El tiempo pasaba lentamente, los días eran un azote eterno del rey sol y sus hijos del Silencio, mientras las noches susurraban terror absoluto a un ataque proveniente del abismo. El número de suicidios había aumentado notablemente en todo Gaia, ya se había perdido a casi un décimo de la población a manos de la soga o el filo, el régimen totalitario de los Pacificadores brindaba seguridad ante los Caballeros del Abismo, mas impedía cualquier otro tipo de libertad. Las pocas revoluciones que pudieron ser orquestadas por pequeños grupos individuales, fueron pisoteadas como orugas por el poder de un relámpago. Las personas habían intentado escapar Dronossia y Elvastín, quizá huir a los ahora considerados míticos pueblos libres, asentamientos que previamente habían sido liberados por la Generala Azureblade antes de desaparecer completamente de la faz de la tierra. Sin embargo, los Pacificadores tenían ojos en todas partes, desde lo alto de los cielos hasta lo profundo de las cuevas, no había un solo lugar que no estuviese custodiado por el frío filo del silencio. Los que una vez fueron alabados como héroes, los Inquisidores, ahora eran repudiados como traidores, y su ama, Marie Strauss, como una dictadora irracional.
Surgió una moción entre la plebe, ante un mal que no podrían derrotar, prefirieron unírsele, las filas Silenciadores aumentaban con el pasar de los días, decenas de habitantes magos acudían al centro de reclutamiento ubicado en el palacio de Dronossia, anterior conocido como el Castillo de Agamenón, donde cedían su alma misma para mejorar sus condiciones de vida. Uno podría llegar a pensar que tal vez podrían derribar la estructura interna de los Pacificadores si un grupo revolucionario lograba ingresar, sin embargo, la ridícula prueba que se debía hacer para ingresar a la Sagrada Cruzada Pacificadora era un camino sin vuelta atrás. Básicamente se renunciaba a ser un mago o cualquier uso de maná a menos que Marie Strauss así lo permitiera, como era el caso de los Inquisidores, los cuales son los únicos que aún tienen acceso a su magia, pero de forma controlada y custodiada por la señora del silencio.
Sin embargo, el día de la promesa finalmente había llegado. Dos meses y tres días habían pasado desde la separación de la Segunda Brecha, dos meses sin saber si los demás siquiera seguían con vida, dos meses de duros golpes para fortalecer los huesos y poder empuñar más fuerte la espada.
Al norte de Ulteon, en un pueblo cercano a Koggred de no muchos habitantes, los Pacificadores arribaban en una larga fila de capas blancas, posiblemente con la intención de hacer una revisión completa del establecimiento en busca de magos rebeldes o fuera de control. Naturalmente, su presencia no fue bienvenida por los pueblerinos, los cuales, a punta de gritos y amenazas, exigieron el retiro de las tropas Silenciadoras. Su negativa era de esperarse, y ante la hostilidad de sus custodiados, pasaron a silenciarlos para así asignarles guardianes posteriormente y sin resistencia alguna. Los gritos y el sonido del maná silenciado inundaban el ambiente, el primero con el desgarrador aullido de las víctimas, y el segundo imitando el sonido de un acorde grave en una guitarra fúnebre. Viendo su inevitable derrota, los pueblerinos prefirieron perder sus hogares a su propia libertad, por lo que tomaron las antorchas que normalmente iluminaban las carreteras y las lanzaron contra las casas de paja y madera, creando enormes hogueras al instante. Normalmente no le tomaría ningún esfuerzo a un Pacificador entrenado para deshacer unas simples llamas, mas el elemento sorpresa en la movida ciertamente había afectado a los capas blancas. El caos comenzó a regarse junto al poderoso fuego, los soldados del silencio pasaron de debilitar con sus sellos y capturar, a llanamente silenciar hasta la muerte, los grupos radicales dentro de sus filas recurrían a dicha táctica para infundir miedo en los rebeldes, así nadie se opondría a su mandato. Obviamente, esto nunca llegaba a los oídos de Marie Strauss, puesto que nadie quería ser el objetivo de su ira o perder la posición dentro de la cruzada.
Los niños corrían por su vida, clamando por el nombre de sus padres. Había una pareja en específico que destacaba de entre los demás, parecían moverse con más fluidez, casi como si supieran pelear, un pequeño pelirrojo de obvia ascendencia élfica y su amigo de cabello negro con vibrantes ojos azules. Atravesaban las llamas que sus vecinos causaron con una estúpida excusa, saltaban vigas ardientes, se arrastraban bajo puentes hechos de escombros, cosas que uno no vería en pequeños de no más de siete años. Finalmente, ambos llegaron a una encrucijada donde habrían de separarse, cada uno iría por sus padres así huirían hacia un lugar en paz. El chiquillo de cabellos rojizos, quien apenas había despertado su poder sobre el fuego, corrió con todo lo que tuvo hasta su hogar, el cual estaba a dos cuadras desde su ubicación actual. Trataba de ignorar a los capas blancas asesinando a los pueblerinos con sellos de silencio y espadas, aquellos que habían sido sus amigos, profesores o compañeros en general, todos desapareciendo junto con un mar de luces blancas. Finalmente arribó a su hogar, donde vio a su padre combatiendo contra los Silenciadores de forma heroica, aquel debía tener una gran poza de maná, puesto que aún recibiendo tres sellos de silencio constantemente, se mantenía en la lucha con un mandoble un poco oxidado. El chiquillo le llamó con todo lo que su joven garganta pudo manejar, su padre, un hombre alto y fornido ya de cabello blanco por la edad pero mirada orgullosa, volvió su atención a este, esbozando una gran sonrisa al ver que su único chico aún estaba vivo. Sin embargo, aquel instante de felicidad se quedó en no más que eso, un instante, pues uno de los Silenciadores le clavó un sable en el hombro derecho, obligándolo a soltar la espada. Las armas de los Silenciadores son como sellos de silencio hechos acero y metal, solo que, al entrar en contacto directamente con el flujo de maná en el cuerpo, pueden acelerar el proceso de silencio. El hombre pudo sentir la energía de su cuerpo desvanecerse lentamente, vio a su pequeño romper en llanto y mirarlo horrorizado, la imagen de su esposa cruzó sus recuerdos mientras daba sus respiros finales. Tomó aire y sostuvo al Pacificador de los testículos, haciéndolo gritar como una damisela, se enterró la espada aún más profundo y le rompió el rostro con un codazo, acto seguido, esgrimió el sable en su hombro y lo apuñaló, quitándole el suficiente maná como para noquearlo. Lanzó la espada contra otro de las capas blancas y le dio un puño al pomo, en el momento justo para clavarlo en su garganta casi hasta la guardia. El último se vio tan aterrado por la muerte de sus compañeros que resolvió retirarse con un rápido teleporte. Aquel hombre debió ser un maestro guerrero en sus años dorados, no cualquiera podría hacer tal hazaña con el mínimo de maná y una herida mortal, mas él no sería la excepción por mucho tiempo, cuando sus rodillas impactaron fuertemente el suelo, seguido de su pecho y finalmente la frente. El pequeño pelirrojo corrió hacia el cuerpo de su padre mientras llamaba una y otra vez su nombre, el fornido viejo trataba de convencerlo de que estaba bien, pero el grave sangrado y su incapacidad de usar magia para curarse no le daban muchos argumentos para probarlo. Pausadamente dio sus últimas palabras, pidiéndole a su hijo que siguiera viviendo, costara lo que costara. Cerró sus ojos y se entregó al Segador de almas más cercano, por siempre sería parte del ejército de Rigrimus como un alma azul.
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Arrasando con la Magia II: Los Caballeros del Abismo
FantasiPapá solía contarme una historia, todos los días, sobre su valiente y perseverante hermano, Ethan Azureblade, que de entre una familia donde todos tenían poderes, él los carecía. Y tras un sinnúmero de desgracias, finalmente pudo encontrar un poder...