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A ambos lados había grandes columnas de oro con piedras preciosas de diferentes colores. En el fondo, la pared de diamante no dejaba ninguna salida y también tenía joyas incrustadas.

Se vieron obligados a retroceder hasta la pared del fondo y los espíritus no paraban de lanzarse sobre ellos. No sabían cuando más iban a poder contenerlos, Alan apoyó la espalda contra el frío diamante y sintió las piedras contra su piel. Para su sorpresa, todas se hundieron de golpe y el muro entero empezó a vibrar. Acto seguido, se levantó un poco y dejó espacio para que todos pudieran pasar tumbados en el suelo.

Los espíritus habían sido tan considerados que los dejaron de molestar ni bien se abrió el espacio. Del otro lado, todo era oscuro y el suelo parecía una rampa inclinada en un ángulo muy cerrado.

Empezaron a resbalarse y a bajar con una velocidad que aumentaba segundo a segundo. Hasta que no hubo más rampa y todos cayeron.

Antes de que pudieran intentar cualquier cosa, impactaron contra la suavidad de un colchón gigantesco. Todos se levantaron de prisa y miraron alrededor. No tardaron en comprobar que estaban en una cuna, los barrotes lo demostraban. A pocos metros de ellos había un cartel.

«Bienvenidos a la 3A, donde los no bautizados son castigados... o reprendidos» decía.

—Me cansé de decirle a Lucifer que esos carteles son muy prosaicos.

—¿Prosaico?

—Nada, Ciro. Nada...

Boe, aguantá Miss Literatura.

—Caminá antes de que te de un soplamocos.

Todos se pusieron en marcha hasta llegar a los barrotes de la cuna, donde tuvieron que descender con las alas. Abajo, el suelo era como una larga alfombra de colores, con números y dibujos. Nadie dijo nada al respecto y siguieron.

Llegaron al río Lamia y cruzaron a la 3B. Allí, la cosa era distinta. Apenas cruzaron empezaron a escuchar los llantos de los bebés. Había cubos gigantescos con letras y números, caballitos aún más grandes que se mecían con una brisa espantosa, y al final, una mamadera gigante y sin tapa. Tenía un chorro constante de leche para bebé y daba lugar a un río que surcaba la zona de forma perpendicular al Lamia y al Estigia. Al igual que el río de salsa, chocolate y el de oro, ninguno tocaba a los otros dos ríos principales que marcaban los linderos de las fracciones de cada porción.

Se pusieron a caminar y observaban los alrededores con desconcierto. Esa era la fracción más extraña hasta el momento. El infierno los sorprendía cada vez más y más.

A medida que se acercaron empezaron a ver a algunos bebés que se asomaban al río a beber leche. Pero también habían adultos, los cuales iban de acá para allá en un intento por acallar los llantos de los bebés. A Alan le parecía imposible, pero no podía imaginar qué tan desesperados podrían estar esos espíritus que estarían una eternidad con la tortura de ese yanto constante.

La Llorona se apresuró y se acercó a uno de los hombres.

—Disculpe buen señor...

—¡Mis papás eran ateos y no me bautizaron!

—Ah, pero qué terrible... ¿No viste a mis hijos?

El hombre calmó su enojo y se secó las lágrimas.

—¿Cómo se llaman?

—Jennifer y Jonatán.

—¡Jeni, Joni! ¡Vengan para acá!

Los huérfanos del infierno #TWGamesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora