Atraparte

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Dante

Después de meses buscando a esa mujer, por fin sé exactamente en qué parte de Rusia está.

Sin perder tanto el tiempo, me voy en el jet y me llevo a Silvana. No voy a dejar a esa perra para que escape.

—Estás lista para conocer Rusia —le digo a Silvana que va sentada en uno de los asientos amarrada a él.

—¿Y por qué tengo que venir yo? —me preguntó molesta.

—Porque necesito tener a las dos perras juntas para vengarme de las dos por la muerte de mi hijo —le explico molesto, solo sé recordarlo.

No me contesta; nos vamos en silencio todo el viaje. El jet aterriza en Rusia, salgo por la puerta y respiro el aire frío de ese lugar.

Espero que Ava no logre nada con su nuevo hombre que busca, porque si no, eso va a hacer un gran problema.

Bajo las escaleras, y uno de mis guardaespaldas, baja a Silvana en su hombro.

—Bájame, hijo de perra —escucho como me insulta y cómo le golpea la espalda. La sube a la cajuela del auto y yo subo al auto.

Mi guardaespaldas sube al quitado también y el auto comienza a moverse. Llegamos a una casa que compre; no quiero que nadie se entere de las cosas que tengo planeadas para estas dos mujeres.

Mi guarda espaldas baja a Silvana del auto y la mete al sótano. Yo entro a mi habitación e instalo la fotografía de mi niña y una computadora.

La pongo en la mesa que está en el centro y la enciendo. En la pantalla aparece toda la información de Ava donde está y tengo a una persona afuera vigilándola; no pienso dejarla libre.

Escucho que alguien toca la puerta y entra.

—Señor, el objetivo se está moviendo —me dice mi guardaespaldas.

—Ya es momento; tráiganla a mí —le ordenó y él se marchó de ahí—. Es el momento de vernos de nuevo, ya te deje libre lo suficiente; espero y lo disfrutarás —me digo a mí mismo viendo la foto de Ava.

Pasan las horas y estoy sentado en la sala frente a la chimenea. Escucho como la puerta se abre. Volteo esperando que sean mis hombres y es Mateo.

—¿Dónde estabas? Hace semanas que no sé de ti; espero que no estés pensando traicionarme —menciono y volteo a ver de nuevo la chimenea.

—Estaba tomándome un respiro, fui con mi familia a Grecia —me cuenta. Sé muy bien a qué fue.

—Sí, lo sé y dime, ¿cuándo pensabas contarme que tu madrastra es la mamá de mi niña? —indagó, y es que conozco a la familia de Mateo y sé que su madre es la madre de mi niña.

—De qué estás hablando, si mi madrastra se llama Sahara y la madre de Anabela se llamaba Enora —me miente.

—Me estás mintiendo, porque dime ¿cómo sabes que se llamaba Enora? —lo sigo interrogando, intentando averiguar la verdad.

—Porque en la casa había una foto de la señora.

—Sí, es verdad, pero no crees que es sospechoso que la señora es el mismo retrato que mi niña, así que ya deja de mentirme; sé que ella es la madre de mi niña —le gritó y volteó a verlo.

—Creo que ya es suficiente de mentir, si así es, mi madrastra es esa mujer —me confirma.

—¿Y por qué no me lo dijiste antes? Tú sabes bien que es lo que ha pasado por culpa de esa mujer —le reclamó.

—Yo no lo sabía hasta que vi las fotos de esa mujer en la casa de Lauro —me dice muy tranquilo.

—Si lo hubiera sabido antes, no hubiera hecho lo... Ya no importa —mencionó y volteó a ver de nuevo la chimenea y cierro los ojos pensando en el error que hice.

Eres mi venganza y mi perdición Donde viven las historias. Descúbrelo ahora