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Andras caminaba por un oscuro y húmedo pasillo. Su cabello era una mezcla de mechas castañas y morochas. Su espada iba envainada y aferrada a su cinturón. Un buzo de canguro negro y una capucha lo cubrían, y como siempre, llevaba su antifaz de cuervo.

Se trataba de un galpón abandonado en algún lugar oscuro de Buenos Aires. Era probable que se tratara de Retiro.

Andras sabía que él podía llegar mucho más rápido y así fue. Al final, ese corredor acabó en una sala de máquinas, o lo que quedara de ella. Estaba oscuro, pero él podía ver igual. Podía jurar que escuchó unos susurros al llegar y que, además, había vislumbrado el destello de una linterna justo antes de que se apagase.

Percibía un leve aroma a perfume de vieja, sí, el de Marta. Pero, de pronto, escuchó un ahogado gemido de dolor. Andras se lanzó a correr entre las máquinas, ya sabía dónde estaban y Franco y Marta sabían que habían sido descubiertos.

Sin embargo, antes de que el demonio asesino llegara, un estruendo rebotó por cada pared y por unos segundos se sintió aturdido.

Se obligó a reponerse y corrió, para cuando llegó al lugar se encontró con el cadáver de Alan. Tenía muchos cortes, moretones y otras marcas de golpes. Yacía en el suelo y de su cabeza no paraba de emanar sangre, había recibido un disparo.

—¡Dale! Corré ciego de mierda. —Andras los escuchó, huían y él no lo iba a permitir. Otra vez, se puso en marcha.

Los alcanzó en otro corredor, para cuando él llegó ellos salían. A pesar de eso, sus distancias se redujeron antes de que lo previeran. El pasillo salía a un patio y ahí se encontraron.

El lugar era amplio y tenía un suelo de cemento rasgado, por el cual se filtraba un poco de pasto. Marta y Franco dejaron de correr y se prepararon para pelear. Cada uno llevaba un largo y afilado machete, la imagen le sacó una sonrisa a Andras.

—¿Una monja y un ciego piensan enfrentar al marqués del infierno unos machetes?

Los dos se lanzaron al ataque y Andras los detuvo con dos simples movimientos, diestra y siniestra; un corte en el pecho a cada uno. Antes de que pudieran reponerse, llegó por la espalda de Marta y le clavó la punta de su espada y la atravesó por completo con ese metro y medio de hierro infernal. La hoja salía de entre sus pechos y una cascada de sangre pasaba por el surco cual río en un valle.

Retiró la hoja con lentitud, ya que la mujer aún agonizaba. Mientras, Franco, sucumbido ante la desesperación, sintió que había alguien detrás de él y no perdió ni un milisegundo en girar y lanzar un machetazo.

Lo que no sabía, era que se trataba de una agonizante Marta que todavía tenía medio hierro en el pecho. El machetazo de Franco le rebanó el cuello de un solo tirón, cortó hasta el hueso incluso. La sangre salía por la carótida, por la aorta, por todas partes.

Andras retiró la espada por completo y le cortó el brazo armado al ciego. Le rasgó ambos muslos y cayó. Le cortó su otra extremidad superior, y en cuanto a las piernas... Las usó para provocarle un poco más de sufrimiento.

Martín se detuvo ante la puerta antes de entrar. No sabía cómo debía actuar, era demasiado extraño para él. ¿Cómo debía tratar a alguien que acababa de morir por segunda vez? ¿Acaso eso se consideraba morir? Creía que sí. En parte se sentía culpable, pero ya nada podía hacer para remediarlo.

Tomó una fuerte bocanada de aire y entró a la habitación de Alan. Él estaba recostado en la cama en posición fetal y con la mirada fija. Parecía que ni siquiera respiraba. Martín llegó y miró a Ciro que estaba sentado del otro lado. A través de sus ojos iban y venían preguntas sin respuestas. El joven se alzó de hombros para terminar de aclarar que no sabía nada y Martín fue al lado de Alan.

Los huérfanos del infierno #TWGamesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora