No hay necesidad de estar agitada, no hay necesidad de perder el tiempo. Justo aquí mismo, tú y yo, ¿qué más podrías llegar a necesitar? No importa como resulte, incluso si se convierte en algo malo, tengo que atraparte. Dime ahora, me estás matando bebé.
Las imágenes se sucedieron como un caleidoscopio dando vueltas de forma brusca. Estaba él, conduciendo por una carretera, vestido todo de negro, buscando algo de forma implacable. Luego un él diferente vestía de rojo, subía y bajaba como poseso por unas escaleras una y otra vez, como un ciclo maldito, escondiéndose de la luz. Para finalizar estaba el otro él, uno que vestía de negro y azul, uno que planeaba y jugaba con unas canicas mientras el mundo se destruía alrededor. No podía confirmar cual era el real, no podía diferenciar uno de otro, porque todos eran una misma persona y al mismo tiempo sujetos que no conocía. Pero tenían su rostro, todos, los miles que veía, tenían su maldito rostro. Esos tres, rojo, negro y azul, eran los que más le asustaban, los que le producían una sensación de deja vú horrible. Había estado allí antes, solo que no tenía forma de saber cuándo o cómo.
Miró a través de una rendija y vio innumerables sucesos ocurriéndose todos al mismo tiempo. El laberinto, todo lo que cada uno de ellos había pasado; había otros laberintos, otras pesadillas, otros miedos. Una habitación blanca. Un hombre parecido a Kai. El árbol. Todo colapsando de una vez. Sangre. Un arma. Cuerpos mutilados y ciudades destruidas. El cuerpo de Beck en el suelo, con otro rostro, otros rasgos, pero siempre su cuerpo muerto en el suelo. Intentó separase y no ver más, pero le fue imposible, en momentos él estaba allí, y en otros no. Como si algunas escenas fuesen en tiempo actual y otras de un pasado que le aterrorizaba. Las rosas azules se anudaban alrededor de su piel, ahogándolo, cortando su tez con sus largas y puntiagudas espinas, un amor de madre, un amor espinoso, calculado, necesitado y frívolo. Miraba sus manos pero solo veía líneas, tierra, destrucción a su paso. Palabras se transformaban a su lado.
Damien. Tu trabajo es ser la fuerza bruta, el trabajo sucio… No importa cuántas vidas tengas, o cuanto intentes remediarlo u ocultarlo. Siempre serás un pecador… Siempre serás el sicario. – la voz repetía una y otra vez.
Tanto, que en algún punto del camino, él mismo comenzó a creérselo.
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Despertó sobresaltado. Se llevó una mano al pecho, podía sentir su corazón latir a mil por hora. Respiró profundo y trató de serenarse con todas sus fuerzas. Miró sus manos, estas eran totalmente normales, excepto por el moretón que se estaba comenzando a formar en la izquierda por su intento de frenar la caída.
Abrió los ojos desmesuradamente, recordando lo que había sucedido<< ¡La caída! >>se dijo, poniéndose de pie y mirando a sus alrededor.
Estaba en un sitio desconocido. Damien, se llevó las palmas de sus manos a sus ojos, intentando, aclararse la visión, aún estaba borrosa y se sentía mareado. Esa pesadilla le había consternado un poco. No podía recordar todo de ella, pero le asustaba como nada le había asustado en su vida. No podía creerlo, pero por un instante deseó ser Söhan y tener la capacidad de este de predecir algo, y tener alguna idea de si algo de lo que había visto tenía, aunque fuese, un atisbo de realidad.
¡Dios!, esa asquerosa luz estaba acabando con sus ojos. Alguien extendió aun más las cortinas, pero desapareció tan rápido que Damien solo fue capaz de vislumbrar un atisbo de cabello castaño rojizo. Parecía un loco mirando hacia todos lados.
-¿Hola?-musitó, y notó que tenía la garganta reseca, por lo que su voz salió en un murmullo, carraspeó y lo intentó de nuevo-¿Hola?, ¿hay alguien ahí?
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[ 12 ]
FanfictionKai Kimberly siempre había sido un chico extraño. A los diez años descubrió que podía saltar a diferentes lugares del mismo planeta y de otras dimensiones. Siete años después, accidentalmente, un día enviará a Molly, una amiga de su hermana al mund...