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Alan se tambaleó hasta una ventana y pudo comprobar que el suelo se movía. Toda la fracción 6A giró hasta quedar en la porción que seguía, es decir, que ocupó el lugar de la 7A, la sección de la niebla.

Creía que entendía las cosas, pero cada vez entendía menos y, ahora, estaba seguro de que no entendía nada. El infierno era como una pizza gigante con otros dos cortes circulares adentro. El aro más exterior giró y avanzó hasta quedar en la siguiente porción. Sí, eso había pasado. Respiró y se calmó antes de hacerse la pregunta del millón ¿Por qué? o ¿Quién lo había hecho?

Una mano se apoyó en su hombro. Se dio la vuelta y se encontró con la Llorona.

—¿Qué hacés acá? —preguntó con un tono más frío del que habría querido usar.

—Me crucé con Leviatán en el camino y le pedí que me trajera —explicó rápido—. ¿Dónde está Lilit?

—Se había ido a buscar a Miguel, tiene que estar por la mansión.

El suelo al fin estaba quieto y desde la ventana podían ver la niebla del otro lado del río Estigia. Alan se levantó y, antes de que se diera la vuelta, escuchó un ruido metálico muy familiar. Volvió a asomarse a la ventana y poco después vio a los primeros soldados templarios que cruzaban el puente.

—La re puta madre —murmuró Ciro que acababa de llegar con ellos dos.

Los demás demonios se enteraron enseguida y todos salieron en tropel hacia los jardines. Afuera, Leviatán sobrevolaba la mansión, pero al ver la nueva amenaza se internó en la niebla. De vez en cuando se escuchaban gritos aterradores que superaban todo ruido o se llevaba a ver parte de su fisonomía de ballena. Mientras tanto, los demás demonios atacaban a los soldados que cruzaban el puente y lograban mantenerlos a raya.

—Vamos a buscar a Lilit —dijo la Llorona—. Puede que esté en problemas.

Ciro intentó usar su olfato de demonio para encontrarla y creyó que lo había logrado.

—Para allá —dijo al señalar la escalera. La Llorona ya se disponía a subir, empero, Ciro le dijo que se detuviera—. No es arriba, es atrás de la escalera.

Entonces, la Llorona traspasó la estructura y siguió a toda velocidad. Mientras que Alan y Ciro tuvieron que dar la vuelta, meterse por la puerta y caminar por el corredor.

Lilit y Miguel tenían una dura batalla en la sala del trono. Al parecer, la habitación percibía la tensión y todas las cortinas se habían cerrado. Sólo el recién encendido fuego de las antorchas iluminaba la lúgubre sala.

La pelirroja recibió un corte en el muslo y se tambaleó. Hacía un esfuerzo por mantenerse de pie y tuvo que hacer uno mayor para levantar la espada y evadir un ataque más.

—Pensé que me amabas... Que íbamos a tener algo serio ¿No era así?

—Eso pensé, pero me di cuenta de que nada más me usabas para llegar al trono. Así que decidí usarte para redimirme ante el señor —se excusó con una seguridad que evidenciaba un deje de locura.

—¡Mentira! Dios quiere que pienses eso para que vayas de nuevo a olerle los pies. Él remarca eso como arte del diablo, pero no quiere decir que no lo haga.

—¡Callate! —Miguel atacó con la cara de la hoja y le asestó un buen golpe en el rostro que tumbó a Lilit en el suelo—. Ya vas a ver, cuando vos te quedes en el Estigia para siempre nadie va a poder detenerme.

—¿Qué decís, pelotudo? ¿Te pensás que ella está sola? —dijo la Llorona que acababa de entrar.

Miguel intentó mantener la calma y esconder su sorpresa.

Los huérfanos del infierno #TWGamesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora