acurruco en la cama y me duermo con una enorme sonrisa en mi rostro de tan solo pensar en Francisco.

Despierto por un ruido, abro mis ojos y veo la luz entrar por la ventana. Veo mi teléfono: son las diez de la mañana. He dormido mucho, pero también, ¿qué más hago si todo el día estoy encerrada aquí?

Eres mi venganza y mi perdición Donde viven las historias. Descúbrelo ahora