Capítulo 80: Impune

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Elizabeth apareció en la cafetería con su impoluto vestido blanco, su sombrero de paja y su piel pálida.

Estaba cubierta con un manto brillante que parecía repartir sonrisas a su paso, Kiroshi la observó en silencio, apenas había distinguido la delgada silueta atravesar la puerta, detectó que algo había cambiado en ella.

La forma en la que caminaba, la curvatura de su sonrisa, los ademanes que hacía al sentarse, cada pequeño milímetro de Elizabeth parecía haber sido separado de su base y reconstruido minuciosamente de modo en que pareciera la misma persona, sin embargo, no lo era.

Ella lo vio a los ojos, tomó una galleta y sin emoción alguna, puso los papeles delante de él.

—De acuerdo —mencionó tranquila—, este es el trato. Firma esté documento y te libras de mí y del bebé.

Kiroshi vio al papel, luego a Elizabeth y preguntó:

—¿Qué es?

—Puedes leerlo si quieres—respondió con desdén. Como él no dijo nada, ella suspiró—Es tu renuncia a la patria potestad. Dice que te deslindas por completo del bebé que daré a luz, acordamos que no tienes ningún derecho a buscarlo o a tratar de tener ninguna relación con él y yo renunciaré a mi derecho a una pensión.

"En otras palabras, aunque biológicamente seas su padre, legalmente no lo serás.

—¿Eso quiere decir que no volveremos a vernos jamás?

—En el mejor de los casos.

Le parecía desconectada, como si estuviera cerrando una especie de venta. Además, sin girar el cuerpo, ella veía frecuentemente a su alrededor, parecía buscar a alguien.

—¿Tu prometido te pidió esto?

—Solo fírmalo, Kiroshi—farfulló con fastidio.

—No sé si sea necesario. ¿Sabes? Cuando... —suspiró con pesadez—, cuando me dijiste que estabas embarazada, yo solo vi el problema que representaba para mí y mi familia, es decir, la familia que ya tengo. No lo vi cómo, ya sabes, mi hijo.

—Me di cuenta—agregó con sarcasmo—. Pero ya no importa. Está en el pasado. —Apuntó a los documentos—Esté es el presente.

Elizabeth ya no estaba molesta como la última vez que lo vio, ya no era el bastardo que la abandonó embarazada, solo era un cabo suelto del que no podía esperar para deshacerse.

—Lo siento—dijo con la cabeza gacha, ella lo vio curiosa como un gato—. Por todo. Desearía haber sido menos un idiota contigo—esperó un par de segundos a que ella respondiera.

—Está bien. Ya no estoy molesta por eso.

—Puedo verlo —asintió al comprobar el sudor de sus manos. Era la primera vez desde el fatídico día de su separación que ella estaba abierta a hablar con tranquilidad y él no encontraba las palabras para decirle todas esas cosas que le tenía guardadas. —Volveré a Japón, Elizabeth.

—¿Enserio?

—Conseguí un empleo en una galería de arte. Es decir, dar clases está bien, pero el arte siempre ha sido mi sueño así que... tengo que aprovechar esta oportunidad.

—Ah—de nuevo, reinó el silencio—. ¿Esperas que te felicite?

—En esté trabajo van a pagarme un poco más, entonces, creo que podría abrirte una cuenta para ayudarte con el niño.

—¿Qué? —estaba ciertamente, incrédula por la propuesta.

—Solo que... sin que Ayaka lo sepa. Solo quería decírtelo porque no quiero cargar con la culpa de no haber hecho suficiente por ti. Sabiendo eso, ¿estás segura de que quieres que firme?

Costo y BeneficioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora