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Bruno y Astarot acababan de cruzar el río de sangre a través de un puente. Ahora, estaban en la 8A y el pasaje al siguiente sector estaría poco más adelante. Bruno no sabía bien cómo habían sobrevivido a todos los rayos, los tornados y la lava, pero lo habían hecho.

Los dos se quedaron parados a la orilla del río Lamia, por el cual la sangre de los inocentes y las vírgenes fluía con calma. Antes no lo había podido ver porque el terreno de la niebla era mucho más alto, ahora sí, llegaba a vislumbrarlo en lo profundo.

—¿Qué esperamos? —preguntó el joven.

—A uno de mis seguidores, Amon.

Bruno bufó y se tiró al suelo. Los pies le colgaban del precipicio y dejó su mirada clavada en el río Lamia. Pasaron unos minutos hasta que escuchó a Astarot exclamar:

—¡Ah! Por fin llegás, Amon.

El joven giró la cabeza y no vio lo que esperaba ver. Amon era un lobo de la mitad para adelante, para atrás era una serpiente gruesa y escamosa. Para su sorpresa, el monstruo articuló unas palabras:

—Es un traidor, te traicionó.

Bruno se puso tenso, él sabía que a Astarot no le importaba que lo hubiera delatado. Tal vez ya sabía que iba a perder, ya que conocía el futuro. Pero no sabía que Amon también y también tenía sus dudas sobre cómo se lo tomaría. Poco después comprobó que no fue de buena manera.

Amon volvió a abrir la boca, pero no habló esta vez. Una llamarada impactó a Bruno y lo lanzó por el precipicio. Cayó en llamas hasta que, sumergido en la sangre, el fuego se vio ahogado.

—Ya sabía que me había cagado, no hacía falta —le dijo Astarot, pero no parecía enojado—. Te quedas acá ahora, yo tengo que seguir.

El tornado danzaba a pocos centenares de metros detrás de ellos. Los rayos caían a sus lados y el viento los azotaba desde todas direcciones. Lilit corría adelante y guiaba al grupo. Alan iba al final junto con Ciro. Quería ser positivo y al menos estaba alegre de que ahora podía tener miedo. Ya no se preocupaba porque la niebla pudiera darle alguno de sus terrores, aunque de todas maneras, esa sección lo hacía enojarse mucho.

La ira flotaba en el aire y la respiraba a cada segundo. Odiaba a los capitalistas, a los templarios, a Lilit por haberlo llevado ahí, a Andras por haberlo abandonado, a sí mismo por no ser lo bastante valiente para irse. Irse cuando todavía las cosas estaban bien, a pesar de los templarios, él pudo haberse ido lejos y quizá enfrentarse a algunos de vez en cuando. Pero quería más, creía que no iba a poder vivir así y le parecía que una guerra acabaría con todo. Los templarios perderían y él podría irse en paz, eso le había dicho Andras. En ese momento no se había dado cuenta de que su maestro estaba cegado por la venganza y se sentía estúpido por haber aceptado ese trato.

Todo eso pasaba por su mente mientras corrían de un tornado de fuego y a lo lejos vislumbraban al cartel del siguiente cruce.

Desde las grietas de lava escuchaba a los espíritus que vivieron con ira, le gritaban cosas e incitaban a la violencia. Otros eran más atrevidos y zumbaban a su lado, lo querían asustar, lo querían hacer enojar, en efecto, querían que terminara como ellos.

Ciro estaba callado a su lado y no hacía falta que dijera nada para comprobar que estaba en el mismo estado que él. La ira empezaba a llenarlos y lo único que deseaba era salir rápido de ese lugar.

Ellos corrían y el enojo era como combustible en sus venas, ardía y le daba energías. No se cansaba, pero parecía correr por una eternidad. No conoció alivio tal como el que sintió al cruzar el puente. Debajo de este, el río Lamia, rojo y calmo, fluía hacia las otras secciones.

La parte 8A era mucho más tranquila, sin tsunamis de lava, ni tornados de fuego y mucho menos rayos que caían sin discriminar a nadie o nada. Hacia adelante un pequeño monte, no tan alto como el anterior, ascendía y cortaba el camino. Desde ahí veían pequeñas entradas tales como las de las minas.

—Cualquiera de esas nos va a llevar a la parte que sigue... Más o menos.

—¿Más o menos? —interrogó Ciro.

—Digamos que esa mina es como un laberinto y si sabes por donde ir vas a salir a la otra parte.

—¿Y sino?

—Capaz te morís, capaz te quedas encerrado para siempre, todo puede ser.

—Ah, copado. Bueno, dale vamos.

Todos subieron el monte en silencio. Ninguno admitía que en el fondo albergaban un poco de temor.

Entraron a por la primera cueva que vieron, la temperatura comenzó a bajar a pasos agigantados, la oscuridad se volvió densa y casi tangible. Lilit iluminaba un poco con su encendedor, pero no era suficiente. Caminaron por algunas horas hasta que llegaron a una caverna principal, o eso creían que era. Ya que no veían los bordes, sólo sentían que los límites se habían extendido. Eso les hizo pensar que estaban cerca y quizá a salvo.

Se quedaron quietos unos segundos en un intento por ubicarse y, de golpe, una llamarada iluminó la caverna. Vieron al lobo con cola de serpiente que descendía desde lo alto mientras, con más llamas, se aseguraba de que la iluminación se mantuviera.

—¡Amon! —gritó la pelirroja.

—¿Este payaso quién es? Vamos a darle —agregó Ciro.

—Es uno de los seguidores de Astarot.

Amon no se molestó en hablar. Lanzó otra llamarada hacia todo el grupo y Lilit, que estaba adelante, se giró rápido y extendió las alas, y así cubrió al resto de las llamadas del demonio.

La Llorona se hizo para atrás mientras que el resto desenfundó sus espadas y se lanzaron al ataque.

Amon esquivaba las hojas que le llegaban de todos lados, escupía fuego y lanzaba mordidas. Agitó la cola y le dio un golpe a Alan con tal violencia que lo tumbó al suelo.

Pero, a pesar de eso, lo superaban en número. Antes de que pudiera provocar muchos daños, Miguel lo atravesó con la espada, después Ciro y por último Lilit. El demonio se desintegró y se vio en un rápido viaje hacia el río Estigia.

Su fuego aún iluminaba la caverna, la cual tenía otra única salida. Un pequeño túnel descendía y daba lugar unas vías, sobre las cuales, varios vagoncitos de mina esperaban un impulso para comenzar a rodar.

Lilit sonrió, estaba cada vez más cerca y eso la ponía contenta.

—Dale, subamos —les dijo al resto mientras que una mano los invitaba a seguir.

Empujaron los vagones hasta que la bajada los empezó a llevar por su cuenta, subieron cuanto antes y se sumergieron otra vez en la densa oscuridad.


Los huérfanos del infierno #TWGamesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora