Capítulo 8 - ¡Explota la bestia que tienes dentro, Nathan! -

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[Nueve años atrás]

Un pequeño niño de aproximadamente ocho años corre detrás de un árbol, cansado, respirando agitado, con su joven corazoncito latiendo raudamente. Pero a diferencia de lo que uno esperaría, este pequeño niño no estaba jugando a las atrapadas, no jugaba a las escondidas, estaba escapando, pero no precisamente de algún adulto molesto por alguna broma inocente que este había hecho, huía de los demás niños, los que sí eran magos.

El pequeño tenía el cabello negro, piel blanca y un par de ojos ámbar. Se sienta en el suelo y trata de regular su respiración, se asoma por el costado del árbol y mira hacia todos lados, se encontraba en el borde entre una pradera y un bosque, pensó que tal vez ya estaría a salvo. Entonces una llamarada azota sus alrededores, el pequeño niño se asusta y acurruca, gotas de agua salen de sus ojos, mientras sollozos alteran su respirar. Pero él sabía que tiempo para llorar no había, se secó las lágrimas con una manga y se giró, delante de él había cuatro personas: dos rubios, al parecer gemelos, un chiquillo de cabello castaño y otro de pelo verde, quien había lanzado la llamarada había sido el mayor de los gemelos.

- ¡Eh, chicos, miren, es el que no tiene poderes! - Decía el mayor, quien se distinguía por tener el cabello erizado y en puntas -. ¿No te avergüenza ser así?

- ¡P-por favor, déjenme, no quiero problemas! - Exclama el chico, escondiéndose detrás de otro árbol.

- ¡Qué cobarde es, mírenlo! - Dijo el de cabello verde, todos se echan a reír -. ¿Dónde está tu madre la bruja ahora?

El de pelo verde lanza una ventisca helada contra el ojiámbar, esta congeló el árbol en donde se escondía, y la mayoría de los que estaban atrás. El chico corrió hacia más dentro en el bosque, mientras era perseguido por los otros muchachos, envueltos en risa. Él apenas podía respirar, tenía que esquivar ráfagas de fuego a la vez que de viento y relámpagos, todo mientras trataba de no caer. Llegó hasta una cueva, una que solo él conocía como entrar, buscó el tronco hueco y seguidamente un pequeño agujero cerca a este, se lanzó por ahí y llegó hasta el interior de la cueva, donde había poco espacio, pero estaría seguro. Al poco rato entró por la misma parte un zorro blanco, con su mismo tono de ojos, el pequeño canino se acercó a este y le lamió las lágrimas, el niño lo abrazó y lloró a su lado. Como si el animal le entendiese, colocó sus patitas en los hombros del otro, como si también le quisiese abrazar.

La cueva temblaba, era azotada por relámpagos constantemente, el niño tenía miedo, mucho miedo, pero no había nada que pudiese hacer. Entonces, de la nada, todo volvió a la paz, ya no temblaba, ya no se escuchaban los bum de los relámpagos. Él salió cuidadosamente a ver qué pasaba, pero al ver el horrible escenario soltó un grito desgarrador, los cuatro chicos que le perseguían yacían mutilados y destripados en el suelo, frente a ellos estaban seis sujetos, todos vestidos con la misma armadura pesada y grandes escudos, en los cuales se mostraba el símbolo de una espada rota soltando varios fragmentos. El zorro se puso en frente y comenzó a ladrarle a los tipos de allí, estos se giraron hacia el chiquillo y se dispusieron a perseguirle, pero el canino se lanzó hacia estos, mordiendo sus escudos, miró al ojiámbar como si quisiera que escapase, él no quería, pero sabía que no había nada que pudiese hacer para ayudar, así que corrió, tan rápido como pudo, corrió.

Mientras corría, un gran dolor de cabeza le llegaba de repente, parcial y rápidamente iba creciendo, nublando su visión y entorpeciendo sus pasos. Entonces llegó hasta la villa en que vivía, sus ojos se abrieron como platos cuando la vió siendo atacada por más de esos soldados, y eran pocos los que se podían defender. Uno de ellos le miró y se dirigió hacia sí, levantó su gran espada para asestarle un golpe mortal, pero una flecha le golpeó la cabeza, derribando su casco, lo que el chico vio le revolvió el estómago, esa cosa no era humana, o por lo menos ya no. Era como un cadáver andante, su piel estaba verde de lo pútrida que era. Él gritó y corrió hacia la arquera maga que lo había ayudado, esta se colocó delante del chico.

Arrasando con la Magia II: Los Caballeros del AbismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora