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La mujer que había estado con él salió por el portón y se alejó de Alan lo más rápido que pudo. Para su suerte, el joven seguía tumbado en el asfalto y no la vio salir. No era más que una ramera a la que Marta y Franco habían contratado para un servicio especial.

Un coche lo esquivó a toda velocidad y eso hizo que Alan decidiera levantarse. Se tomó su tiempo y para cuando Martín y Ciro llegaron ya estaba de pie. Se volteó y de pronto se vio iluminado por dos faros. El auto frenó con violencia y quedó a unos metros de él. El semi-demonio miró a sus amigos en la vereda, no decía una palabra, parecía hipnotizado.

—¡Pibe! Salí de la calle que te van a atropellar... ¡Pelotudo! —gritó el hombre desde su asiento.

El pibe giró su mirada hacia él y sus dedos se convirtieron en garras. Pero Martín llegó a toda prisa, rodeó con un brazo y lo sacó de la calle.

—Disculpe, mi hermano tiene problemas —se excusó Martín.

—Sí, en la cabeza tiene problemitas —agregó antes de acelerar e irse.

Martín miró el espejo retrovisor y comprobó que el hombre también los miraba, y antes de que estuviera lo bastante lejos, alzó el dedo de en medio.

—¡Andá a hacerte coger, puto!

El vehículo se alejó sin más y Martín sentó a Alan en el cordón de la vereda. Le puso una mano en el hombro con delicadeza y lo miró a los ojos, el joven tenía la mirada perdida.

—Alan ¿Qué pasó?

Ciro se acercó y se sentó a su lado. El semi-demonio inhaló y después exhaló, se tranquiló un poco y de súbito. Procedió a contarles, pero omitió lo de la mujer, ya sospechaba que había sido una tramoya de los otros dos.

—Así que ellos tienen a la otra parte —concluyó Martín.

Alan asintió nada más.

—Vos volvé a la fiesta, tomá un poco de alcohol y olvidate del tema. Yo los voy a buscar —le aseguró el anarquista. Acto seguido, le tendió la mano y lo levantó.

Los tres volvieron adentro, Alan y Ciro a la fiesta y Martín tenía que conseguirse un coche y buscar algo antes de salir.

La fiesta ya no era lo mismo para Alan. Su otra mitad agonizaba en el asiento trasero de un auto y él estaba sentado junto con Bruno mientras los dos bebían alcohol. Al menos eso si funcionaba.

Les cantaron el feliz cumpleaños a los seis antes de que se hicieran las doce. Después, Bruno se tuvo que ir porque Astarot lo esperaba. El resto de la velada, Alan estuvo con Lilit, Ciro y las chicas. Tomaron hasta más no poder y no sabía nada de Martín ni de su otra parte.

Al final, se fueron todos a dormir. Al otro día tendrían que entrar al infierno y aventurarse en un largo viaje hasta el trono. Alan esperaba poder volver a ser dos tercios antes de tener que entrar, no quería comenzar el viaje en ese estado.

Ciro y él llegaron a su habitación, expalco, cada uno se quitó las vestimentas formales y se metieron en sus camas. Le era muy difícil, pero tenía que conciliar el sueño y recargar energías.

Después de intentar durante varios minutos, decidió tomar una ducha y darse un paseo. Bajo un brazo llevaba ropa y una toalla, y con el otro sostenía un palo de lacrosse.

Llegó a los vestuarios y, en parte, sintió alivio al encontrase con que no estaba vacío. Un anarquista se duchaba también y Alan no perdió tiempo en meterse bajo el agua cálida.

Estaba agradecido de que todo estuviera separado por cubículos y que cada uno tuviera una cortina. Era bastante vergonzoso respecto a ese tema.

El hombre se fue mucho antes y Alan se apuró, no quería admitírselo ni a sí mismo, pero tenía miedo de quedarse solo. Más en ese baño, donde el espejo casi lo succiona y Bruno y Andras se le habían aparecido. Pero pronto se convenció de que habían sido alucinaciones y nada más.

Salió de la ducha, con la toalla envuelta a la cintura y antes de terminar de secarse y vestirse se dirigió al espejo. Se quedó un largo rato, miraba a través de sus ojos y se hacía las mismas preguntas una y otra vez.

¿En qué me estoy convirtiendo? ¿Qué tan lejos voy a llegar sólo para conseguir mi preciada libertad? ¿Todo esto lo vale? ¿Cuánto más voy a perder?

Un «no lo sé» era la respuesta a cada una.

En definitiva, decidió no darle más vueltas al asunto y procedió a vestirse.

Salió a la cancha donde la noche fría de un otoño, casi invierno, lo impactó. Allí, en medio de la cancha, estaba Lilit también. Permanecía parada al lado de lo que antes había sido la huella de Leviatán.

—Hay una cosa que no entiendo —le dijo Alan mientras se acercaba a sus espaldas.

—¿Qué cosa? —preguntó ella, que permaneció inmutada por su repentina llegada. Al parecer, ya se había percatado de su presencia desde hacía rato.

—¿Cómo los templarios pueden servir a Astarot y a Miguel a la vez?

—Que no te sorprendan las habilidades que un demonio pueda tener para la persuasión. Creo que es lo que mejor me sale, y Astarot tampoco lo hace tan mal. Pero igual, ahora que Miguel me entregó su corazón... Sus alas son negras y perdió el respeto en el cielo. —Lilit miró hacia arriba, como si buscara algo—. Igual, ya lo había perdido hace rato.

—O sea que todos los templarios sirven a Astarot. —Alan tenía la mirada de estupefacción en el rostro y no la pudo disimular.

—Andá a dormir, dale. Que no sé cuándo vamos a poder dormir una vez que estemos adentro.

—Buenas noches.

Bonne nuit, à plus tard —le respondió la pelirroja, en francés.

Alan volvió a la cama, algo más tranquilo. Tenía esperanzas en que Martín traería a su otra parte de vuelta, quería ser positivo. Se acostó en silencio, Ciro ya roncaba y él no tardó en hacer lo mismo.

Varias horas después, una sensación de ahogo lo despertó. Su pecho se le cerraba, estaba agitado y no podía tranquilizarse; el pánico lo invadía.

Ciro se despertó y encendió un velador, las primeras y algo apagadas luces del alba empezaban a asomarse pero aún estaba oscuro. Subió a la cama de su amigo, en el fondo ya sospechaba lo peor.

Lo tomó de los lados e hizo lo posible para devolverlo en sí. No paraba de sacudirlo y repetir su nombre, pero nada funcionaba. Lo único que pudo hacer fue contenerlo en sus brazos.

Mantuvo el abrazo mientras Alan perdía el control de su propio cuerpo. Ciro intentó mantenerse tranquilo, respirar ese aire fresco y matutino, y así poder calmar a su amigo que cada vez se sentía más destruido y más vacío.


Los huérfanos del infierno #TWGamesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora