La niebla pareció volverse más espesa desde ese instante. Astarot, estaba delgado y con el torso desnudo. Sus alas seguían en su espalda y sus escamas parecían mucho más duras ahora.
—Dame una razón para no matarte.
—Me debés una respuesta —le dijo Alan sin pensárselo mucho.
—¿Y cuál es tu pregunta? —replicó con impaciencia.
—Quiero que me expliques eso que mencionaste sobre la inmortalidad.
Astarot bufó, para él se trataba de una obviedad.
—A ver nene, vos sos un semi-demonio ¿Sabes lo que significa eso? Tenés una parte de demonio y otra de humano. Y ustedes no van a poder vivir así para siempre, en medio de los dos—. El demonio levantó una ceja, como si con ello se cerciorara de que lo entendía. —Así que, está en cada uno de ustedes, los huérfanos, elegir mediante sus actos si quieren ser humanos mortales, o demonios completos e inmortales.
—¿Y yo estoy cerca de ser un demonio? —preguntó Alan mientras se sumía en una profunda catarsis.
—Lo dejo a tu criterio, te debía una respuesta nada más.
—¡Pero dijiste que respondías todas las preguntas que te hacían!
Astarot gruñó irritado y se preparó para atacarlo, pero en ese segundo escucharon los ruidos de una salvaje pelea. El demonio se detuvo, Alan podía esperar. Corrió hasta fundirse en la niebla, en busca de la batalla. Entonces, el joven se dispuso a seguirlo, con la idea de que quizá serían Bruno y Ciro.
Sus garras parecían cuchillas que al esquivarlas cortaban sin problemas la niebla espesa. Pero cuando Bruno recordó que su espada aún colgaba del cinturón, no se tardó en desenfundarla. Ahí fue cuando la balanza se cayó a su favor, Ciro de verdad temía ser cegado por esa hoja. No quería que su alma fuera arrastrada por el río Estigia durante el resto de sus días.
Para su suerte, el infierno tomó todo ese temor que tenía y se lo materializó en las cercanías.
En el instante en el que escucharon el fuerte y rítmico silbido, Bruno se detuvo. Bajó la guardia y con lentitud empezó a volverse a ver como un humano, aún con el torso desnudo.
Ciro, que otra vez se veía normal, aprovechó que su hermano tenía la guardia baja y recuperó la espada templaria.
—¡Eh! ¡Damela!
—¡Es mía! Salí de acá, gil.
El silbido se volvió suave y tranquilo, parecía haberse alejado, pero en realidad, era todo lo contrario. A Bruno se le tensaron todos los músculos cuando vio al monstruo a espaldas de Ciro.
—¡¿Qué mierda es eso?!
El menor dio unos pasos hacia adelante y después se dio la vuelta con cautela. Un cuerpo grisáceo y deformado se imponía frente a él. Parecía haberse podrido y disecado hace años, como si se tratara de una momia. Además, con uno de los brazos sostenía una vieja y olorosa bolsa de tela, por la cual, a través de algunos agujeros, se asomaban huesos humanos manchados de sangre obsoleta
Bruno corrió hasta alejarse por la niebla. Ciro se quedó solo, con uno de sus mayores miedos. Le habían contado la historia del Silbón hace unos años en la escuela, y se le había quitado el sueño durante varios días.
La bestia emitió un sonido áspero y forzado. Trataba de hablar, pero era evidente que no lo había hecho hace ya mucho tiempo.
Ciro retrocedió unos pasos y eso le molestó al Silbón. Gruñó de enojo y dejó caer la bolsa de huesos, pero antes tomó un fémur bastante largo y lo empuñó como un bate. Se le acercó más al joven y entonces se dio cuenta de lo alto que era en realidad. De seguro superaba los cuatro metros.
Tenía al monstruo a escasos centímetros, y acercó su largo brazo con sus largos y finos dedos y le acarició una mejilla. Ciro retrocedió otra vez, asustado. Para detenerlo, el Silbón llevó el brazo con el fémur hacia atrás y le lanzó un potente gancho.
A duras penas, el joven lo detuvo con la espada y el hueso sólo se astilló. Tomó ese momento de perplejidad para llevar el brazo hacia atrás y atinarle una estocada en el estómago.
Se le abrió un gran tajo del cual sólo salió polvo. Estaba seco por dentro, entonces, de su interior empezaron a salir todo tipo de insectos, que en su tiempo de ser vivo le habían devorado sus carnes.
Ciro retiró la espada y volvió a dar unos pasos para atrás, pero esta vez se tropezó y se le cayó su hoja.
El abdomen del Silbón se volvió a cerrar, los insectos recorrían todo su cuerpo con cierto placer y el monstruo continuó hacia adelante.
Se puso en cuclillas frente a él y le agarró el tobillo para que no se fuera. Con la otra mano, golpeó el hueso tan fuerte contra el suelo que se partió. Ahora, tenía una peligrosa punta, que el Silbón hizo recorrer por el rostro, el cuello, el pecho y las piernas del joven. Entonces, sin que Ciro pudiera preverlo, empuñó el hueso con fuerza y se lo clavó en su propia pierna. El hijo de Andras quedó así, estacado al suelo.
El Silbón sonrió con maldad y usó sus decrépitas uñas para empezar a rasgar las pantorrillas del chico. Cada vez las clavaba con más fuerza y le producía más daño. Mientras tanto, Ciro alcanzó su espada y mientras el Silbón intentaba lamer la sangre que salía de sus piernas, el muchacho le atinó un corte en el cuello.
Esta vez los insectos salieron con más potencia y en mayor cantidad. Era evidente, el Silbón estaba enojado. Le agarró la espada y con facilidad se la sacó de las manos, la arrojó a un lado y ahora con sus garras le arrancó las vestimentas del torso y clavó ambas garras sobre los pectorales.
Ciro perdía las esperanzas de salir de esa con cada corte que la bestia le producía. Asomó otra vez su lengua seca y se acercó para lamer la sangre de su torso, que emanaba de los cortes que llegaban incluso hasta al abdomen.
Alan pasó varios minutos perdido en la niebla, se preocupó al dejar de escuchar los gritos de esa pelea. Pero después de un rato, al seguir cierto silbido peculiar, llegó a vislumbrar a Ciro en el suelo. Una demacrada y muy larga bestia encorvada bebía sangre de su pálido y delgado torso.
El semi-demonio se lanzó con carrera con la espada al ristre. Pasó con alta celeridad a su lado y con un fuerte sablazo le quitó al monstruo de encima. Se retorció durante un instante mientras varios bichos salían en tropel del corte de sus costillas.
Alan inspeccionó la escena con rapidez. Vio el hueso clavado en el muslo de Ciro, los cortes en las pantorrillas, el torso y los brazos. Tenía que sacarlo de ahí, pronto.
Tomó sus dos brazos y lo levantó del suelo, mientras el menor gritaba de dolor. Alan no se molestó en quitarle el hueso, no tenía nada con qué vendarlo en ese momento y lo mejor era que siguiera ahí y detuviera una hemorragia incontrolable.
Ciro rodeó el cuello de Alan con un brazo y éste lo llevó lo más rápido que pudo. Juntos, se infiltraron en la niebla. Mientras, el Silbón ya recuperado los seguía rápido. Silbaba esa rítmica melodía, sonaba suave y tenebrosa, parecía que le hacía unas caricias filosas al tímpano y que en cualquier momento lo pincharía y descuartizaría.
La niebla era muy espesa y no les dejaba ver nada y Alan hacía un esfuerzo sobrehumano para que un espejo se les apareciera.
Bruno, por otro lado, estuvo unos segundos solo en la niebla. Vagó sin rumbo, mientras recordaba eso que Alan tan bien sabía, si quería salir tenía que concentrarse. De todas formas, antes de que pudiera frustrarse de tanto intentar, Astarot lo encontró.
—¡Qué bueno que estés bien! Mi fiel seguidor —sonrió con picardía.
—Ya se me hacía raro que me hubieras abandonado acá —contestó Bruno y sonrió de la misma forma.
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Los huérfanos del infierno #TWGames
ParanormalDos años después de que Andras, el demonio de los asesinos, desaparece del internado abandonado donde se encargaba de custodiar a un grupo de jóvenes semi-demonios, uno de ellos decide salir a buscarlo. Alan, quien durante años quiso ser libre, se...