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Martín rodeaba a Alan con un brazo, los dos estaban sentados en una improvisada barra en lo que antes habría sido una sala de espera. El chico tomaba jugo de naranja recién exprimido.

—¿Te sentís mejor?

—Mejor sí, bien no... Una amiga mía murió en el ataque a la cárcel de Caseros.

—¿Te gustaba? —quiso saber Martín.

—No, pero era bueno tener al menos a una amiga en el internado.

Alan apoyó el vaso en la barra y el anarquista lo abrazó.

El semblante de Lilit se tornó preocupado.

—Cierto... Vos habías guardado la espada acá.

—Y nada más vos y yo sabíamos la contraseña... y bueno, Andras.

—Sí, pero yo no la saqué.

—Y yo tampoco... pero Astarot dijo... No, no puede ser—. Alan negó con la cabeza una y otra vez.

—¿Qué dijo?

—Dijo que Andras estaba encerrado en los cristales de su palacio. Pero fue destruido y su alma ahora estaba libre... ¿Hay alguna forma de que él pudiera haber vuelto y haberse llevado la espada?

—No... es casi imposible —respondió la mujer con repentina brusquedad.

—Entonces... ¿Pensás que Astarot pudo haber descubierto la contraseña?

—Puede ser, pero bueno. Tenemos que irnos.

Lilit salió al entrepiso y extendió sus alas con plumas negras. Agarró a Alan por debajo de los brazos y despegaron.

Cuando un anarquista llegó y le dijo a Martín que habían traído "eso" Alan se quedó solo. Acto seguido, apoyó sus brazos en la barra, escondió la cabeza entre ellos y lloró.

Se desahogó como nunca lo había hecho. Vació ese agujero lleno de lágrimas que hervían y se precipitaban por salir.

Entonces, Martín volvió. Alan lo escuchó entrar, pero él se quedó parado y esperó a que el chico se limpiara el rostro. Después, le habló:

—Llegaron tus amigos.

Alan y Lilit volaron un largo rato hasta llegar a Tigre. Una vez allí, descendieron y empezaron a caminar.

—¿Qué buscamos?

—Un barco, llamado Leviatán.

—¿Tiene algo que ver con el demonio? —preguntó mientras continuaba la caminata.

—El barco es el demonio.

Caminaron hasta llegar al Parque de la Costa, que quizá se trataba del parque de diversiones más famoso de Buenos Aires. Entraron sin más, ya que se manejaban con entrada libre y gratuita desde la anarquía.

Apenas entraron los irrumpió una plazoleta con un cartel rojo que decía "Bienvenidos". Debajo de este estaban las estatuas de los principales personajes del parque.

—¿Segura de que acá vamos a encontrar el barco?

Un zombi pasó delante de él, arrastraba el pie, tenía olor a sintéticos y estaba lleno de sangre.

Cuando se quisieron dar cuenta, estaban en medio de una horda.

—Dejá de hacer preguntas y caminá.

Sin embargo, Alan perdió a la pelirroja en segundos. Se sintió como un pequeño niño que perdía a su mamá. Se movió entre la horda en un intento fallido por encontrarla, mientras que insultaba a la maldita atracción principal.

Por fin había logrado salirse de la horda, pero fue entonces cuando vio a los tres templarios que recorrían el parque.

Si se quedaba dónde estaba lo iban a encontrar, así que decidió correr y se metió en una de las atracciones llamadas "El infierno".

Se trataba de un túnel oscuro, caminó por él por un rato, mientras escuchaba gritos, sentía suspiros en su cuello y algunas manos que salían del suelo intentaban aferrar sus pies.

Le daba gracia su interpretación del inframundo y para nada lo asustaba. Llegó a una curva, allí había una celda y un hombre encapuchado dentro. Con una vara golpeó cada barrote, hacia ruido para perturbarlo, pero el joven siguió.

El túnel parecía estrecharse, una pequeña abertura daba el pie para continuar. Una luz celeste iluminaba un poco del sector, Alan podía apreciar una roca al lado de la abertura.

Entonces, avanzó con recelo, empuñaba su espada por simple costumbre. Esperaba salir y encontrar a Lilit. De pronto, un hombre disfrazado salió de atrás de la roca. Intentó agarrar a Alan, pero éste, como si fuera por un reflejo, le atinó una estocada en el pecho y el hombre no tardó en morir.

—¡Mierda!

Envainó su espada y salió del recorrido por la primera salida de emergencia que se encontró.

Ésta salía debajo de un puente, y frente a un estrecho arroyo que acababa en un lago central. Sin embargo, lo que de verdad llamó su atención era el barco que flotaba en el arroyo.

A continuación, vio a Lilit en la fila para subir y del otro lado de la laguna, vislumbró a la horda zombi que los alcanzaba. Alan cruzó el puente, se encontró del otro lado y se unió a Lilit en la fila para subir.

—¿Dónde te habías metido, boludo?

—Te perdí entre los zombis.

La fila empezó avanzar y la gente subía para dar un paseo en ese destartalado navío. Lilit y Alan subieron sin más preámbulos.

—¿Y ahora qué?

—Tenemos que llegar a la cabina del capitán y encender el barco con nuestra llave.

—¿Y eso enciende el modo demonio? —preguntó con incredulidad.

—Algo así, mi querido Alan.

Las chicas habían encerrado a Miguel en el vestuario de los visitantes y se turnaban para vigilarlo. Mientras que los anarquistas, incluso Martín, se jugaban lacrosse en la gran cancha del Estadio Monumental.

El lugar siempre estaba vacío desde que lo habían convertido en su guarida y jugar lacrosse era uno de sus mejores pasatiempos. Alan y Ciro estaban a un costado de la cancha y el menor le enseñaba a hacer pases.

—Una vez que lo domines, vamos a meternos a la cancha.

Después de un rato de búsqueda, el navío estaba a flote en el río Paraná. Al final, llegaron a la cabina los dos juntos. Irrumpieron con violencia, sometieron al capitán y a los marineros y apagaron el motor. Sin perder mucho tiempo más, colocaron la otra llave y lo volvieron a encender.

El motor, en vez de sonar como uno, pareció un latido, el de un corazón gigante. Todo el casco vibró y la gente entró en pánico. El barco empezó a descascararse y desarmarse. La gente saltaba aferrados a salvavidas naranjas e intentaban nadar hasta la costa, allí las personas ya se congregaban para ver lo que pasaba.

Al final, todo se derrumbó y la cabina del capitán era lo último que quedaba en pie y fue lo último en hundirse.

Alan y Lilit fueron succionados hacia abajo y salieron a la superficie con rapidez. El río Paraná, a diferencia de lo que había sido en el pasado, ahora era mucho más limpio.

El joven miró a los alrededores y comprobó que todos estaban bien, flotaban a la perfección y nadaban hacia la costa.

—Quedate acá —le dijo Lilit.

Esperaron sólo unos segundos hasta que una ballena emergió desde las profundidades y se los tragó a los dos.



Los huérfanos del infierno #TWGamesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora