#11 BECK

101 14 1
                                    

Beck tarareó tranquilamente por las calles de Lyon-bueno, sí por tranquilamente se podía calificar a un chico que daba saltos de momento, carcajeaba solo y esbozaba una sonrisa radiante y positiva sin importar que. Estaba de muy buen humor, ya estaban a finales de mayo y en junio cumpliría dieciocho años, lo que significaba que dejaría finalmente el orfanato.

En cierto modo le tenía cariño al orfanato, era uno religioso, y las monjas siempre habían sido buenas con él. Sor Émile siempre había estado ahí para él, para ponerle los pies en la tierra, enseñarle lo bueno y lo malo, acunarlo en las noches cuando lloraba pidiendo por sus padres. Era lo más parecido que tenía a una madre, y le dolía abandonarla, pero como un ave, Beck necesitaba escapar, volar lejos y descubrir quién era en realidad.

Nadie sabía de dónde había salido Beck. Nadie había dejado nombre, ni ningún papel. Normalmente en ese orfanato religioso acudían las mujeres a dejar sus hijos; pero desde hacía más de veinte años nadie había dejado a un bebé recién nacido ante la puerta, sin siquiera llamar y dejando que este se muriera de frío.

La madre superiora le había encontrado al día siguiente, asombrada ante el hecho de que el bebé no lloraba. Entre todas las monjas le dieron un nombre. Le apellidaron Belonte, era una palabra que ellas mismas se habían inventado, en referencia a Belona, la diosa de la guerra de la mitología romana, pues decían que el bebé era un guerrero;...la parte de su nombre...era más...emh... ¿rara? Su belleza era tan cegadora que antes de retirarle la sábana que le había puesto la madre superiora, las demás monjas habían pensado que era una niña, así que le llamaron Rebecka, o Becky y así le inscribieron, hasta que llegó la madre superiora unos cinco minutos después y les dijo que era varón.

De ahí surgió el Beck.

Beck Belonte.

Al final del día todo eso le hacía reír. Ese ni siquiera era su verdadero nombre, pero a fin de cuentas le gustaba, era único, especial y original. Se le ponía la piel de gallina al pensar que tal vez se llamase Jean-Luc, Phillipe, Marcus, Augustus, ¡ninguno de esos nombres le gustaban! Para él el nombre más bonito del universo era el suyo.

Era algo que le iluminaba la vida.

Lástima que nadie se hubiese ofrecido nunca a iluminarle a él, o a permitir que él iluminase a alguien más que a sí mismo.

Beck siempre se preguntó por qué nadie nunca le había adoptado. Había conocido a muchos niños, nunca tuvo ningún amigo verdadero, o nadie que durara lo suficiente: siempre eran rostros que llegaban, pasaban y luego desaparecían rápidamente. La única constante en la interminable ecuación era él. Era un chico inteligente, con una bella voz, tenía los ojos más azules que alguna vez hubiese visto, y era endemoniadamente hermoso, sin contar lo dulce y positivo que era.

Entonces, ¿por qué?

Se resignó a los trece años. En ese entonces ya estaba bastante grande para darse cuenta de que no podía dar el amor por sentado, si quería encontrar amor, si quería que alguien le quisiera de verdad, como él quería que le quisieran, ¡como él merecía que le quisieran!; entonces tendría que salir al mundo a buscarlo, a luchar por él.

Sintió unos pasos detrás de él y respiró profundamente.

-Buenos días Loreane-dijo tomándola por sorpresa y haciéndola saltar.

La chica le dedicó una sonrisa radiante y se acercó a él. Era alta, puede que un tilín más que él, tenía los ojos castaño oscuro y la piel de un color marfil. Ella corrió hacia él y le abrazó, mientras que Beck respiraba con resignación.

-¿Cómo supiste que era yo?
Beck arqueó una ceja, ¿de verdad le estaba haciendo ella esa pregunta?

-Cada vez se hace más fácil-le dijo fingiendo una sonrisa.

[ 12 ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora