Y ahí estaba él, con frío, cansado y tembloroso. Él sabía lo que le esperaba, y le temía. Él lo sabía, sabía que no era un héroe. Él no podía mirar a la muerte a la cara y escupirle. No, él era un niño, un niño inocente que tuvo que madurar repentinamente. Como si siempre hubiese estado dormido, despertó en medio de un mundo que se caía a pedazos. Él no entendía nada. No entendía por qué peleaba, no entendía contra quién peleaba, ni mucho menos cómo peleaba. No entendía.
Pero había algo que sí entendía.
— Sé por quién peleo — susurró Nathan, empuñando con fuerza la espada de su madre cuyo filo estaba un poco desgastado.
Frente a sí, altas puertas de color obsidiano con decoraciones de plata, formando una espada quebrada por la mitad. Era su salón. Nathan miró hacia atrás por un corto instante, rompiendo la promesa con los cientos de compañeros con los que había ido a ese lugar. ¿Y cómo no dudar?, todos y cada uno de ellos se habían sacrificado para otorgarle una oportunidad de terminar con todo. El niño sólo debía resolver la ecuación. Resolverla solo.
El cielo era un eterno vacío negro, al igual que el fondo debajo de las largas escaleras en las que parecía estar atascado. Todo estaba tan tranquilo y silencioso para el ojo humano que asustaba. Sin embargo, para los Ojos Divinos de Nathan, el paisaje era distinto. El maná, la fuerza de la vida, fluía con salvajes ríos de color turquesa y azul. Era hermoso. Parecía una ola que fluía eternamente, como paralizada en el tiempo y el espacio, al igual que él.
Mas el maná fluye, y él también debía fluir. No podía huirle al destino.
— ¿De qué me preocupo? — dijo para sí mismo, como queriendo reconfortarse —. Mi poder de Caballero de Sangre me dará una segunda oportunidad si llego a cometer...un error.
Sin alargar más el momento, Nathan empujó las grandes puertas del salón del Núcleo Fundido, en donde se encontraba el jefe final.
Y ahí estaba, el mítico Núcleo Fundido, una estructura esférica que ardía al rojo vivo, con varios tubos y apéndices saliendo de él, además de un incómodo pitido que taladraba los oídos del ojiámbar. Era como un sol encadenado cuyo brillo era contenido tras una película de cristal oscuro, quizás instalado por quien yacía de espaldas en medio del salón.
— Te he estado esperando — dijo el hombre, con un tono ominoso que retumbó por todo el salón —. Ésto es todo, es el gran finale, la colisión del héroe y la villana. Dos oscuridades enfrentadas, defendiendo su pequeña visión de justicia — hizo una pausa, llevó su mano izquierda hasta su rostro y se quitó la máscara que portaba, lanzándola a lo lejos, quebrándose en mil pedazos con el sonido del cristal —. ¡¡Ahora ven, bailemos hasta el final de ésta vida!!
Entonces el hombre se giró hacia su contrincante, su heterocromía ocular brilló en un intenso azul y amarillo que contrastaba poderosamente con la sombra causada por el Núcleo Fundido. Sin embargo, su poderosa expresión desapareció casi inmediatamente al ver al ojiámbar. Su espalda se encorvó un poco, frunció el ceño y se rascó la sien derecha.
— ¡¿Nathan?! — preguntó casi que como un regaño —. ¡¿D-dónde está Chloe?!
— Dirigiéndose a Dronossia — respondió el otro —. Aunque con la disonancia temporal entre dimensiones, probablemente ya llegó.
— ¡No, no entiendes! — exclamó Izán un poco desesperado —. ¡Chloe debía estar aquí! ¡Yo NECESITO que esté aquí!
— Yo puedo darte la misma pelea que ella — anunció él, confiado —. Soy su igual.
— No, no, no, ¡No! — gritó el otro —. ¡Sólo necesitaba ésto y podría irme en paz!
Izán miró hacia arriba, enseñó su dentadura en una expresión molesta y gritó:
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Arrasando con la Magia II: Los Caballeros del Abismo
FantasyPapá solía contarme una historia, todos los días, sobre su valiente y perseverante hermano, Ethan Azureblade, que de entre una familia donde todos tenían poderes, él los carecía. Y tras un sinnúmero de desgracias, finalmente pudo encontrar un poder...