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—Nunca había visto tus brazos quemados. —Notó que en ese momento el antebrazo de Lilit estaba intacto.

—Soy un demonio, Alan. Puedo ser como quiera.

Cruzaban el puente sobre el río Estigia y ya estaban en la 3C. Allí ya no había llantos, sólo un triste bosque y un terrorífico silencio. En la entrada a la arboleada había un hombre viejo y barbudo. Era delgado y algo alto, y de su espalda colgaba una antigua escopeta de dos cañones.

Con cada una de sus manos sostenía las de dos pequeños niños; un varón y una nena. El viejo rió y se internó en el bosque.

—¡Mis hijos! —gritó la Llorona.

Se lanzó a correr detrás de él y todos la siguieron.

El bosque se volvió denso. Empezaron a escuchar ruidos, gritos y risas desde todas direcciones. Dentro era más oscuro y de súbito, escucharon una áspera voz que cantaba.

—Vengan niños, vamos a pasear. Vengan con el tío Barbatos, síganme, nos vamos a divertir mucho.

—Es el último seguidor de Astarot —murmuró Lilit.

—¡¿Dónde estás, cagón?!

El suelo vibró de pronto y se empezó a escuchar un fuerte ruido a rocas que se entrechocaban. Ciro extendió sus alas y alzó vuelo para ver alrededor. No tardó en comprobar lo que pasaba. La mamadera gigante que estaba apoyada sobre un pequeño monte de rocas, giró y el chorro de leche ahora caía con furia hacia el bosque.

—¡Una ola de leche! ¡Rajemos! —gritó.

Bajó a máxima celeridad y agarró a Alan. Lilit agarró a la Llorona y el resto se elevó por cuenta propia.

—¡¿Adónde vamos?!

—¡Allá, debajo de la mamadera hay una cueva!

Mientras se acercaban llegaron a ver a Barbatos que se escapaba con los dos hijos de la Llorona.

Aterrizaron en un gran peñasco y empezaron a correr sobre la roca anaranjada hacia la cueva. Alan miró atrás antes de abandonar esa sección. Pudo ver que el río de leche estaba casi seco y a una multitud de bebés que gateaba con furia hacia ellos. Se internó en la oscura cueva y se dio cuenta de lo agradecido que estaba por abandonar ese lugar.

«Bienvenidos a la 4C, donde la lujuria y la soberbia se castigan o se apremian» decía un cartel que vieron al salir de la cueva.

Aún estaban sobre un monte rocoso y bajaron con cuidado. Abajo se encontraron con un hermoso césped que se extendía como el patio trasero de una gigantesca mansión. Porque, de hecho, así era. Algunos metros más adelante, se imponía la entrada trasera a una construcción que no había acaparado en gastos.

La Llorona se puso a correr, cegada por la desesperación. Ni bien se acercó al patio se levantaron pequeños aspersores del césped y empezaron a largar agua. La difunta mujer no pudo hacer nada para no mojarse y cayó al suelo mientras lanzaba gritos.

—¡Es agua bendita! ¡Agua bendita!

Alan miró a Lilit extrañado y ella captó su duda.

—A nosotros no nos hace nada, pero a los espíritus sí. —Levantó la mirada hacia la Llorona—. Vamos.

Corrió hasta un aspersor y lo cortó con la espada. Sin embargo, en vez de pararlo lo convirtió en un geiser con un chorro constante.

—¡La concha de la lora!

Los huérfanos del infierno #TWGamesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora