Capítulo 4

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Kate soltó un bufido y golpeó con la mano el volante de su coche oficial. Si no conseguía salir de ese atasco lo antes posible, llegaría tarde a la lectura del testamento de Will. Por un momento pensó en activar los rotativos de su coche y salir de allí de la manera más fácil pero menos ética. Se resignó a su mala suerte. Katherine Beckett no podía aprovechar su situación para beneficio propio.

Richard tamborileaba sus dedos sobre la mesa de la sala de juntas del despacho de abogados. Miró su caro reloj y se removió en su silla.

- Lo siento señor Castle - se disculpó uno de los abogados - parece que tenemos un pequeño retraso.

- Ya veo.

- Esperaremos veinte minutos y si la otra parte no ha llegado tendremos que suspender la lectura...

- ¿No pueden leer mi parte?

- Lo siento señor - se disculpó el abogado negando con un gesto.

Kate se asomó por la ventanilla intentando ver que ocurría delante de ella. Miró la hora y tras sopesarlo por un momento, conecto los rotativos y la alarma sonora de su coche, consiguiendo que los coches de delante de ella se moviesen lo suficiente para dejar que ella avanzase, poco a poco fueron haciéndole un pasillo por el que ella fue avanzando hasta llegar doscientos metros más adelante, donde varios coches de bomberos y policía cerraban el paso, intentando colocar con seguridad varias planchas de acero sobre un pequeño socavón abierto sobre el pavimento. Se identificó enseñando su placa y uno de los coches patrulla la ayudó a subir sobre la acera y esquivar la zona.

Llegó como pudo hasta la el edificio del bufete. Dejó su coche en lugar prohibido, dejando una identificación sobre la consola para evitar que la multasen. Entró a toda prisa al edificio, pensando que era la primera vez que abusaba de su posición, pero no quería llegar tarde.

Richard, algo molesto por la espera, tomó la taza de café que le tendía el abogado cuando a su espalda la puerta de la sala se abrió y al girarse pudo ver a la detective con la que había hablado el día anterior que entraba sofocada.

- Lo siento, lo siento mucho - intentó disculparse ella.

- No te preocupes - contestó él con una sonrisa.

- Bien - comenzó el abogado - ya que estamos todos...

Kate se sentó en una silla junto a Richard y frente al abogado, instantes después otro miembro del bufete entró y se presentó, sentándose junto a su colega.

- Leeré primero el testamento de Susan Robbin.

- ¿No hay que esperar a nadie más? - preguntó confusa Kate.

- Ustedes son los únicos mencionados en ambos testamentos - aclaró - ninguno de los dos tenia familiares cercanos.

Richard asintió, Susan era hija única y sus padres habían fallecido tiempo atrás. Por su parte Kate recordó a Will, su madre había fallecido y no hablaba con su padre desde que era adolescente, tenía una hermana con la que apenas tenía contacto, pues vivía en Australia.

- Bien... Comencemos...

El abogado empezó a leer la parte común a todos los testamentos, y a la que ninguno de los dos asistentes prestó demasiada atención.

- En el caso de fallecer antes que mi marido, William Sorenson, le cedo a él todos mis bienes con la excepción de una medalla que será para mi hijo Robert...

Kate abrió la boca. Había olvidado por completo que Will y Susan eran padres recientes de un bebé de seis meses. No se había molestado en preguntar por la suerte de aquel niño, pues pensaba que la familia de Susan se habría hecho cargo.

La sentenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora