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Alan impactó contra el suelo y con rapidez se cubrió el rostro mientras los escombros y maderas caían. Entonces, sintió el metal que penetraba su abdomen.

Las cosas ser habían calmado, puesto que, ya nada caía. En consecuencia, Alan corrió los brazos y abrió los ojos. Una varilla de hierro estaba clavada a un lado de su panza. Más adelante, más allá de los escombros y algunos arbustos, vio a Marta y a Franco.

Empezó a largar humo por su nariz hasta que formó otros dos clones. Uno corrió algunos escombros hasta alcanzar la mochila. Sacó uno de los palos de lacrosse y se dirigió hacia la monja. Mientras tanto, el otro clon intentaba sacarle el hierro a Alan.

La situación lo hizo recordar a cuando, hace nada más unos días, Bruno le había clavado la espada templaria en el estómago y él se había quedado tirado en el jardín del internado. Un miedo lo atacó de súbito, en ese tiempo no lo sabía, pero había estado muy cerca de morir y de perder para siempre a una parte de su alma; que nadaría por la eternidad en el río Estigia.

Franco ayudaba a Marta a cargar el lanzacohetes cuando el clon llegó y les asestó un golpe a cada uno. Blandía el palo como si se tratara de una espada, y la verdad, el aluminio reforzado y el plástico duro de la canasta, golpeaban fuerte.

Marta se repuso rápido del golpe y desenvainó un machete que llevaba debajo de sus vestiduras. Franco, en cambio, todavía intentaba levantarse del suelo.

El clon semi-demoniaco y la monja se vieron enfrentados en una violenta lucha. El palo empezaba a rayarse y arañarse, pero Alan continuaba con los golpes. Lamentaba que esa cosa no tuviera filo para poder rebanar a la mujer de una vez por todas. Pero, de todas formas, cuando llevó el brazo hacia atrás mientras sostenía el palo de lo más bajo y, después, lo giró hacia adelante con toda la violencia y la palanca que podía ejercer, le dio de lleno en la cabeza a Marta. Ella cayó al suelo con la mente que le oscilaba en el lindero de la inconsciencia.

Sin embargo, no le había prestado atención a Franco, que había logrado recargar el lanzacohetes. Se guió por el olfato y el sonido, y entonces, disparó.

Alan apenas tuvo tiempo de tumbarse en el suelo. El proyectil surcó el aire sobre su cabeza y siguió hasta estrellarse contra un auto, que de inmediato, voló por los aires.

Marta se levantó a duras penas, llegó con Franco y lo tomó del brazo.

—Tenemos que irnos.

Se alejaron a toda velocidad, llegaron hasta el auto robado y subieron. Por lo visto, Marta no estaba en condiciones de conducir, así que Franco tomó el volante. Chocó a un par de coches estacionados antes de colocarse bien en la calle y dirigirse a la salida.

Entonces, llegó la otra mitad de Alan, en su espalda llevaba la mochila. Ya había absorbido al herido y se encontraba bien. Entonces, los dos se hicieron uno.

Alan miró al suelo, el lanzacohetes seguía ahí y dentro del maletín todavía quedaban dos cargas. Se apresuró a guardar todo y cuando terminó Ciro llegó a sus espaldas.

—¿Estás bien, Alan?

—Sí, ¿vos?

—Bruno me salvó la vida—. Alan giró para verlo de frente y alzó una ceja, extrañado. —En serio.

—¿Y dónde está?

—Estaba herido, pero me dijo que no era grave. Se fue por la otra salida.

La gente empezaba a llegar y a congregarse en el estacionamiento para ver lo que había pasado.

—Tenemos que irnos, tomá—. Le pasó la mochila y el palo que todavía empuñaba, y él se cargó el largo maletín al hombro. —Vámonos, rápido.

Ciro se dirigió a la cárcel abandonada mientras que Alan se fue al hospital. Tenían que ahorrar todo el tiempo que les fuera posible.

El semi-demonio llegó agitado de tanto correr y antes de entrar, tiró el maletín al suelo y se sentó sobre él a descansar. Miró unos segundos a los médicos que descansaban afuera y después sacó su teléfono. Tenía el treinta y siete por ciento de batería y ya eran las cinco de la tarde. Lo mejor que le podría pasar era entrar ahí y que Martín ya se hubiera ido.

Se fue a un lado del hospital y se dividió en dos. Uno se quedó afuera con el lanzacohetes, mientras lo dejaba a punto en caso de que llegara Astarot y tuviera que disparar. El otro Alan, entró con mucha prisa y se dirigió directo a la habitación de Martín.

Entró apurado y se lo encontró ahí, sentado en la camilla.

—¡Alan! Ya sabía que estabas acá—. Levantó un pequeño radio negro y lo agitó con suavidad para que lo viera. ¿Dejaste a otro abajo?

—Sí, por seguridad. Tengo que contarte algo.

El joven procedió, Martín se tomó lo que le decía con toda la seriedad que tenía. Eso le agradaba, porque no era normal que alguien creyera tan fácil todas esas cosas.

Informó a todos los anarquistas que lo protegían para que estuvieran atentos a Astarot. De hecho, los obligó a todos a ponerse lentes de sol, ya que, si un humano miraba directo a sus ojos perdería su alma para siempre. Se supone que encerraba las almas en los cristales de su palacio en el infierno, pero había mencionado que había sido destruido, pero de todas formas, era mejor prevenir y cubrirse los ojos.

Alan no creía que ellos pudieran hacer mucho, sin embargo, si hubieran tenido acero templario... De todas maneras, estaba seguro de que Lilit, Ciro y las chicas iban a venir y las cosas estarían más parejas. Con suerte, Astarot no lo prevería, a pesar de su habilidad de ver el futuro.

Después de un rato de espera, un médico llegó a la habitación. Saludó a Martín con una estrechada de manos y después a Alan. El anarquista le dijo al médico que él era su hermano menor, para que no lo sacara.

El doctor empezó a revisar las suturas que tenía en el torso y la del rostro, y Alan observaba con cierto interés.

Abajo, Alan esperaba con el lanzacohetes listo cuando Lilit, Ciro y dos chicas llegaron. El semi-demonio se dividió otra vez. Uno se quedó afuera con el arma pesada y el otro entró con los demás.

Pasaron por la recepción y a través de un vidrio pudieron ver la Sala de Urgencias. Estaban demasiado ocupados con un par de heridos que llegaron de la explosión del shopping. Entonces, ahí fue cuando vieron a Bruno en una camilla. Se sostenía la pierna que tenía un largo corte.

Alan no le prestó mucha atención, siguieron por los corredores y por las escaleras hasta llegar al piso de Martín. Al llegar arriba, se encontraron con el doctor que iba hacia al ascensor, ya había terminado de revisarlo y le había dado el alta.

El corredor estaba vacío y Ciro aprovechó para darle su espada templaria a Alan. La otra mitad salió de la habitación. Pero antes de ir con ellos, asomó la cabeza adentro y dijo:

—Llegaron los refuerzos.

Entonces, se dirigió con su grupo y los puso al tanto, aunque Ciro ya les había contado la mayoría.

—No vamos a dejar que nada le pase. Y podés contar conmigo y las chicas para unirnos al plan de los anarquistas —le dijo Lilit.

Alan sonrió, pero la sonrisa se le borró rápido. Escucharon el estallido de un proyectil del lanzacohetes. El hospital estalló en gritos, las luces se apagaron y Alan pudo saber lo que le pasaba a su clon que esperaba abajo.

—Astarot llegó.


Los huérfanos del infierno #TWGamesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora