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Marta y Franco se quedaron sentados en la terraza sin atreverse a bajar. Dejaron de escuchar el chocar de los aceros hacía rato y no sabían quienes resultaron triunfantes de esa batalla. Así que se dedicaron a esperar.

No sabían cuánto tiempo había pasado para cuando dos templarios subieron a toda velocidad. Los dos se pararon con cierta alegría que empezaba a brotar en sus pechos, pero se cayó por el gran abismo de la desilusión cuando Andras llegó detrás de los soldados.

Blandió su espada y su filo alcanzó la cintura de un templario y la cabeza del otro. Marta volteó la vista horrorizada y entonces creyó que empezaba a oler la sangre. El demonio caminó hasta ellos y les dijo:

—No saben cuántas ganas tengo de hacerlos sufrir hasta la muerte. Su estupidez le costó la vida a mis compañeros, pero de todas formas los demonios ganamos esta batalla y quiero que sepan que ustedes van a perder toda libertad—. Tomó el cuello de Marta con sus garras heladas y la obligó a mirarlo. En su tacto se podía percibir la sangre de todas las vidas que Andras se había cobrado. —Será mejor que cierres los ojos —le advirtió a Franco.

Entonces, le presionó las mejillas a Marta para que abriera la boca y, acto seguido, comenzó a aspirar. La hermana sintió como se comprimía su pecho a causa del vacío que se generaba. Segundos después, pudieron apreciar un dulce canto femenino que no se asimilaba a la voz de nadie que viviera. Sin embargo, no lo escucharon por mucho tiempo ya que los gritos de Franco ahogaron todo sonido.

Andras soltó a Marta con violencia y ella se cayó. Desde el suelo logró avistar a Franco que se cubría los ojos como si llorara fuego.

—Te dije que cerraras los ojos.

El humo salió de la boca de Alan y al abrir los ojos se sintió tranquilo de estar otra vez en su mundo.

Seguía en la habitación de Marta y el olor del tabaco y la sangre, afloraban de todas las paredes.

La chica sentada en la cama junto a la monja la miró con una sincera lástima. La misma mirada le dedicaba Alan.

—¿Así fue como quedaste para siempre a nuestro servicio? —preguntó la muchacha. Pero Marta no respondió.

El chico miró a la derecha y se encontró con el cadáver del templario decapitado sobre la otra cama.

—¿Por qué hacés esto? ¿Y por qué me sacaste mis cigarrillos?

La joven se levantó y se tomó unos segundos para pensar en qué responder. Al no tener respuesta, le agarró la mano y depositó los cigarros y el encendedor en ella.

Salió de la habitación aún sin decir una palabra, Alan giró para verla salir y entonces entró el resto de las chicas. Se llevaron el cuerpo del templario y después a Marta que seguía en silencio, al parecer, cohibida por sus recuerdos. Una vez todas afuera cerraron la puerta con llave y Alan se quedó adentro.

Golpeó por un rato a la espera de que alguien le abriera, pero se dio cuenta de que era en vano. Entonces, recurrió a sus habilidades. Se tumbó en el suelo y acercó la nariz al pequeño espacio que había debajo de la puerta, estaba por empezar a desprender el gas cuando escuchó un repiqueteo en el corredor.

—¡Franco! ¡Franco! ¡Abrime!

Se levantó y, pocos segundos después, el ciego le abrió la puerta.

—Menos mal que tengo mis copias de las llaves porque Marta no me habría podido dar las suyas ahora. Tenés que ver lo que está pasando, con urgencia.

Al salir, el joven notó que las muchachas a las que se había enfrentado en el pasillo ya no estaban. Sin darle más importancia, caminaron hasta el hall con celeridad. Entonces, allí Alan pudo apreciar una escena que de verdad demostraba que todos tenían una mitad demoniaca. Ya que, en los últimos días, su parte humana parecía haberse ido de vacaciones.

En medio del vestíbulo había un pentagrama pintado con sangre coagulada y vísceras del templario. En el centro del símbolo, Marta estaba parada con la misma mirada inexpresiva que traía desde que fumó en su cuarto

Había una chica a cada punta del pentagrama y todas tenían las manos manchadas de sangre de hombre. Una sostenía un bidón y en el otro extremo otra tenía una vela encendida. El lindero de la imaginación de Alan no tenía que estar muy alejado para intuir qué seguía.

La chica del bidón roció a Marta por completo y la que tenía la vela se limitó a arrojársela. Todas se tomaron de las manos al tiempo que la monja ardía en el centro del pentagrama. Empezó a desprender humo, mucho más de lo normal, tanto que dejaron de verla.

Todo se nubló dentro del círculo y las llamas dejaron de rugir. Luego de un rato de silencio Marta salió despedida por los aires y se estrelló contra la pared. El humo empezó a comprimirse y a congregarse donde la monja había estado.

Entonces, todos los presentes pudieron atisbar una figura femenina que se esclarecía más a cada segundo.



Los huérfanos del infierno #TWGamesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora