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Ciro y Bruno abrieron sus alas al mismo tiempo, agarraron a Alan y despegaron lo más rápido que les fue posible.

El aire silbaba en los oídos del joven. A diferencia de la otra vez, Alan sentía como si el aire estuviera más tenso y los brazos le dolían. No sabía cuánto más podría aguantar.

Unos minutos después, empezaron a escuchar el fuerte aleteo de los dos pares de alas de Astarot. Lo seguía a sus espaldas e iba mucho más deprisa que ellos.

Para suerte de Alan, los chicos, que empezaban a cansarse, bajaron la altitud y cuando se desprendió de sus brazos, la caída no fue tan dura.

Se levantó lo más rápido que pudo y de inmediato sintió los pies de Astarot que pisaban el suelo. El demonio mostró sus garras. Su piel se volvió escamosa, su lengua filosa salió de entre sus labios y sonrió con sus trituradores dientes.

Entonces, Ciro y Bruno llegaron detrás de Alan. Lo tiraban de los brazos para ponerse en vuelo otra vez, pero tenían al demonio muy cerca, no llegarían lejos. El joven analizó el entorno por un momento y vio sólo una única escapatoria.

Se lanzó a correr hacia la vitrina de un local, la cual, en la noche de Buenos Aires reflejaba a la perfección cualquier cosa que estuviera cerca. Ciro y Bruno lo miraron unos segundos y después se fueron detrás de él.

Alan se fundió contra el vidrio y desapareció, Bruno ya dispuesto a hacer lo mismo se vio detenido por Ciro.

—¿A dónde nos lleva eso? —preguntó.

—Al infierno —dijo Bruno nervioso al ver que Astarot se lanzaba tras ellos.

—¡Vengan acá hijos de Andras! —vociferó en su carrera.

Antes de que el cristal absorbiera todo del joven semi-demonio pudo escuchar lo que el diablo había gritado. Ciro se tensó, había revelado su secreto y se aferró a la idea de que su hermano quizá no había llegado a escuchar.

Pero no perdió más tiempo, se lanzó a correr y con una sensación fría su cuerpo desapareció dentro del reflejo.

Alan estaba en el infierno. Recordaba a la perfección la última vez que había estado ahí. Se había escapado del internado cuando tenía nada más que seis años. Se había metido en el Parque de la Costa y cuando se cayó y se raspó la rodilla conoció por primera vez en su vida a un médico. Después se decidió por visitar un hospital y allí fue donde Andras lo encontró.

Recibió el castigo que se merecía y pasó una hora, durante siete días, dentro de la séptima sección del infierno.

Apenas entró se alejó de lado negativo del vidrio que reflejaba, por el cual todavía veía a Ciro y a Bruno en el mundo mortal. Al moverse, la niebla tapó todo a sus espaldas y se encontró perdido.

Todo a su alrededor era niebla, ya no veía el espejo por dónde había entrado y si los chicos lo siguieron, tampoco sabía dónde estaban.

Andras le había enseñado cómo moverse por esa zona y la verdad, no era para cualquier persona. Él jamás había podido dominarlo y todavía no entendía en qué pensaba cuando se lanzó al vidrio. Pero trataba de ser positivo y al menos ahí no estaba Astarot.

Tenía que pensar en lo que de verdad quería encontrar, en ese lugar al que quería ir. En realidad, en un espejo o vidrio cerca de ahí. Entonces, una vez que estuviera muy concentrado sólo tendría que moverse para que la niebla le mostrase la salida. Se trataba de un sistema perfecto para recorrer grandes distancias.

Pero había algo más, en lo que Alan no quería pensar, pero en el fondo le carcomía el cerebro. La niebla no sólo lo llevaba a dónde quería ir, sino que también, en el caso de no tener buena concentración y control sobre los pensamientos, ella materializaría a tu peor pesadilla. O les abriría lugar a diferentes monstruos que la gran mayoría jamás creyó que existieran. Alan había tenido la mala suerte de cruzarse con varios en su castigo hace años y por poco sobrevivió. Entonces, decidió concentrarse.

Cuando Bruno y Ciro aparecieron en la séptima sección del inframundo, Alan ya se había perdido en la niebla.

—¿Qué dijo Astarot? —preguntó el mayor, en un intento por controlar su enojo al ya conocer la respuesta.

Ciro, miró a los ojos grises de su hermano, igual que los suyos. Intentaba controlar su nerviosismo.

—Bruno... yo... Supongo que tendría que habértelo contado antes.

—¿Qué cosa? ¿Que somos hermanos? Sí, habría sido lo más lógico—. Bruno ya no se molestaba en contener su ira.

—Pasa que...

—Por eso se fue Andras ¿No? Con razón, Alan va a buscarlo y vuelve con vos. Y da la casualidad de que tenés el mismo pelo oscuro que él tenía, y que yo tengo. Y también, el mismo color gris en los ojos. Soy medio pelotudo como para no darme cuenta ¿No?—. Bruno se le acercaba amenazante a medida que seguía con sus palabras. —Así que... acá está la causa de todo nuestro caos. Porque si MI papá no se hubiera ido por vos, nunca nos habría faltado un tutor y seguro todavía estaríamos en el internado, más felices que ahora, sin que nuestras vidas corran peligro—. Lo empujó y Ciro trastabilló un poco. Bruno se le volvió a acercar, con el rostro pegado al suyo de forma amenazadora y entonces, le dio otro empujón y esta vez lo tiró al piso.

—¿Vas a echarme la culpa por toda la mierda que hay en tu vida? —preguntó el chico todavía en el suelo―. Esperaba que mi hermano mayor fuera algo más maduro.

Bruno estaba tan enojado que sus mejillas se enrojecieron. Ya no se notaba nada de la palidez que solía tener y Ciro, que ya se levantaba del suelo, también empezaba a molestarse.

Los dedos se le extendieron y oscurecieron hasta formar garras. El cabello se le crispó y se dispersó, la cara se le estiró hacia adelante y su cuerpo era un vivo contraste entre el pálido y el negro. Con la cabeza que simulaba a la de un cuervo, Bruno había terminado de adoptar su máxima forma de demonio, la que lo hacía aún más parecido a su padre.

A diferencia de él, Ciro que estaba sorprendido, no tuvo que esforzarse para mostrar al demonio que llevaba en sí, ya que al contrario, él tenía que bregar por ocultarlo.

La trasformación que había sufrido era idéntica, lo único que los diferenciaba era que Bruno era bastante más alto que Ciro y además, este último tenía el pecho cubierto por un chaleco de cuero negro y el mayor mostraba su torso desnudo, a pesar del frío que presentaba esa zona del infierno.

Los dos hermanos no mediaron más palabras y se vieron enfrascados en una pelea en medio de la silenciosa y fría niebla.

Alan caminó por un largo rato y jamás pudo llegar a algún vidrio o espejo en la cárcel abandonada de Caseros. Lilit era su único refugio en ese momento y tenía esperanzas en encontrar una salida lo bastante cerca de ella.

Sin embargo, después de un rato, su peor pesadilla lo alcanzó. Y a pesar de que él era su peor pesadilla favorita, jamás pensó que el infierno pondría Astarot en el segundo puesto.



Los huérfanos del infierno #TWGamesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora