Capítulo - Italia pt: El lugar más hermoso
El tren los dejó en Venecia al caer la tarde, justo cuando la luz del sol teñía los canales de reflejos dorados y naranjas. La ciudad parecía un cuadro, con sus calles de agua y góndolas deslizándose al compás de una serenata lejana. Llegaron al hotel, un pequeño pero elegante edificio ubicado a pocos pasos del Gran Canal.
El Hotel Serenissima era un sueño veneciano: su fachada estaba cubierta de enredaderas que habían empezado a florecer, y en su interior los suelos de mármol y las arañas de cristal de Murano irradiaban un lujo discreto. Las habitaciones eran acogedoras, con ventanas que daban a los canales, decoradas en tonos cálidos con toques dorados y cortinas de terciopelo. Sarah no pudo evitar abrir de inmediato las ventanas de su habitación, dejando que la brisa del canal entrara mientras observaba cómo la ciudad parecía danzar bajo la luz de las farolas.
Mientras desempacaban, Karla, siempre organizada, anunció con tranquilidad:
—Voy al spa del hotel. Necesito relajarme un poco.
Willy, que estaba sentado en el borde de la cama, se levantó como un resorte, emocionado por la oportunidad de explorar con Sarah.
—¡Sarah, tesoro, es nuestra oportunidad! Como en los viejos tiempos, tú y yo, la città dell'amore. ¿Quién necesita un spa cuando tenemos Venecia a nuestros pies?
Sarah rió, aceptando la propuesta, y ambos salieron con energía. La noche prometía algo inolvidable, aunque ninguno sabía aún lo que les esperaba.
El plan inicial era sencillo: encontrar un pequeño café donde pudieran disfrutar de un espresso y charlar como solían hacerlo. Sin embargo, como era tradición entre ellos, lo sencillo pronto se transformó en un caos encantador.
Primero, Willy insistió en comprar máscaras venecianas para "mezclarse con el espíritu de la ciudad". Sarah, que no podía decirle que no, terminó con una máscara dorada y negra que le daba un aire de misterio. Willy escogió una extravagante máscara con plumas moradas, asegurando que era "un toque de drama necesario".
—Willy, pareces una ópera caminante. —Sarah lo miraba entre risas, mientras él posaba dramáticamente frente a los escaparates.
—Cara mia, soy la ópera. —respondió, con un italiano exagerado, provocando que Sarah estallara en carcajadas.
Siguieron caminando hasta que llegaron a un pequeño puente. Ahí Willy tuvo la brillante idea de tomar un "atajo" siguiendo un callejón estrecho que, según él, los llevaría directo a la Plaza de San Marcos. Sarah dudó, pero decidió confiar en su viejo amigo. El callejón los llevó a un encantador pero confuso laberinto de calles. Cada giro los alejaba más de su destino.
—¿Estamos perdidos? —preguntó Sarah, tratando de ocultar su diversión.
—Perdidos en la belleza, querida. —respondió Willy, aunque claramente no tenía idea de a dónde iban.
Finalmente, emergieron en un pequeño campo (plaza) rodeado de edificios antiguos y una fuente en el centro. A un lado, un grupo de locales cantaba alegremente canciones tradicionales italianas. Sarah, sin poder resistirse, se acercó y comenzó a tararear con ellos, mientras Willy improvisaba unos pasos de baile. Los locales los aplaudieron, encantados por su espontaneidad.
—¡Eres una estrella, Willy! —le gritó Sarah, mientras él hacía una reverencia exagerada.
—Y tú, mi acompañante brillante. —respondió él, tirándole un beso en el aire.
Después de más risas y equivocaciones, llegaron a un rincón mágico de Venecia: La Punta della Dogana, donde el Gran Canal se encuentra con el canal de Giudecca. La vista era impresionante. Desde ahí, podían ver la Basílica de Santa Maria della Salute iluminada y reflejada en el agua. Las góndolas se mecían suavemente, y todo estaba envuelto en un silencio reverente, roto solo por el sonido del agua y el canto de un violinista cercano.
Sarah y Willy se sentaron en un banco, admirando el paisaje. Willy, mirando el horizonte, suspiró profundamente.
—Es hermoso, ¿no? —dijo, su voz suave y cargada de emoción.
Sarah lo miró, dejando de lado las bromas por un momento.
—Lo es, Willy. Y compartirlo contigo lo hace aún más especial.
Willy le tomó la mano, apretándola con cariño.
—Siempre hemos sido un buen equipo, Sarah. Pase lo que pase, siempre estaremos ahí el uno para el otro.
—Siempre, Willy. —respondió Sarah, con una sonrisa que reflejaba la profunda amistad que compartían.
Se quedaron ahí un rato, en silencio, disfrutando del momento. Cuando decidieron regresar al hotel, caminaron con una paz renovada, hablando de recuerdos, sueños y del futuro. Venecia, con su magia, había logrado que ambos se reconectaran de una manera única.
Al entrar al hotel, el calor acogedor de la habitación me recibió como un abrazo. Cerré la puerta con cuidado para no hacer ruido, y al girarme, la vi: Karla estaba profundamente dormida, recostada de lado en la cama, con una manta ligera cubriéndole las piernas y su cabello cayendo suavemente sobre la almohada. Parecía tan serena que me detuve un momento, admirándola. Había algo increíblemente íntimo en verla así, tan relajada, tan en paz.
Me acerqué despacio, casi conteniendo la respiración, y me incliné para darle un beso en la cabeza. Su cabello tenía ese aroma familiar que siempre lograba calmarme. Sonreí al verla suspirar ligeramente en sueños, como si de alguna manera sintiera mi presencia.
Decidí no despertarla. Después del día tan largo que habíamos tenido, necesitaba descansar. Me dirigí al balcón, dejando atrás la cálida penumbra de la habitación para encontrarme con la brisa fresca de Venecia. Desde ahí, la vista era impresionante: las luces de la ciudad bailaban sobre el agua de los canales, creando reflejos dorados y plateados que parecían un sueño.
Saqué mi teléfono y, con una sonrisa traviesa, comencé a planear. Hice un par de reservaciones para actividades para el día siguiente, queriendo sorprender a Karla y a Willy. Sabía que les encantaría la experiencia que estaba armando, pero, como siempre, mantendría los detalles en secreto hasta el último momento.
Dejé el teléfono sobre la mesita y serví una copa de vino blanco de la botella que habíamos traído del viñedo en Toscana. Su aroma afrutado llenó el aire mientras me recostaba en una de las sillas del balcón. Con un cigarrillo en mano y un libro abierto sobre mis piernas, me dejé envolver por la tranquilidad de la noche.
Cada sorbo de vino y cada bocanada de humo me ayudaban a procesar las emociones del día. Había algo mágico en Venecia, algo que hacía que todo se sintiera más intenso, más vibrante. Cerré el libro un momento, mirando hacia el horizonte, y pensé en Karla, en Willy, en todo lo que habíamos vivido hasta ahora.
Esta ciudad tenía su propia forma de capturar el alma, y mientras contemplaba el reflejo de las estrellas sobre el canal, supe que estos días quedarían grabados en mi memoria para siempre.
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El baile de las almas perdidas
RomansaEn un mundo donde el éxito profesional parece ocuparlo todo, Sarah y Karla, dos mujeres apasionadas y brillantes, se reencuentran por casualidad tras años de distancia. Sarah, una microbióloga de porte elegante, y Karla, una profesora que ahora tamb...