Capítulo 21 - Paz -

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Ahí se encontraba Nathan, rodeado de diez mil soldados con armaduras carmesí, Volonté yacía rota en cuatro piezas, desprendiendo un fino polvo cerceta. Intentó reparar la cuchilla como pudo, puesto que esta le otorgaba un gran porcentaje de sus poderes, además de ser la representación material de su voluntad, de ahí el nombre. Aquellos seres de rojizas placas por ropa marchaban con pasos sincronizados, cargando sus negras hojas mensajeras de la muerte en el hombro. Su corazón latía fuertemente, él supo casi al instante que su vida podría ser cortada en cualquier momento.

— ¡¿Por qué?! — gritó con ahínco —. ¡¿Por qué estás haciendo esto?! ¡Se suponía que éramos aliados!

¿Qué no lo ves, príncipe? — dijo una voz ominosa, como si estuviese en todos lados a la vez —. Es por esto que siempre odié a la realeza, se creen dignos de todo. Pero una vez que te destrone, príncipe, sabrás lo que es vivir en el barro y la sangre, maldito monstruo.

Los guerreros que rodeaban a Nathan levantaron sus espadas con firmeza, se movían casi como marionetas forzadas por hilos. En una tétrica sincronía descendieron sus armas poderosamente, apuñalando a Nathan en varias partes de su cuerpo. Él gritó de dolor, un grito ahogado que por la cuchilla clavada en su estómago le producía incluso más dolor. Entonces vio como los soldados le abrían paso a alguien, el lugar estaba demasiado oscuro como para identificar quién era, pero una única característica sobresalía: esos ojos de color naranja rojizo. Eran como los de Nathan, pero tenían una tonalidad más oscura y purpúrea. Si la ira, la venganza y el rencor fuesen colores, probablemente sería aquel anaranjado brillante.

— Muy bien, príncipe — dijo aquel tipo, su rostro rodeado por sombras —. ¿Qué se siente ser el que muerde el lodo? ¿Qué se siente recibir tu merecido castigo, monstruo de sangre azul?

Una intensa luz zafiro aparece en el cielo, descendiendo lentamente sobre los soldados atroces. Aquel cuyos ojos destellaban rencor miró hacia arriba con preocupación, y aunque estuviese mirando a la luz, su rostro seguía en sombras.

— ¡¿Dobimoc La'vie?! — espetó con sorpresa —. ¡¿Qué estás haciendo aquí, malnacido?!

Interfieres con mi misión y la tuya, junior.

— ¡Te he dicho que no me digas junior! — desenvaina una espada de la completa nada, parecía estar agrietada —. ¡Ese bastardo no es mi padre, y yo tengo derecho de hacer lo que me plazca!

Ah, junior, ¿cuándo entenderás? Suspira con notable decepción.

Todos los soldados demostraban una extraña combinación de miedo y alivio, se podía ver una pequeña sonrisa en sus rostros, pero sus cuerpos temblaban y trataban de protegerse de aquella luz. Aquel que la producía por fin hizo acto de presencia: era relativamente alto, irónicamente parecía un elemental de sombras, en el aspecto de que su piel era tan negra como la noche, vestía una túnica blanca que por dentro parecía ser azul. Pero lo más peculiar era que tenía marcas en los brazos del color mismo del maná, un cerúleo perfecto dibujado en espirales y ondas.

No te preocupes por Junior, príncipe — Decía con tono tranquilo, los tatuajes de sus brazos se apagaron por un momento —. Yo, Dobimoc La'vie, prometí resguardar tu mente y alma de esta plaga mientras que sea necesario. Por ahora recuerda esto: Guarda lo que yace en tu corazón, guárdalo con esmero; protégete en la voz del tenor, bajo la flecha del arquero.

El brazo izquierdo de aquel que había ayudado a Nathan se volvió como una boca monstruosa de dientes torcidos cuales clavos oxidados, la cual se lanzó contra el ojiámbar.

Arrasando con la Magia II: Los Caballeros del AbismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora