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Alan quería ser optimista y creer que no todo su plan estaba perdido. El templario tenía la espada desenfundada y unos metros atrás las monjas, los jugadores y el entrenador estaban perplejos. El otro templario no soltaba su agarre por nada en la vida.

Entonces, cuando el joven vio a dos pumas que andaban como si nada, se preguntó qué tan lejos del zoológico estarían, o de la selva quizá. De todas formas, algo le decía que esos animales no eran autóctonos, así que se inclinó por su primera deducción.

Después, todo ocurrió muy rápido. Franco y el otro Alan arrancaron el auto, tiraron el tejido y se metieron a la cancha, todo mientras no paraban de tocar la bocina. Produjeron tal estruendo que todos se alarmaron. El juego se detuvo y los pumas asustados se hicieron ver. Las personas empezaron a correr despavoridas, pero los templarios seguían con Alan.

El que estaba armado alzó su hoja dispuesto a acabar con el joven semi-demonio de una vez por todas. Fue en ese momento, cuando un puma saltó sobre el templario y comenzó a atacarlo. Entonces, Alan tomó su palo de lacrosse con la otra mano y le asestó un golpe en la cabeza al soldado que lo retenía. Cuando el joven se le escapó, el hombre no se molestó en seguirlo, sino que, corrió de los pumas.

Ambos Alan's empezaron a buscar a Ciro entre el tumulto de jóvenes en la cancha. Antes de que lo pudieran encontrar, sobre los gritos se escuchó el metal de las armaduras templarias; una tropa que se acercaba.

Cuando vieron al ejército entrar, los dos pensaron que tenían que huir, pero no podían abandonar a Ciro. Antes de que pudiera pensar en algo, el joven llegó a su lado.

—¡Alan! —exclamó. —No te veía en ningún lado.

El muchacho no se paró a dialogar, lo agarró del antebrazo y lo llevó hasta el auto que seguía parado a mitad de la cancha. El clon con la espada estaba ahí con Franco y apenas llegó la otra mitad se unieron. Entonces, un único Alan prevaleció con las vestimentas de lacrosse puestas. La espada que el otro tenía quedó en el suelo, la levantó rápido y se metió en el coche. Una vez que Ciro entró por la puerta de atrás, Alan le dio la orden a Franco de que arrancara. A toda velocidad, salieron de la cancha.

—¡¿Qué mierda fue eso?! —dijo el hijo de Andras sorprendido.

Una vez que estuvieron alejados de todo el caos, Alan le contó que podía multiplicarse y también le explicó quién era Franco. No pareció tener muchas dificultades para entender, viajaron un rato en silencio hasta que un sonido los alarmó a todos.

Franco detuvo el auto de golpe y el que venía atrás apenas alcanzó a frenar lo suficiente para empujarlos sólo un poco.

Alan empezó a revisar la guantera en busca de la prominencia del sonido. Una dulce melodía artificial, con tintineos pegadizos que se repetían. Al joven semi-demonio no le costó encontrar el teléfono inteligente que recibía una llamada en ese momento.

—¿Sos pelotudo? ¿Cómo mierda vas a frenar así? —dijo el chofer del auto de atrás, bastante enojado. Se bajó y se apresuró a ver cómo estaba el frente de su vehículo.

El hombre, después de analizar los daños, se acercó a la ventanilla de Franco. Entonces, se dio cuenta de su ceguera. Sin decirle nada más volvió a su coche. Arrancó y los pasó por al lado con alta celeridad. En ese momento gritó:

—¡Aprendé a manejar ciego de mierda!

El celular dejó de sonar y un silencio incómodo gobernó el entorno. Alan agarró el teléfono y justo en ese momento un delivery de pizza se estacionó delante de ellos.

Los huérfanos del infierno #TWGamesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora