XXXVI. El inicio de una cena caótica.

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Los mozos de la mansión Kensuke se removían atareados, algunas veces chochando entre sí y otras de plano, cayéndose.

La noticia se esparció cómo la pólvora, los vecinos e incluso la prensa, ya sabían que el nieto del millonario Timoteo di Vongola fue invitado a una cena de su ex prometido.

Francesca se ponía cantidades exageradas de pintalabios y rímel, su esposo hacía lo mismo con la colonia y Lambo sólo rezaba que su plan saliera cómo lo planeó. Sonó el tiembre, y justo antes de eso, Mochida estuvo listo.

—¡Mi hijo está divino! Sawada-kun no podrá resistirse a su belleza.

Abrieron las puertas de la estancia e invitaron a pasar a Tsuna y a... Reborn.

El matrimonio y los hijos se sorprendieron un poco al ver ahí al jefe de la policía japonesa, acompañado del castaño. Se suponía que era una cena con él y su padre, o eso pensaban ellos.

—Con su permiso, señores —saludó el castaño con educación.

—Pasa querido, pasa —lo guío al comedor—. ¿Y tu honorable padre?

Lambo alcanzó a ver la incomodidad de Tsuna ante la problemática de explicarle a su hueca madrastra que sucedía ahí. Por lo que decidió intervenir.

—¿Eres el jefe de la policía? —obviamente, ya lo sabía, pero eso dio pie a lo que su madre dijera a continuación.

—¡Pues claro que lo es! ¿Qué más se merecería de guardia el nieto de Timoteo di Vongola?

"¡Tal cómo lo pensé!"-se dijo Lambo.

—No, Francesca-san. Él es Reborn, mi tutor y padre adoptivo.

El pequeño azabache con traje de vaca sonrió para sus adentros, siempre era un placer ver cómo su madrastra quedaba mal ante gente importante.

Tsuna ignoró la expresión estupefacta que se había formado en el rostro de su anfitriona, pasó con rumbo al comedor. Al ver esto la familia reaccionó y rápido se sentaron en las sillas acordadas, haciendo que inevitablemente el castaño quedara junto a Mochida.

Lástima que Reborn se dio cuenta de este hecho.

—Tsuna, siéntate tu aquí, para que estés cerca de Lambo —y se sentó al lado de Mochida.

—Arigato, oto-san.


...


La casa no había cambiado en nada, seguía tan acogedora cómo siempre lo fue. Entró como si fuese suya –y es que antes sí lo era- y llamó a su mujer.

—¡Nana, ya llegué!

Al advertir las finas y delicadas pisadas de su esposa se dejó caer en el gran sofá de la sala, cuando la vio frente a él se levantó para abrazarla, pero esta se negó.

—Tenemos que hablar, Iemitsu.

—Claro, amor.

Se sentaron frente a frente, hasta que Nana rompió el silencio.

—Esta ya no es tú casa, lárgate.

Iemitsu soltó una risa nerviosa, sacó una botella de Ron y se la empinó antes de comenzar a reír.

—¡Oh, amor mío! Estás tan bromista cómo siempre.

—Yo no estoy bromeando. La casa ya está a la venta.

—¡¿Y eso por qué?! —preguntó indignado.

—Porque esta casa es un mal recuerdo para vivir. También quiero que sepas que no me quedaré callada, aunque esto arruine tu gloriosa reputación —suspiró y se levantó—. La puerta está abierta, más ancha no puede ser. Ahora vete.


...


Pensó mucho sobre la desaparición repentina de su mejor amigo, o al menos el lo consideraba como tal cosa. Alaude ya no iba a clases, ya no alcanzaba a verlo en el parque y la última vez que lo vio, caminaba de la mano de un hombre con una larga trenza a su espalda.

—Giotto-chan, no te distraigas mucho —reprendió suavemente la maestra.

—Hai, Haru-sensei.

Cuando la castaña se dio la vuelta, se volvió a apoyar en su puño con el mismo desgano de hace unas semanas.


...


Mochida lanzaba furtivas miradas al castaño, con la esperanza de captar su atención en algún momento. Reborn no consideró necesario intervenir, sabía que su hijo era el más distraído del mundo.

—¿Cómo está Gommo? —preguntó la despampanante mujer para hacer más llevadera la plática.

—Se llama Giotto... —corrigió su esposo.

—Ajá, eso. ¿Cómo está?

Tsuna apretó el tenedor con un poco de enfado que sólo fue notado por Lambo y Reborn, que mandaba miradas asesinas a la estúpida mujer.

—Bien, ahora sí lo está —contestó con ironía—. Gracias por preguntar, lo que realmente no le importa.

Francesca quería replicar, pero el sonido del timbre la interrumpió.

—¡Amore mío! ¿Me extrañaste?

Si yo te amo, entonces ámame.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora