Con la persona más hermosa

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Capítulo - Italia pt. Con la persona más hermosa

El entusiasmo me tenía despierta desde antes de que el sol asomara por el horizonte. A las 7 en punto, mi energía era imparable. Toqué la puerta de la habitación de Willy. No había tiempo que perder; el día prometía ser perfecto.

Después de una ducha fresca, todos nos vestimos cómodamente y, sin planearlo, terminamos combinando en tonos de azul, como si fuéramos un equipo sincronizado. Yo llevaba un pantalón de lino azul marino de corte recto, una blusa sin mangas celeste que dejaba al descubierto mis clavículas y unas sandalias bajas de cuero. Karla optó por un vestido midi azul pastel con finas líneas blancas, que se ceñía suavemente a su figura; lo complementó con unos zapatos cómodos y su bolso beige. Willy, siempre impecable, lucía una camisa azul oscuro con las mangas remangadas, pantalones beige y unos mocasines que combinaban perfectamente con su estilo.

Estábamos listos para bajar al restaurante del hotel cuando los detuve en seco.

—¡Alto ahí! —dije con una sonrisa triunfal—. No desayunaremos aquí. He reservado en la mejor cafetería de Venecia. Confíen en mí.

Karla arqueó una ceja, acostumbrada ya a mis sorpresas, mientras Willy suspiraba con fingida resignación.

—¿Y qué tiene de especial este lugar? —preguntó Karla, divertida.

—Lo descubrirás pronto —respondí, dándole un beso en la mejilla.

Cuando llegamos al destino, sus rostros lo dijeron todo. La cafetería era un rincón encantador en una callejuela adoquinada, a pocos pasos del Gran Canal. Mesas de madera con manteles blancos y macetas de lavanda decoraban el exterior, mientras que el interior tenía paredes de ladrillo visto, estanterías llenas de libros antiguos y luces cálidas que colgaban del techo como luciérnagas suspendidas en el aire. El aroma a café recién molido y pasteles recién horneados llenaba el ambiente, prometiendo una experiencia única.

Nos llevaron a una mesa junto a una ventana, donde podíamos observar el ir y venir de los barcos. El sol matutino entraba por los cristales, bañando la escena con una luz dorada que parecía de película.

El mesero, un hombre de unos 30 años con una sonrisa amable, se acercó a nosotros. Solo hablaba italiano, así que, como de costumbre, asumí el papel de intérprete.

—Buongiorno! Come state? —saludó alegremente.

—Buongiorno, stiamo benissimo, grazie! —respondí con igual entusiasmo. Le expliqué que habíamos reservado y él, encantado, nos ofreció el menú.

Mientras le hablaba, noté cómo sus ojos se posaban discretamente en Karla. Cada vez que mencionaba algo, giraba hacia ella y soltaba cumplidos en italiano, como:

—Signora, la sua bellezza illumina questa mattina. (Señora, su belleza ilumina esta mañana).

Yo no podía contener la risa al ver cómo Karla, completamente ajena al idioma, solo sonreía educadamente, sin tener idea de que estaba siendo halagada.

—¿De qué te ríes tanto? —me preguntó finalmente, mirándome con sospecha.

—Oh, nada, solo disfruto del ambiente —respondí con inocencia, guiñándole un ojo a Willy, quien también estaba al tanto del coqueteo del mesero.

Los pedidos llegaron pronto: espressos perfectos, cappuccinos espumosos y un surtido de delicias italianas como cornetti rellenos de crema, cannoli crujientes con ricotta dulce y brioche recién horneados con mermelada casera.

Karla probó un bocado de su cannoli y suspiró, dejando caer la cabeza hacia atrás.

—Esto es un pecado. ¿Cómo es posible que algo sepa tan bien?

El baile de las almas perdidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora