Bruno estaba sentado en una mesa para cuatro dentro de un restaurante del centro comercial. Sobre la silla a su lado, estaba la mochila de Alan y los dos palos de lacrosse.
Los dos jóvenes llegaron y era sorprendente lo normales que se veían. Bruno también se había arreglado. Los tres, sentados en la mesa, parecían cualquier grupo de amigos que iba a almorzar y a hablar de algún nuevo libro juvenil, o de la gran adaptación a serie televisiva que tal estudio había hecho.
—Hola, chicos —saludó el hijo mayor de Andras, con una sonrisa de inocencia.
A su lado, a través del vidrio, se podía ver todo el aparcamiento y las extensiones de césped, flores y árboles a un lado. En el fondo, unas rejas verdes daban por terminado el territorio y del otro lado los coches iban por la calle.
—Hola —respondieron los dos, casi al unísono.
—Supongo que tenemos cosas de las que hablar.
—Sí —dijo Alan con cierta ironía mientras lanzaba la vista hacia Ciro.
—Bueno, yo nada más quiero volver a decirles que me siento culpable por lo que pasó en la niebla...— Alan agarró la cartilla y se puso a leerla sin prestarle atención a Bruno. —Así que... quiero saber si me perdonaste, Ciro.
—Sí... sí—. El joven rodó los ojos con indiferencia y tiró de la cartilla para acercarla y poder leer también.
—Yo ya sé que voy a pedir.
—Yo también—. El menor le pasó el menú a su hermano.
—Antes que nada, tengo que contarles algo —dijo Alan.
—Chicos, ¿Ya saben qué van a pedir?— La moza llegó a su mesa con una radiante sonrisa y por esa simple razón, Alan sonrió y se sintió más alegre ese día.
—Yo quiero una milanesa de carne con puré.
—Y yo unos ravioles de verduras con tuco.
Entonces, los tres miraron a Bruno que seguía enfrascado en el menú.
—Lo mismo que Alan —decidió al fin.
La chica volvió a sonreír.
—Yo soy Alan.
—Ah, bien, entonces. ¿Algo para tomar?
—Jugo de naranja —dijo Bruno. Miró a los otros dos en busca de su aprobación y respondieron con un asentimiento.
—Perfecto, chicos. Enseguida se los traigo.
La muchacha se retiró. Entonces, Alan pudo continuar.
—Cuando yo fui a buscar a Ciro, conocí a un anarquista, Martín se llama. Se podría decir que le salvé la vida—. Alan sonrió y suspiró a la vez, como si hubiera recordado algo agradable o gracioso.
—Dale, hablá boludo.
—Bueno, la cuestión es que... Él y sus anarquistas están en contra de los templarios. Tienen planeado atacarlos y nosotros les seríamos de gran ayuda si nos unimos.
—Ehm...— Bruno parecía dudar.
—¿No era eso lo que queríamos? Alguien que nos ayudara y nos diera fuerzas para destruir de una vez a los putos templarios. Para poder salir de ese internado de mala muerte y ser libres. Con la tranquilidad de que no hay un ejército de católicos locos que planea matarnos por el simple hecho de tener una mitad demonio.
—Sí... Era eso, pero hay algo más.
La moza llegó en ese instante, le dejó una copa a cada uno y la jarra llena de jugo sobre la mesa. Después, se fue sin más.
—¿Qué hay?
—Yo salí del infierno nada más porque me encontré con Astarot. Le hice creer que estoy de su lado, y ustedes saben que él está con los templarios y que puede ver el pasado y el futuro. Quizá él sepa que estamos acá, y quizá sepa que, en realidad, estoy con ustedes.
—¿Entonces...?
—Me voy a ir con él, o al menos a hacer que eso crea. Pero hay algo más...
La muchacha volvió a interrumpir. Esta vez traía los platos de cada uno, le dio a cada uno el respectivo y también los cubiertos.
—Que tengan buen provecho—. Y se retiró.
—¿Qué más hay?— Alan sirvió jugo a cada uno y Bruno tomó un trago antes de contestarle.
—Astarot me dijo que hoy planea matar a Martín. No sabía que lo conocías. Astarot me dijo que vio que, en el futuro, Martín iba a ser un verdadero problema para su causa, por eso le convenía matarlo antes de que lograra algo.
—Pero...
—Va a ir al hospital. Dijo que hoy es el último día que va a pasar ahí adentro y él va a aprovechar que está más débil que nunca.
Alan miró a Ciro con preocupación.
—No podemos dejar que eso pase.
Después, comieron en silencio, mientras todos pensaban en la charla que acababan de tener. Quizá todos, en realidad, intentaban sin logro despejar su mente para poder, al menos, disfrutar esa rica comida.
Ya habían terminado el plato principal y habían pedido postre. Los tres pidieron un flan. Alan tomó su mochila y la dejó al lado de su asiento.
—Gracias por traérmela.
—No... De nada. ¿Pero qué son esas raquetas?
Ciro sonrió.
—Son palos para jugar lacrosse.
—¿Qué cosa?
Su hermano bufó, al parecer el lacrosse era algo tan conocido afuera que le parecía algo fastidioso tener que explicarlo. Pero era comprensivo, ellos habían pasado dieciséis años adentro del internado, así que procedió a explicarle.
Los tres comían sus flanes. Estaban contentos, a pesar de lo que se venía, estaban unidos y en el fondo, ellos tenían fe en que se saldrían con la suya. Fue entonces cuando Alan giró su vista hacia la ventana. A través del gran vidrio miró hacia el estacionamiento.
Parados sobre una vereda aledaña a la calle que daba a la salida del shopping, estaban Franco y Marta. Entre los dos llevaban un largo maletín. Ella tenía sus ropajes de monja limpios y relucientes. Y él, llevaba un traje gris con una camisa azul que lo hacía ver más elegante que nunca.
—¿Seguro de que ahí están? —preguntó ella.
—Sí, los puedo oler.
—¡Pará! Ahí los vi.
Bajaron el maletín al suelo mientras los muchachos los miraban extrañados desde el restaurante. Cuando Marta sacó el lanzacohetes del maletín y se lo cargó al hombro, Alan apenas tuvo tiempo liberar adrenalina en su sistema a causa del miedo.
Los tres se levantaron rápido. El castaño tomó su mochila, a la cual iban enganchados los palos de lacrosse y se dirigió a la salida. Los otros dos ya lo habían pasado y corrían hacia la puerta también. Mientras tanto, un potente misil surcaba el aire e impactó contra la estructura del restaurante.
La visión de Alan se nubló, sintió como el suelo se iba abajo y sus pies ya no se apoyaban en nada. Caía, y mientras lo hacía, escuchó gritos y el ruido del derrumbe.
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Los huérfanos del infierno #TWGames
ParanormalDos años después de que Andras, el demonio de los asesinos, desaparece del internado abandonado donde se encargaba de custodiar a un grupo de jóvenes semi-demonios, uno de ellos decide salir a buscarlo. Alan, quien durante años quiso ser libre, se...