XXVII. Hecho.

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Hibari dejó al ave su podio y al gato en el sofá, por otro lado, el castaño preparaba un té verde y cocinaba un desayuno, pues el azabache no le dio tiempo de nada con su carrera matinal. Cuando estuvo a punto, lo sirvió todo y fue a buscar a Hibari.

—Hibari-san, aquí tiene —le pasó su comida—. Espero que le guste la comida Italiana.

El azabache era japonés y el castaño también, pero había pasado tantos años con cierto papá espartano que le había pegado sus costumbres raras.

Hibari tomó lo que el castaño le ofrecía, con cautela. Como si esa pasta que le sirvió pudiese estar envenenada, vencida o asquerosa.

—No me gusta —respondió sin siquiera probarla.

—O vamos, Hibari-san. Me esforcé mucho en hacerla para usted —dijo con tristeza—. Yo me disculpo, pensé que le gustaría.

Replanteándose lo anterior, el carnívoro lo probó.

—Está... increíble.

La hora de irse del castaño había llegado, pues su retoño llegaría pronto junto con sus amigos y debía preparar la casa. Cargó al gato y caminó a la entrada.

—Tsunayoshi...

—¿Sí? —se dio la vuelta.

Y sintió algo cálido sobre su cabeza, una presión, una sensación de confort. Un beso.

Después de besar los cabellos del menor, besó su frente. Tsuna debía detenerlo, ¿eso no estaba mal? ¡Pero no podía detenerlo, ni tampoco quería!

Seguidamente besó su mejía, demasiado cerca de sus labios. Entonces el castaño reaccionó y se apartó con un pequeño empujón. El corazón latía con fuerza y sus mejías estaban bañadas de un lindo carmín.

Hibari sintió ganas de besarlo en los labios, que seguro eran dulces y adictivos, suaves y blandos; pero no lo hizo, Tsuna estaba muy asustado para eso.

—Hi-Hibari-san, ¿p-por qué?

—Porque quería hacerlo.

Eso al carnívoro le pareció respuesta suficiente pero al castaño no le sentó bien la respuesta. ¿Qué demonios significaba eso? ¿Acaso sólo lo hizo para jugar con él?

—Discúlpeme, pero no soy un objeto para que decida que hacer conmigo, ni un juguete para que juegue conmigo —respondió dolido.

—No estoy jugando, omnívoro. Tú eres una adicción para mí, tan tierno, tan fuerte y tan seguro de sí... Quiero que seas mío.

Las piernas le temblaban y las ganas de decir un simple monosílabo "sí" estaban muy presentes en la mente del castaño. Sí quería pertenecerle al azabache y sí quería besarlo, pero, ¿Qué pasará con Giotto?

Tsuna se soltó del agarre que lo mantenía abrazado al azabache y trató de irse lo más rápido que podía. Pero Hibari fue más rápido que él y le tomó la mano.

—Yo conozco tu secreto, omnívoro.

—¿Qué secreto? —preguntó extrañado.

Hibari volvió a acercarse al chico, pero esta vez le habló al oído en forma de susurro.

—Que te has enamorado de mí, Tsunayoshi —acaricio su mejía—. ¿Qué tanto latirá tu corazón cuando me miras?

Tsuna temía que Hibari escuchara lo que decía su corazón, que simple le daba la razón así como una afirmación.

—Yo... tengo un hijo.

—Que sería mi adoración. Giotto es un niño muy tierno, educado y se parece mucho a ti, yo quiero ser parte de ustedes y ser egoísta. Porque quiero permanecer contigo aunque no quieras, aré que me ames.

El castaño se conmovió ante tales palabras de la persona que amaba –aunque no acaba de reconocerlo.

—Deme tiempo, Hibari-san. Eso es todo lo que le pido.

—Pues yo te pido que me dejes acompañar a Giotto al día de apreciación al padre.

Tsuna dudó.

—Hecho...

Entonces Hibari besó su mejía de nuevo, en señal de promesa.

Si yo te amo, entonces ámame.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora