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Alan supo que cada fragmento de ese recuerdo había sido real y estaba sorprendido de verdad. Lilit le había mostrado más de lo que hubiera querido y se sentía desnuda por eso; de hecho, era peor. Ella había estado desnuda frente a más personas de las que pudiera contar, y nunca se había sentido tan expuesta.

Caminaron un rato por el húmedo y oscuro túnel hasta que salieron por una gran compuerta hacia una nueva sección.

Un cartel bien firme y colocado estaba justo frente a la entrada. "Bienvenidos a la 2C donde la Avaricia y la Envidia se apremian... o se castigan" decía.

Estaban en un terreno elevado y desde ahí veían al río Estigia y más allá al río Lamia. A diferencia de las porciones que habían recorrido hasta ese entonces, esa se veía mucho más tranquila.

Bajaron hasta el lindero marcado por el Estigia y cruzaron a la 2B. Allí la cosa se ponía más pesada.

Había un pequeño monte de diamantes del cual emergía un río de... Oro. Los espíritus se tiraban a nadar sobre él y enseguida gritaban de dolor. Otros intentaban picar los diamantes con sus manos y un tercero había logrado subir a la sima.

—Soy el rey de la montaña de diamante. Arrodíllense ante mi gloria.

—¡Bajate de ahí, ridículo! —le gritaron desde abajo.

Todos empezaron a abuchearlo y a tirarle piedritas del suelo. Alan y los demás aceleraron el paso, al menos nadie parecía fijarse en ellos.

Más adelante había un pequeño cráter lleno de joyas y de vez en cuando caía alguna del cielo junto con las demás. Alan dedujo que serían ofrendas al infierno o quizá cosas que algunos espíritus libres robaban. Alrededor del cráter, otros espíritus peleaban entre ellos para conseguir las mejores cosas. Decidieron apurar más el paso y otra vez, nadie les prestó atención.

—¡Eh! ¿Pero qué es eso? Ellos tienen las mejores vestimentas y estoy más que seguro de que tienen las mejores joyas. Ellos deberían mandar este lugar ―gritó alguien a sus espaldas.

Todos se giraron rápido y se encontraron con un demonio. No era muy alto, tenía cabeza de mochuelo y un taparrabos hecho de piel de puma.

—¿Quién es? —preguntó Ciro.

—Pruslas —le contestó Lilit―. Otro de los tres sirvientes de Astarot.

—Entonces son... Pruslas, Amon... ¿Y?

—Barbatos.

El seguidor de Astarot sonrió, parecía ver algo que ellos no veían y cuando Alan miró a su alrededor se dio cuenta. Estaban en problemas.

Todos los espíritus se habían congregado a su alrededor y los miraban con un enojo causado por una envidia insana.

—¿Ellos tienen las mejores cosas?

―Vamos a hacerlos mierda y a sacarles todo.

—¡Dale!

Todos se lanzaron contra ellos y apenas llegaron a desenfundar sus espadas. A pesar de que eran espíritus el corte de la hoja los enviaría al río Estigia.

Formaron un círculo y empezaron a repeler a todos. Excepto la Llorona, la cual estaba en el centro ya que no contaba con una espada. Ella aprovechó el momento y le gritaba a los espíritus:

—¿No vieron a mis hijos? Son chiquitos y se parecen a mí.

Alan estaba demasiado concentrado en la pelea y neutralizaba espíritus a diestra y siniestra. No sabía muy bien qué podrían hacerle, pero de todas maneras tenía miedo.

Un rato después, los espíritus se dieron cuenta de que no había forma de acabar con ellos y que sólo lograban que los mandaran al Estigia, por lo que decidieron calmarse. De pronto, todos se hicieron invisibles y se esparcieron por ahí. Pruslas ya no estaba y ellos siguieron su camino.

Llegaron adonde el río Lamia separaba las secciones. Cada vez estaban más abajo y el río, más cerca. Cruzaron a la 2A y enseguida dedujeron que el pasaje al otro lado debía estar en el gran palacio de diamantes, oro y otras piedras preciosas.

Ya no había rastro de espíritus, pero de todas formas se apresuraron a entrar. La puerta de doble hoja era alta y maciza, y estaba abierta de par en par. Pero apenas entraron se cerraron de un portazo. Pruslas apareció más adelante descontrolado por las risas.

—Astarot me dijo que iba pasar esto —articuló un poco más calmado—. Y ahora voy a matarlos.

El demonio desenvainó dos espadas y varios espíritus se hicieron ver. Enseguida agarraron a Lilit, Miguel, Ciro, Alan y las otras cuatro chicas.

—¿Quién quiere morir primero? —preguntó Pruslas al acercarse.

—Tu vieja —dijo la Llorona que acababa de reaparecer a su espalda. Lo empujó con una patada y empezó a llorar de forma exagerada.

Por alguna razón, el llanto infundió un terrible pánico en los espíritus y desaparecieron tan rápido como habían llegado.

Pruslas se giró en el suelo y lanzó dos espadazos a la Llorona, pero ambos la atravesaron sin más. Entonces, el demonio se levantó.

Alan llegó por un lado y Ciro por el otro. Desvió sus ataques con cada espada y se repuso en un instante para repeler a Miguel y Lilit. Las cuatro chicas se lanzaron juntas con las espadas en alto y Pruslas demostró sus habilidades. Lanzó una patada que empujó a dos hacia atrás y después de detener las hojas de las restantes, efectuó un contraataque que las decapitó como si tuvieran huesos de queso.

Lilit llegó como un rayo de furia y Pruslas por poco logró esquivar su ataque. La pelirroja ahora mostraba su forma de demonio y dejaba ver su lado más salvaje y agresivo. Ciro había hecho lo mismo y juntos se lanzaron al ataque.

Alan deseó por ese momento poder ser un demonio completo. Así iba a poder convertirse y vengar a las dos chicas. Pero no podía... ¿Quizá no había sido lo bastante malvado?

Miguel le dio una palmada en el brazo y se miraron. No dijeron nada más y se lanzaron contra Pruslas.

El demonio desviaba cuatro espadas con una habilidad sorprendente. Después, las otras chicas se unieron a ellos y aun así no lograban superarlo. Hasta que Alan lanzó una estocada que Pruslas se vio obligado a trabar. Ciro aprovechó ese momento y le cortó una mano al demonio. Quedó conmocionado y Lilit llegó para mutilarle el otro brazo.

Por último, la Llorona que se había hecho con la espada de alguna de las caídas, se la clavó en el pecho. Acto seguido, el espíritu de Pruslas se retiró de su cuerpo para llegar a las rápidas aguas del Estigia.

Lilit dirigió una última mirada a sus dos chicas fallecidas y tuvo que poner la vista en otro lado.

—Vámonos —dijo en un intento por ahogar la culpa y la tristeza que empezaban a llenarla.

Las puertas del palacio se volvieron a abrir y una multitud de espíritus enojados por la envidia irrumpieron en tropel.

—¡Vámonos! —volvió a decir, pero esta vez gritó.

El palacio no parecía tener ninguna otra puerta ni ningún pasadizo. ¿Estaban encerrados?

—¡¿Por dónde?! —gritó Alan.

—¡No sé!

Los espíritus se acercaban y al no ver ninguna salida, prepararon sus espadas para pelear otra vez.

Los huérfanos del infierno #TWGamesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora