Prólogo

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Lágrimas, sangre, dolor, rabia.... Todo eso se acumulaba en mi mente al recordar aquel fatídico día. Tenía once años, eran las dos de la mañana. Hacía frío así que cerré la puerta y me acurruqué en las sábanas para guardar el calor. Estaba intentando conciliar de una vez el sueño ya que me había tomado una Coca-Cola a escondidas antes de dormir y la cafeína corría por mis venas. Estaba cerrando los ojos cuando un estruendo me sacó de mi somnolencia. Provenía del salón, estaba demasiado asustado como para salir de la cama. Al final me armé de valor y salí de mi cuarto. Intenté encender la luz pero no funcionaba.

- Habrán saltado los plomos. - Pensé.

Fui a mirar la caja de luz, pero... ¡No estaba! En su lugar había un agujero oscuro y lleno de cables chisporroteantes. Se oyó otro ruido como a cristal roto y seguidamente gritos que parecían ser de mi madre.

- ¿Mamá estas ahí? - Dije asustado.

Me acerqué a la puerta del salón, estaba entreabierta y con rasguños de lo que parecían ser garras. La abrí y el horror me invadió. Sobre el suelo estaban los cuerpos inertes de mi padre y mi madre. Mi padre tenía la garganta desgarrada y mi madre... tenía un enorme orificio donde antes había estado su corazón. De pie impasible estaba la figura de un hombre corpulento que me miraba con odio. Pero lo que más me impresionó fueron sus ojos, unos ojos color verde claro que brillaban en aquel oscuro salón. Quería gritar pero ningún sonido salía de mi garganta, solo podía mirar aterrorizado lo que parecía que iba a ser mi final. De pronto y sin previo aviso aquel monstruo dio un salto y salió por la ventana. Tras eso todo se volvió borroso y oscuro, me había desmayado.









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