Capítulo 3:

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[Jimin]

Cuando bajé me encontré a Wheein viendo la tele con Yukwon tirado encima de ella durmiendo. Toda la casa estaba desordenada y ni siquiera eran las siete, por lo que supuse que llevaría así desde anoche. Yo me la había pasado entera tocando el piano y pasando varios apuntes.

- Chim –antes de que me dijera nada, agarré una manta y se la tendí. – Gracias –respondió animada, sin levantar la vista de la tele y amontonando la manta para utilizarla como almohada. Con tanto movimiento, Yukwon soltó un guñido y volvió a acomodarse sobre la pelirroja, haciendo fuerza con un brazo para impedir que esta se moviera. – No soy tu jodida amohada –se quejó ella, dándole una patada y haciendo que cayera a unos metros del sofá. Sonrió satisfecha y se acomodó de nuevo, ahora libre del cuerpo de Yukwon. Yo sonreí, miré a este último y me encogí de hombros con diversión al ver como murmuraba un par de quejas y se marchaba al piso de arriba. – ¿Te marchas a clase?

- Ahá –me coloqué la mochila sobre el hombro y terminé de peinarme reflejándome en el cristal del horno. Un horno que se usaba para incinerar cadáveres humanos en las ocasiones que a alguno se le iba la mano mientras se alimentaba, el cual siempre solía ser Taehyung.

- ¿No empiezan en media hora?

- Ahá –repetí mientras terminaba de colocar un maldito mechón que no quería quedarse junto a los demás. – Pero voy en autobús y tengo que ajustarme a su horario.

- Podrías llegar en un minuto corriendo.

- Quiero ir en bus –declaré con molestia, hartándome de tener que mantener esa misma conversación una y otra vez. – ¿Algo más? Tengo prisa –esta vez fue ella quien rodó los ojos y negó, clavando de nuevo su vista en la tele. Agarré un brick de batido de fresa lleno de sangre, y tras insertar alegremente una pajita en él, salí por la puerta, desistiendo a que aquel mechón de pelo se pegara a los demás.

Mientras esperaba contento al autobús, balanceando mis piernas sin llegar a tocar el suelo, reflexioné sobre las palabras de mi hermana. Era cierto que me complicaba la vida evitando usar mis habilidades, realmente todo se dificultaba en un doscientos por ciento si me limitaba a mí mismo, pero de alguna forma me gustaba más así. Prefería coger el autobús a cruzar la mitad del pueblo corriendo en menos de un minuto, o mismamente disfrutar de unos tragos de sangre con una pajita, como si fuera un batido lo que estaba tomando. Me gustaba aparentar una vida normal, y aunque fuera mentira, vivir de esa forma era lo que me gustaba. Realmente lo hacía.

No lo entendían, pero me querían igual.

Todos nos queríamos a pesar de las extrañezas que guardábamos. Por ejemplo, nadie le tenía en cuenta a Byulyi ese afán que había sacado con salir de fiesta con humanos y fingir estar borracha para integrarse, o a Yukwon con la manía que tenía últimamente de "dormir" sobre la gente –sí, "dormir", porque realmente no llegaba a estar inconsciente en ningún momento. Desventajas de ser vampiro, supongo. –, y tampoco nos importaba que Yongsun se dedicara a sacar fotos al dependiente de la tienda de electrodomésticos que había en el centro de la ciudad, o que Taehyung tuviera una debilidad con cualquier serie de dibujos que pusieran en la televisión.

Todo el mundo tenía algo anormal, aunque ninguna de sus anomalías se pudiera comparar con la de "Jimin. El vampiro que no le gustaba ser vampiro. El vampiro que quiere ser humano. El vampiro que desaprovecha su culo metiéndolo entre adolescentes humanos con acné y cambios de humor constantes". Sí, esas eran las frases que solían habitar la boca de los más graciosos de la familia, es decir, Taehyung, Mark o Yugyeom.

De cualquier forma, no me importaba. A veces me sacaban de quicio, pero había aprendido a pasar esos comentarios por alto y quitarles importancia. Valía completamente la pena, lo hacía.

- Joder –levanté la vista hacia aquella voz. Podía escucharla en el interior del autobús, aunque yo aún estuviera esperando en la parada. Era él, definitivamente lo era. – No entiendo porque no funciona. Ayer iba.

- Habrá caducado, chico –ese sería el autobusero. – Sí, efectivamente. Tendrás que bajar en la siguiente.

- ¿En serio? No me jodas, hombre...

Reí en voz baja y decidí hacer un esfuerzo por aquel pelinegro que tanta gracia me había hecho estos días, y tras ponerme en pie, avancé en dos segundos unas tres paradas de autobús, justamente llegando a aquella en la que el chico tendría que bajarse. Y efectivamente. Al instante apareció un autobús a lo lejos, permitiéndome divisar a aquel sujeto de cabello negro en el interior, intentando convencer al autobusero de que le dejase pasar gratis.

No sé si lo habría llegado a conseguir, pero de cualquier forma, mi solución fue mucho más satisfactoria, al menos para mí.

Las puertas no tardaron en abrirse, y una vez se cerraron a mi espalda, ya que yo era la única persona a la espera de esa línea de bus, me acerqué a introducir mi pequeño billete en la máquina. El chico seguía parado frente a mí, pero no me prestaba atención. Hasta que tiqué una segunda vez y le tendí el billete.

- Arreglado. Aún le quedan un par de viajes. Quédatelo.

- ¿E-eh? –el autobusero al ver que el problema se arregló, puso el vehículo en marcha al instante e ignoró al chico pelinegro, quien se quedó paralizado en el mismo lugar donde yo lo había dejado, aún con el billete en la mano y unos latidos de corazón tan acelerados, que aprecié enormemente poder escucharlos.

Avancé hasta uno de los asientos de la mitad. Casi todo el autobús estaba vacío, y el asiento de mi lado no era la excepción. Por un momento creí que el pelinegro se sentaría a mi lado, pero tras apartar la vista nervioso, avanzó rápidamente hasta el final del autobús y ahí permaneció todo el viaje, con la vista clavada en la carretera y el billete aún en sus manos. Era tan gracioso que no pude evitar hablarle de nuevo cuando se levantó para salir del bus y coincidimos en el pasillo.

- No me has dado las gracias –murmuré inclinándome por su espalda. Escuché como tragó saliva y me apoyé la barbilla en su hombro. No me di cuenta lo mucho que me estaba dejando llevar hasta que me relamí los labios inconscientemente con la vista pegada en su cuello. Por suerte, él no tardó en reaccionar y me apartó con un brusco movimiento segundos antes de que se detuviera el autobús.

- Gracias –murmuró con frialdad. Quizás quería aparentar desinterés, tranquilidad, pero la velocidad a la que le latía el corazón, era suficiente para delatarle. Aunque claro, él no podía saber que yo podía escuchar tal cosa. – Y toma –me tendió el billete, agarrándolo de una esquina. Yo alcé una ceja extrañado y lo agarré de nuevo. – No lo necesito.

No recuerdo que iba a responderle en ese momento. Quizás ni siquiera iba a decir nada, pero de cualquier forma, lo que sucedió no dejó lugar a palabras. El chico fue a bajar rápidamente nada más abrieron las puertas del autobús, y por la impaciencia que llevaba, se tropezó mientras bajaba y cayó de bruces al suelo.

Podía haberle ayudado, podía haber impedido que descendiera más de un milímetro si hubiera querido. Pero no quise. Me gustó ver como se levantó al segundo avergonzado y tras soltar un par de malas palabras, diera una patada a una papelera y se dirigiera a la entrada principal del colegio.

Mientras se alejaba, solo pude pensar dos cosas. La primera, que ese chico realmente me agradaba. Y la segunda, que su sangre olía lo suficientemente bien como para tentarme como hacía tiempo que nada lo hacía.

Por suerte, a medida que se le alejaba, la fragancia desaparecía, y con ella mis ganas de hincarle el diente. Aunque no la sonrisa. Esa estaba ahí con solo recordar la absurda forma que tenía de disimular cuando estaba nervioso.

Definitivamente, estaba comenzando a agradarme ese humano.

Milk FangsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora