Capítulo - Lazo blanco
La noche llegó envuelta en un aire de calma, como si el universo, en su infinita paciencia, concediera un respiro a quienes llevaban días enfrentando el peso de la pérdida. La casa de Sarah, ahora llena de murmullos familiares y risas tímidas, parecía comenzar a recuperar su alma.
Sarah estaba sentada en el sillón principal del salón, su copa de vino en la mano, con una sonrisa que aún tenía vestigios de melancolía, pero que era genuina. Vestía ropa cómoda, una camiseta gris holgada y pantalones de algodón, su cabello recogido de manera despreocupada. Era la primera vez en días que parecía respirar con más ligereza.
—¿Recuerdan aquella vez que Willy intentó enseñarme a cocinar? —Sarah comenzó, rompiendo el silencio con una risa suave—. La cocina terminó cubierta de harina, y él, por supuesto, se las ingenió para que yo terminara limpiando todo.
Gabriella, su mejor amiga, dejó escapar una carcajada, llevándose una mano al pecho.
—¡Claro que lo recuerdo! Ese hombre tenía una habilidad única para salir limpio de cualquier desastre. Literal y figurativamente.
El comentario arrancó risas de todos los presentes. Incluso los padres de Sarah, que hasta entonces habían permanecido en un discreto silencio, se permitieron sonreír, reconfortados al ver a su hija encontrar consuelo en los recuerdos.
Karla, que estaba sentada en el reposabrazos del sillón junto a Sarah, observaba la escena con el corazón aliviado. Su mirada estaba fija en su esposa, notando cómo poco a poco la chispa que tanto amaba en ella comenzaba a regresar. La forma en que Sarah hablaba, sus gestos, incluso el brillo en sus ojos cuando compartía una anécdota, todo indicaba que su Sarah estaba volviendo, pieza por pieza.
—¿Y qué hay de la vez que Willy encontró al gato del vecino metido en tu armario? —intervino la hermana de Sarah, con una sonrisa traviesa—. ¡Pensaba que era un fantasma porque siempre oía ruidos raros en la madrugada!
Sarah estalló en risa, inclinándose hacia Karla mientras trataba de recuperar el aliento.
—¡Eso fue épico! Se pasó toda una semana dejándole comida al "fantasma" hasta que un día encontró al gato dormido en su zapato favorito.
El salón se llenó de carcajadas. Por un momento, el dolor pareció retroceder, dejándolos disfrutar de una velada que era tan simple como necesaria.
Karla se inclinó hacia Sarah y le susurró al oído, con una sonrisa suave:
—Me encanta verte así. Te extrañé tanto.
Sarah giró la cabeza hacia ella, sus ojos llenos de un cariño profundo. Le tomó la mano y la apretó ligeramente.
—Gracias por quedarte conmigo, Kar. Por no soltarme cuando yo misma sentí que me estaba perdiendo.
El momento fue breve pero cargado de significado. Karla le devolvió un apretón en la mano, su mirada diciendo todo lo que las palabras no podían expresar.
La noche continuó, y las anécdotas siguieron fluyendo como el vino en las copas. Willy, aunque ausente físicamente, estaba presente en cada risa, en cada recuerdo, en cada pausa cargada de nostalgia. Y aunque el camino hacia la sanación aún era largo, esa noche, rodeada de su familia y amigos, Sarah dio un gran paso hacia adelante.
La mañana siguiente estaba cargada de emoción. Sarah y Karla se levantaron temprano, ambas con nervios que se sentían como una montaña rusa. En el vestidor, Karla se decidió por un atuendo sencillo pero elegante: una blusa blanca de seda que caía suavemente sobre sus pantalones negros, y unos zapatos planos, queriendo transmitir comodidad y calidez. Sarah, por su parte, optó por un vestido midi azul cielo con un blazer blanco, sus tacones bajos combinando perfectamente con el conjunto. A pesar de su apariencia serena, su respiración entrecortada delataba la mezcla de ansiedad y alegría que bullía en su interior.
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El baile de las almas perdidas
RomanceEn un mundo donde el éxito profesional parece ocuparlo todo, Sarah y Karla, dos mujeres apasionadas y brillantes, se reencuentran por casualidad tras años de distancia. Sarah, una microbióloga de porte elegante, y Karla, una profesora que ahora tamb...