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Alan se quedó parado frente al portón de la escuela. Meditaba sobre lo que iba a hacer. Le iba a preguntar a Astarot si mató a Andras... ¿Y después qué?

—Eh, Alan ¡Estás bien! —exclamó Ciro y le dio un abrazo.

—Sí, me parece. ¿Vos estás bien? —se separaron al formular la pregunta. El joven asintió como respuesta. —Creo que descubrí algo y voy a armarme de todo el valor del mundo para revelarlo, así que... ¿Astarot está adentro?

—Sí... pero... Alan...

—Bien—. No lo dejó seguir, tiró la mochila al suelo y entró a la escuela decidido. Ciro la levantó y lo siguió.

La puerta de entrada daba a un pasillo, una puerta a la izquierda daba a la secretaría y otra al lado, a la cocina. El corredor terminaba en el patio. Alan llegó con celeridad hasta él, allí estaba el demonio.

—¡Astarot!— Él se volteó para verlo. —Quiero que me respondas unas preguntas.

—Hola, ¿Qué tal? ¿Revolví en el tiempo para encontrar tu número y avisarte dónde estamos? Ah sí, de nada.

—¿Vos mataste a Andras? —preguntó en voz tan alta que los otros tres jóvenes que bajaban las escaleras lo escucharon y a Ciro, a sus espaldas, se le irguió la espina.

—No, en teoría, no lo maté —contestó con una sinceridad letal.

—Entonces, ¿Qué le hiciste?

—Destruí su cuerpo y encerré su alma dentro de los cristales de mi palacio en el inframundo.

—¡Por eso él nunca volvió con nosotros! —vociferó Bruno.

—Decime cómo llegar al palacio y cómo puedo liberarlo.

—Me encantaría decirte, pero desde esa tragedia hace unos años en el infierno... Mi palacio fue derrumbado.

—¡¿Y dónde está Andras ahora?! —exclamó Ciro.

Alan se volteó para verlo, de verdad, su cabello negro, sus ojos grises y su palidez demoniaca lo hacían ver como una joven versión del demonio de los asesinos. Agradecía que nadie lo hubiera notado, además de Lilit.

—No sé, pero espero no verlo nunca más.

—Yo esperaba a que llegaras para que me digas ¿Quién carajo es él? —dijo Bruno mientras señalaba a Ciro.

—Un demonio, lo conocí cuando salí y le dije que podía refugiarse de los templarios en el internado. Pero bueno, acá estamos —contestó Alan con rapidez, sin dejar lugar a dudas.

—Ah... Bueno. Ahora, volvamos al tema serio—. Parecía convencido con la respuesta pero no dejaba notarse tenso. —No sé si quiero ser liderado por el que asesinó a mi padre...

Ciro miró a Alan con desconcierto, él no sabía que Bruno era su hermano.

—Ahora dejen de romper los huevos, váyanse a dormir y si me quieren despedir lo hablamos mañana —espetó el demonio mayor.

El semi-demonio hijo de Andras alzó los hombros con indiferencia y se encaminó a las escaleras. Los otros dos lo siguieron y por último fue Astarot, que antes de subir le lanzó una mirada a Ciro y Alan que se quedaron solos en el patio.

—Todavía no termino con los interrogatorios.

Ciro lo miró con el ceño fruncido.

—Lilit me mostró un recuerdo con el humo, de lo que pasó esta noche en el internado—. Mientras hablaba le agarró uno de los tirantes de la mochila que llevaba puesta e hizo que se la sacara. La dejó en el piso entre ellos. —Hubo un momento, en el que ustedes dos hablaron y el recuerdo se distorsiona. Le pregunté a ella y me dijo que te preguntara a vos.

Ciro se tomó su tiempo para pensar, dudaba, humedecía los labios y buscaba la forma de contarle o quizá decidía si decirle o no.

—Lilit es mi mamá —le dijo al fin.

Alan no sabía cómo tomarse eso, sabía que Andras y ella se habían conocido pero jamás pensó que su relación hubiera sido tan estrecha.

—Ah... bueno. Gracias por no mentirme.

En el silencio de la noche se escuchó un fuerte aleteo. Los dos jóvenes salieron rápido a la vereda y vislumbraron a Astarot que se alejaba por el aire. Segundos después, llegó Bruno a sus espaldas.

—Lo vieron ¿No? Se fue.

—Vamos a seguirlo —dijo Ciro.

Los dos hijos de Andras dejaron salir sus alas negras. Sin embargo, Alan se limitó a cruzar los brazos, puesto que él no podía volar. No sabía cuántas horas habían pasado desde que se despertó en su cama después de haberse desmayado por el olor, pero sí sabía que estaba muy cansado para otra caminata.

Ciro y Bruno ya se disponían a despegar cuando recordaron la incapacidad de su compañero. Los dos se miraron y sin decir más, tomaron un brazo de Alan cada uno. Aletearon hasta despegarse del suelo y los tres, partieron detrás de Astarot.

Unos minutos después, lo vieron aterrizar en plena calle. Ellos, para no ser vistos, pararon en el techo de un local que estaba a espaldas del demonio.

Desde ahí arriba podían oler la putrefacta esencia del Astarot, que seguía parado ahí, al parecer esperaba a alguien.

Ese alguien tardó un rato en llegar. De hecho, eran más de uno. Tres templarios se presentaron con el demonio. Uno, vestido con más elegancia, le estrechó la mano.

—Es todo un gusto verlo, capitán —dijo el soldado.

Los tres jóvenes en la terraza escucharon todo a la perfección. Se miraron con caras de sorpresa total y desconcierto.

—¡Es un traidor! —exclamó Ciro en voz baja.

—Seguro él está con el ángel ese, el que hizo mierda todo el internado.

Alan los fulminó a los dos con la mirada y en su mente resonaron las palabras de Martín.

—Dejen de sacar conclusiones, nada va a ser del todo cierto hasta que tengamos la verdad.

—¿Qué otras pruebas necesitás?

Entre su discusión en voz baja, un templario se hizo escuchar abajo en la calle.

—Nos espían, señor.

Los jóvenes apretaron los dientes y se asomaron con cautela por sobre el antepecho. Los tres soldados y Astarot, los miraban con cierta gracia.




Los huérfanos del infierno #TWGamesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora