Porsche

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Capítulo - Porsche

Al día siguiente, Karla despertó al notar que el lado de la cama de Sarah estaba frío y vacío. Con un leve suspiro y los ojos todavía pesados de sueño, se levantó, se envolvió en una bata de algodón gris y salió al pasillo.

Al llegar a la sala, se detuvo en seco. Karla se quedó en el umbral de la sala, observando la escena con una mezcla de ternura y nostalgia. Sarah estaba de pie frente a la chimenea, vestida con un suéter de lana rojo y unos pantalones de pijama a cuadros, su cabello recogido en un moño desordenado. En sus manos sostenía una de las botas navideñas, de un verde profundo con bordados dorados. Nicky, en su sillita de comer, agitaba sus pequeñas manos hacia las luces parpadeantes del árbol que ya estaba decorado.

—Buenos días —dijo Karla con suavidad, acercándose.

Sarah volteó y le dedicó una sonrisa.

—Buenos días, dormilona. No quería despertarte.

Karla caminó hacia ella, sus pies descalzos haciendo un leve sonido contra el suelo de madera. Miró alrededor, notando los detalles: guirnaldas de hojas verdes con pequeños lazos rojos adornaban las barandillas, las luces cálidas envolvían las ventanas, y en una esquina había una caja con más adornos esperando su turno.

—Te levantaste temprano —comentó Karla, deteniéndose frente a Sarah.

Sarah suspiró y miró la bota que tenía en las manos antes de colocarla cuidadosamente en un gancho junto a las demás.

—Solía hacer esto con Willy. Decorar la casa juntos era nuestra pequeña tradición. Siempre me decía que la Navidad no era sobre los regalos, sino sobre llenar la casa de amor.

Karla vio cómo los ojos de Sarah brillaban con una emoción contenida, un vestigio de tristeza mezclado con gratitud.

—Y lo estás haciendo —dijo Karla, tomando la mano de Sarah entre las suyas—. Estás llenando esta casa de amor, Sarah. Ahora lo haces con Nicky, y conmigo.

Sarah se giró hacia Karla, sus labios curvándose en una sonrisa más genuina.

—Tienes razón. Aunque debo admitir que no es lo mismo sin alguien que ponga las luces en los lugares altos. Willy siempre lo hacía mientras yo supervisaba desde abajo.

Karla rio y soltó su mano para tomar una guirnalda de la caja.

—¿Así que supervisabas, eh? Bien, yo puedo ser tu Willy por hoy.

Sarah alzó una ceja, divertida.

—¿Eso significa que te vas a subir a la escalera?

—Exacto. Aunque no prometo no quejarme si me haces moverla de un lado a otro.

Ambas rieron, y Sarah se inclinó para besar a Karla en la mejilla antes de volver a centrarse en las decoraciones.

Mientras Karla colocaba la guirnalda en lo alto de la puerta, Sarah se detuvo un momento a observar a Nicky, quien seguía mirando las luces con fascinación. Se agachó frente a él y le acarició suavemente la mejilla.

—¿Te gusta, pequeño? —le preguntó en voz baja.

Nicky respondió con una risita y un burbujeo de saliva, lo que hizo que Sarah sonriera aún más.

—Creo que es un sí —dijo Karla desde lo alto de la escalera, mirando hacia abajo con una sonrisa.

—Definitivamente —respondió Sarah, levantándose y tomando una esfera dorada de la caja—. Este año será diferente, pero también será hermoso.

El baile de las almas perdidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora