XLIV. Grilletes.

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—Eres una pareja, un padre y un hermano mayor muy cariñoso, quién lo hubiera pensado —habló en susurros.

—Hm, eso no te debería desagradar.

—N-no quise que entendieras eso —se sonrojó al saberse escuchado, pero por el momento lo ignoró concentrándose en otra cosa—. Somos una pareja unida, ¿cierto?

—Claro, ¿eso a que se debe?

Se detuvo en un momento de suspenso para el azabache, después de verse ambos a los ojos, viró su rostro rojo a otro lado y habló más bajito:

—Te amo, Kyoya.

Curvó sus labios hacia arriba, formando una sonrisa bastante sincera. No le importaba sonreír si Tsuna era la causa, los dos trataban de hablarse de manera distinta. Él era nuevo en eso que es dar y recibir amor, pero el castaño era su guía, su razón.

—También te amo —susurró y besó lentamente sus labios.

Cuando se separaron Tsuna besó su frente, como si fuera un niño pequeño, de manera cariñosa. Recorrió con su mano, pequeña y delicada, el rostro del mayor.

...

Tal vez porque era una nueva etapa en la vida de ambos, en la vida que habían decidido compartir, en la que los dos eran alumnos y maestros. Abrieron la puerta de la casa y se besaron, como queriendo sellar un pacto de lo que vendría después.

—¡Oto-san, oto-chan! —el pequeño rubio corrió a darles la bienvenida, colgándose del cuello del azabache.

—Gio-chan, Hibari-san te acompañará para que hagas tus maletas.

—Tsunayoshi —alzó un poco la voz, simulando una reprimenda.

El castaño le sonrió como niño acabado de hacer una travesura, una sonrisa traviesa, una sonrisa hermosa.

—De acuerdo, Kyoya te ayudará y te explicará lo que sucede, ve con él.

Giotto parecía muy emocionado y se llevó a rastras al mayor para terminar más rápido. Entre tanto, Alaude miraba al castaño en busca de una explicación, con algo de miedo en su rostro.

—Si se mudan, ¿yo cómo sabré encontrarlos? —no quería, la opresión en su pecho volvía y hoy más dolorosa que antes.

—No tienes porqué buscarnos, tú vendrás con nosotros —le dedicó una mirada dulce y lo acunó en sus brazos.

—Pero si voy con ustedes sólo seré un estorbo, la casa la compraron para su familia —explicó cabizbajo, deseando que ese tibio abrazo durara más. Sólo un poco más.

Alaude le recordaba tanto a él, a lo mucho que le costó creer que podía ser aceptado de nuevo. Llámenlo círculo vicioso, pero no lo era. Era una necesidad innata de amar al que no tuvo la suerte de ser amado, de hacerlos entrar en confianza.

—No eres un estorbo ni nunca lo serás —respondió rápidamente, sabiendo que el silencio prolongado lo heriría—. ¿Rechazarías la oferta de vivir con nosotros como una familia? Nos partiría el corazón a los tres.

—¿Qué debo hacer para pagar mi estancia ahí? —preguntó después de pensarlo un poco.

—Nada. Ser feliz para que nosotros seamos felices también, tenernos confianza y querernos como te queremos a ti.

Si yo te amo, entonces ámame.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora