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El espíritu de Ricardo aún estaba parado en el centro del salón. Los otros habían neutralizado a todos los espíritus y ahora estaba solo.

Los demás se le acercaban con lentitud y con las espadas que lo apuntaban. Pero se disolvió y se escapó a toda velocidad antes de que lo alcanzaran.

—¡Puto! —gritó Ciro—. Dale, vamos.

Todos corrieron hasta la gran puerta que llevaba a la próxima habitación.

—Nos vamos a morir prendidos fuego —dijo Alan nervioso.

—Tranca, Alan. Estoy segura de que ya sos un demonio completo, yo que vos le tendría miedo al acero templario nomás, y bueno, al hierro infernal.

Se levantaron y Lilit agarró su mochila y su espada. Sus ropas se habían incinerado al igual que la mochila de Alan. El joven agarró su espada y pasaron a la próxima habitación. Ni siquiera le importaron las llamas, confiaba en que Lilit tuviera la razón.

El cuarto contiguo era igual a ese, sólo que tenía un armario lleno. Empezaron a revolverlo, tenían que vestirse rápido e ir con sus amigos.

Lilit consiguió ropa interior y un vestido gris y largo. Era algo suelto pero aun así dejaba ver las curvas de su cuerpo. Lo cortó un poco con sus garras y después se peinó. Mientras tanto, Alan había conseguido un pantalón negro de vestir, una camisa blanca, encima, un chaleco azul oscuro y además un sobretodo que iba con los pantalones.

Se calzaron unos viejos zapatos, los de Lilit con tacón, y pasaron a la siguiente habitación. Ésta, los llevó donde el río Estigia separaba la fracción.

Cruzaron el puente hacia la 4B y corrieron por el pasillo hasta el comedor.

Al igual que la habitación en la que habían estado antes, donde enfrentaron a los espíritus, esa era un comedor.

La Llorona había agarrado un trozo de mantel blanco en el cual había escrito con sangre:

Perdí a mis dos hijos Jennifer y Jonatán, si los viste por favor haceme el favor de devolverlos.

PD: Los secuestró Barbatos.

La llorona.

Usó dos cuchillos para clavar la tela a la pared y se disponía a seguir a la próxima habitación, pero al darse vuelta vio que Ricardo, el comandante, los miraba.

—Sacalo.

—No, no, no —empezaron a decirle todos.

Se le acercó a la Llorona con agresividad y Ciro se puso adelante. Usó el codo para alejarlo y en se momento, Ricardo se tumbó de espaldas, como si Ciro lo hubiera empujado.

—¡Ahhh! ¡Ahhh! —gritó como si el dolor hubiera tomado cada ápice de su cuerpo—. ¡Prensa! ¡Prensa! ¡Me empujaron!

—Te tiraste, pelotudo.

Ricardo se disponía a levantarse, pero Ciro blandió su espada listo para matarlo. Antes de que el acero templario llegara a tocarlo, se esfumó.

Del otro lado, aparecieron más espíritus listos para luchar. Todos juntos se lanzaron al ataque mientras vociferaban su grito de guerra:

—¡Miami!

Lilit y Alan creyeron que sus amigos ya andarían por la 4A, así que Lilit se concentró y el segundo comedor al que pasaron, los llevó directo al próximo cruce, donde el río Lamia bajaba con lentitud.

Cruzaron el río por una columna ancha que estaba tumbada y unía ambas orillas. Del otro lado estaban en un salón circular con muchas puertas. Todas los traían otra vez al mismo lugar y les era muy difícil concentrarse para seguir.

Los huérfanos del infierno #TWGamesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora