Silvia Corberó, una fotógrafa humilde y sin mucho que contar. Con 19 acabó la carrera de fotógrafa, y compró una pequeña tienda en el centro de Madrid, y empezó a trabajar.
Ella no esperó que se enamorara por ir a un partido de fútbol.
Por...
Todo era precioso. La azotea era gigante. Estaba decorada con luces de colores y en una esquina había un sofá con muchos cojines. Era romántico. Sonreí y las vistas, era preciosas y encima estaba anocheciendo.
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Volví a dar un vistazo a todo. ¿Ha hecho esto por mí?
—¿Has hecho esto por mí? —pregunté en un susurro.
Tenía lágrimas de emoción en mis ojos.
—Por ti, y te mereces más —susurró.
Me giré y le abracé. Las lágrimas de emoción bajaron por mis mejillas. Él me abrazó mientras que yo tenía mis manos en su pecho.
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—Gracias —musité.
Besó mi pelo y nos separamos lentamente.
—No quiero que vuelvas a dar las gracias —dijo quitando mis lágrimas—. Y menos llores por esto.
—Nadie me hizo esto, ni si quiera en mi primera vez —le miré.
—Pues vete acostumbrando —sonrió.
Me di la vuelta y caminé hasta el borde de la azotea. Las luces de la calle y de los edificios iluminaban muy bien y ya no hablamos del cielo. Era realmente precioso.
Me senté al borde y estiré mis piernas hacia el precipicio. Sonreí y miré hacia abajo. Estaban las personas caminando, pero se veían como pequeñas hormigas. Miré hacia los edificios. Estaba alucinando.