No sabía cuándo sería oportuno volver. Caminó y fumó todos los cigarros que le quedaban. Entonces, se dijo que iría a un lugar que de verdad le gustara. No tardó en decidir que ese lugar era un hospital. Había uno cerca del internado, pero pensó que podría ir a donde estaba Martín y visitarlo; si todavía estaba ahí.
Caminó bastante, pero después de una hora ya estaba ahí. Al igual que siempre, había doctores afuera, que fumaban y charlaban, mientras aprovechaban de un breve descanso. El joven se disponía a acercarse y entrar cuando se dio cuenta de que todavía llevaba la espada colgada al cinturón. Entonces, se dividió y su clon se quedó afuera con la espada. El otro pasó al lado de los doctores con una sonrisa dibujada en el rostro. Ellos no lo vieron y él siguió hasta entrar por las puertas automáticas del edificio.
Adentro estaba tranquilo, ya era de noche y no parecían tener muchos pacientes. En el centro del recibidor, un escritorio de recepción describía un amplio rectángulo. Dentro, varios administrativos iban de acá para allá con papeles y otras cosas. Alan se acercó y llamó la atención de una mujer:
—Hola, disculpe. ¿Le pudo hacer una pregunta?
—Ya la hiciste —contestó con cara de pocos amigos.
—Sí, bueno, pero otra más.
—Dale —. Sus gestos evidenciaban que estaba apurada y que no tenía mucha intención de perder su tiempo con él.
—Busco a un amigo que entró acá ayer a la madrugada.
—Preguntale a Leticia —. Señaló con los ojos hacia una mujer que estaba sentada frente a una computadora. Se veía joven y amable.
Después de un largo rato de búsqueda, ya que Alan sólo sabía el nombre de su amigo, Leticia logró descifrar de quién se trataba. Ya que no entraban muchos pacientes con heridas producidas por animales del zoológico. Además, para su suerte, Martín debía quedarse en el hospital un día más.
Alan ascendió hasta el cuarto piso y buscó la habitación del anarquista. Cuando llegó, lo encontró solo, sentado en la camilla con una bandeja con comida sobre las piernas.
Apenas lo vio entrar, sonrió y el joven también lo hizo.
—Eh, ¡Hola! No pensé que ibas a venir.
—Ah... andaba por acá y decidí pasar—. El joven se sentó en una silla al lado de la camilla. Miró por un rato las flores tan vivases que tenía en el florero al otro lado.
—¡Ahg! Esto está horrible—. Escupió el puré naranja otra vez dentro del plato.
—¿Te vinieron a visitar?
—Mis compañeros anarquistas, hace un rato. Estaban medio preocupados porque los cazadores del zoológico quieren agarrar otra vez a los animales y vengarse de nosotros. Pero no van a llegar a nada—. Paró para beber agua del vasito descartable. —¿Y qué podés contarme vos de tu vida?
—Ehm...— Alan buscaba cosas de su vida que pudiera decirle sin tener que mencionar nada demoniaco, y de verdad le costaba mucho.
—¿Qué hacías cuando me encontraste? — Hizo una pausa larga, y otra después de cada pregunta. —¿Dónde vivís? ¿Por qué abajo hay alguien igual a vos con una espada? ¿Quién o qué sos? —Lo miraba como si hubiera descubierto quién era de verdad.
La atmósfera se había vuelto turbia y oscura para Alan, eran tantas preguntas que no sabía cómo responder. Decidió hacer lo que le parecía mejor, correr. Se levantó para dirigirse a la puerta, pero dos hombres con ropa negra lo detuvieron, anarquistas.
Empezaba a preocuparse, lo metieron adentro de la habitación y cerraron la puerta. Martín, se sentó en la camilla e hizo la bandeja a un lado.
—Tengo mis sospechas, pero si aprendí algo en esta vida es nunca suponer, siempre buscar la verdad. Así que... decime la verdad. Quiero saber quién me salvó la vida.
—Yo... soy un adolescente mitad humano, mitad demonio. Vivo en un internado abandonado, que solía ser para chicas que iban a ser monjas algún día. Intento encontrar a un demonio dispuesto a dirigirnos contra los templarios y así poder tener una vida tranquila.
—Muy bien, amigo—. Martín extendió su brazo hacia adelante. —El enemigo de mi enemigo, es mi amigo.
Estrecharon sus manos y el anarquista se levantó. Le dio un abrazo y Alan se dio cuenta de que jamás le habían dado uno.
―Gracias, por salvarme la vida —dijo el hombre mientras se separaba.
—De nada, supongo—. Alan alzó los hombros. —¿Por qué estás en contra de los templarios vos?
—¿En serio preguntás? Esos hijos de puta vinieron acá para establecer su gobierno monárquico y terminar con la anarquía que tan feliz nos hace a todos los argentinos. Los vamos a hacer mierda a todos y no nos vendrían mal unos refuerzos del más allá. Hay más como vos ¿No? Y tienen poderes re locos ¿No?
—Más o menos—. El joven sonrió, no quería destruir las expectativas de su nuevo colega. —Digamos que no soy muy querido entre mis compañeros, así que no creo que estén dispuestos a unirse a mi causa. ¡Pero voy a hablar con ellos! —exclamó antes de ser interrumpido—. Y sí, tenemos algunos poderes "re locos"—. Hizo las comillas con los dedos y antes de que alguien pudiera decir algo, su teléfono sonó.
Tenía un mensaje de texto. Había sido enviado por el único número que él había agendado, el de la chica del internado. Se apuró a abrirlo y leer lo que decía:
«¿Dónde andás? Todo se fue a la mierda acá, nos tenemos que ir. Lilit dijo que cuando llegues vas a saber cómo encontrarnos, pero no sé si venís con nosotras o te vas con los chicos».
Alan quiso contestarle pero ya no tenía crédito, al parecer había gastado los últimos centavos al enviarle ese texto hace unas horas, para que agendara su número.
No perdió mucho tiempo en despedirse de Martín y salir a toda velocidad del hospital. Se volvió a hacer uno con su otra mitad y corrió hacia el internado. Pensaba en que hace nada más unos días, corría de la misma forma, cuando se dedujo que alguien más había salido. Pero, al igual que esa vez, decidió dejar de pensar y concentrarse en su respiración. En su mente, hizo sonar lo que recordaba de una pegadiza canción, para que su cuerpo no le preste atención a lo cansado que se iba a poner.
Tardó media hora en llegar al internado , o al menos lo que quedaba de él. El frente y partes de ambos lados se encontraban derrumbados. Más o menos, un poco del centro y el entrepiso habían logrado seguir en pie.
El portón de reja estaba tumbado y Alan pasó sin más. Subió las escaleras y entró al hall, que ahora estaba lleno de escombros y dejaba ver miles de estrellas. La escalera de la izquierda estaba derrumbada por los escombros, pero la de la derecha estaba bien. Alan subió y se encontró en el entrepiso. Desde esa altura apreciaba mejor la destrucción.
Las puertas del despacho estaban tiradas también. Alan entró y concluyó que ese lugar se veía más triste que cualquier otro, a pesar de ser el que más se había conservado. Estaba oscuro, sucio y desordenado. El ventanal de atrás, destrozado; el escritorio, tumbado y atado a una de sus patas, había un globo azul.
Alan se acercó y le bastó con verlo un poco para notar que no había sido inflado ni con aire, ni con helio. Tenía humo de cigarrillo y entonces, se puso ansioso por saber lo que tendría para mostrarle.
Sacó sus garras y lo pinchó. Se inclinó hacia adelante y se apuró en aspirarlo todo. De pronto, su vista se oscureció. Entonces, empezó a revivir en su mente, lo que había pasado.
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Los huérfanos del infierno #TWGames
ParanormalDos años después de que Andras, el demonio de los asesinos, desaparece del internado abandonado donde se encargaba de custodiar a un grupo de jóvenes semi-demonios, uno de ellos decide salir a buscarlo. Alan, quien durante años quiso ser libre, se...