Nicky

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Capítulo - Nicky

Las semanas pasaron y los lazos crecieron. Los jueves por la tarde se habían convertido en un ritual casi sagrado en casa de Sarah. Era el día en que el sol parecía bañarlo todo con una luz más cálida, como si también participara en el momento. La terraza, siempre impregnada de un aroma a jazmín que provenía de las enredaderas trepadoras, se convertía en un refugio para el alma. Desde allí, el horizonte ofrecía un espectáculo sereno: los caballos galopando libres por el amplio jardín, con sus figuras recortadas contra un cielo que se teñía de naranjas y rosados.

Sarah, con su pequeña tradición, parecía transmitirle algo eterno a Nicky. Cada semana, se sentaba en su vieja mecedora, una reliquia de su abuela que ahora brillaba con vida nueva. Ese día vestía un vestido ligero color negro, y siempre llevaba el cabello suelto, dejándolo bailar con la brisa de la tarde. En brazos sostenía a Nicky, envuelto en una mantita azul que Willy le había regalado.

Hablaba en voz baja, no solo para él, sino para el viento, como si sus palabras viajaran hacia algo o alguien.

—¿Ves ese caballo, pequeño? —dijo, señalando con la cabeza a la yegua blanca que trotaba majestuosa en la distancia—. Willy la llamaba Luna. Él la cuidaba con tanto amor, como lo hará mamá contigo.

En una mano sostenía una copa de vino. No bebía de ella, pero su presencia era simbólica, un homenaje al amigo que había dejado una huella imborrable en sus vidas. Cada jueves era como si Willy también estuviera allí, presente en las historias y los recuerdos que Sarah compartía.

Karla siempre encontraba un momento para observar la escena desde el umbral de la terraza antes de unirse a ellos. Vestida con sencillez, con pantalones de lino beige y una blusa de un color suave, admiraba la imagen de su esposa con Nicky en brazos. Para Karla, era como mirar un cuadro: Sarah, la madre imponente y amorosa, y el pequeño Nicholas, tan curioso y sereno, formando un momento perfecto en el marco del atardecer.

Karla caminó lentamente hacia ellos, sus pasos amortiguados por la madera de la terraza. Al llegar, colocó una mano en el hombro de Sarah y le besó la cabeza, susurrándole un suave "Te amo" antes de sentarse junto a ella, sumándose al pequeño instante de paz.

..

El aroma a café flotaba en el aire cuando Cecilia llegó a la casa de Karla y Sarah. Con una sonrisa cálida, la madre de Karla entró en la sala, donde Karla jugaba con el pequeño Nicky, haciéndolo reír con suaves cosquillas y jugueteos. La melodía de fondo de un vinilo de jazz le daba un ambiente tranquilo a la tarde.

—¡Mamá! —dijo Karla, levantando la vista con alegría—. ¡Qué bueno verte!

Cecilia respondió con un abrazo cariñoso antes de mirar al pequeño Nicky.

—Y este pequeñín se pone más hermoso cada día, ¿verdad? —dijo mientras acariciaba la mejilla del bebé con ternura.

Mientras tanto, Sarah estaba en la terraza con un libro en una mano y un cigarrillo en la otra. Al escuchar las voces en la sala, cerró el libro con un leve suspiro y se levantó, dejando el cigarro apagado en un cenicero cercano. Caminó hacia la sala con su porte elegante y su cabello cayendo en ondas naturales sobre sus hombros.

—Cecilia —saludó Sarah, con una sonrisa suave mientras extendía los brazos para abrazarla—. Qué bueno verte por aquí.

—Sarah, querida —respondió Cecilia mientras correspondía el abrazo—. Siempre es un placer visitarlas. Aunque veo que estás relajada con tus lecturas, como siempre. ¿Qué lees esta vez?

—Un ensayo sobre microbiología y filosofía, algo que mezcla lo que hago en el laboratorio con preguntas existenciales. Ya sabes, el tipo de lectura que te deja pensando días enteros —respondió Sarah con una leve sonrisa. Luego, dirigió una mirada al bebé en brazos de Karla—. Aunque últimamente parece que los libros tienen competencia.

El baile de las almas perdidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora