Las chicas parecían estar en lo suyo y hablaban con cierta pesadez. Como si estuvieran cansadas de todo. Alan también lo estaba y mucho más, así que decidió irse. Se levantó algo molesto y se dirigió otra vez a su habitación.
Él, en el momento que se dio cuenta de que era su cumpleaños, esperó al menos poder estar con ellas, ya que también era el suyo. Durante dieciséis años habían festejado todos juntos en el internado, y ahora, que eran muchos menos ¿Iban a ponerse así? ¿Cómo nenas malcriadas enojadas porque su vida no es cómo quieren? ¡Ah! De sólo pensar en eso Alan salía de sus cabales. Menos mal que se había ido, o habrían terminado en una discusión.
Al volver a su cuarto tenía la esperanza de que Andras estuviera ahí otra vez, pero no estaba. Empezaba a creer que tanto humo le había hecho mal a su cerebro, quizá había alterado sus sinapsis y también lo que creía que veía. Al pensar en eso recordó sus clases de biología con Franco, agradecía mucho eso, ya que si quería ser médico algún día ese conocimiento le sería de suma importancia.
Miró a la cancha a través de los vidrios del palco. Las huellas de Leviatán seguían marcadas en el suelo y, desde ahí, podía ver a un joven con una carretilla llena de tierra.
Abrió la puerta del palco y salió al exterior. El frío otoñal lo impactó de pronto, deseó tener una bufanda, pero continuó su descenso por las butacas. Llegó hasta el fondo, donde antes un tejido impedía que los hinchas bajaran a la cancha, pero ya no estaba y Alan pudo cruzar.
Llegó a toda prisa con el joven que estaba de espaldas a él. Cuando estuvo tan cerca lo pudo oler, como la primera vez que lo había visto.
—¡Ciro!— El joven se dio la vuelta con lentitud, su semblante era inexpresivo y de inmediato le produjo una sensación horrible a Alan. Parecía que miraba a un extraño, como si no lo reconociera.
—¿Qué mierda hacés acá? —preguntó con agresividad.
—Eh, ¿qué te pasa?
—Ya mismo andá al baño que ahora voy yo.
Alan frunció el ceño.
—¿Para qué?— Ciro sonrió al instante en el que oyó la interrogante.
—Vos andá.
Alan fue a los vestuarios donde había tomado una ducha el día anterior, sin entender para qué.
Al entrar, se encontró con un lugar con paredes recubiertas de brillantes azulejos blancos y un techo amarillento. Era cálido y estaba muy limpio.
Se dirigió a un costado, donde se encontraban los lavabos y un gran espejo. Al ver el reflejante, recordó lo que Andras le había mostrado con el humo. Acercó su mano con lentitud, al igual que el demonio lo había hecho esa noche. Pero sus dedos no sintieron el frío, al menos no el del espejo. Lo atravesó como si de agua se tratara y casi pudo sentir la niebla del otro lado. De pronto, algo tomó su mano y tiró de él.
Gritó, lo más fuerte que pudo. Se agarró de la encimera y sus pies quedaron suspendidos. Su rostro se acercaba al espejo y pudo ver el horror en su propio reflejo. Tiraba de él con mucha fuerza, sus dedos se resbalaban del mármol mojado del que se sostenía y de a poco, sea lo que fuere, lo llevaba hacia el infierno.
Antes de que su rostro llegara a atravesar el umbral, sintió que lo agarraron de la cintura. Tiraron de él hacia el otro lado y cayó al suelo. Estaba a salvo, ahora lo estaba.
Se levantó de prisa y se encontró con Bruno y con Andras.
—Gracias —articuló con respiración agitada.
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Los huérfanos del infierno #TWGames
ParanormalDos años después de que Andras, el demonio de los asesinos, desaparece del internado abandonado donde se encargaba de custodiar a un grupo de jóvenes semi-demonios, uno de ellos decide salir a buscarlo. Alan, quien durante años quiso ser libre, se...