Capítulo 48:

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[Jungkook]

Al menos la comida estaba pagada. Y aún así le avisaría de que me pagara la pizza con extra de queso esa misma noche, así que tampoco me molestó mucho que se fuera. De nuevo me había dejado de lado, pero que te dejaran de lado con el estómago lleno, era mucho más agradable a que lo hicieran con tu estómago vacío.

Con el refresco recién rellenado en mano y la bolsa de bolitas de queso, salí del local, dirigiéndome a la sala de recreativos. No tenía nada mejor que hacer ese día, e invertirlo en partidas y musiquilla pegadiza me parecía una buenísima idea.

A cada paso que daba y con cada bola de queso que desaparecía en mi boca, iba simpatizando más con mi nuevo plan de tarde. Realmente llegué a tener ganas, e incluso agradecí que Hoseok me hubiera abandonado entre patatas y hamburguesas, pero todo ese chip dio un giro de ciento ochenta grados al ver una cabellera plateada cruzar la calle.

Iba con una bolsa de la librería en la mano. La pude reconocer, porque era la única librería del pueblo, y porque se encontraba justo al lado de la tienda de videojuegos. Jamás habría imaginado a Jimin en un sitio como ese, pero ahora que me paraba a pensarlo, le pegaba bastante. La imagen de él, sentado leyendo un libro, era perfecta para vender cualquier tipo de producto que requiriese serenidad.

Sin pensarlo dos veces, comencé a seguirlo. De hecho, no lo pensé ni una. Mis pies se desviaron solos de su principal trayecto, y cuando me quise dar cuenta, había cruzado la calle por el mismo sitio que el peliplateado.

Así estuve varios minutos. No miraba por donde iba, tan solo seguía sus pasos. Incluso su andar era perfecto, cada mechón de su pelo se balanceaba a un ritmo que parecía estar programado. El jersey le marcaba los omoplatos cuando hacía algún movimiento o se detenía, y los pantalones eran lo suficientemente ajustados como para desearle y envidiarle a partes iguales.

Iba tan embobado, que cuando giré una de las esquinas y no me lo encontré al otro lado, todo mi mundo se tambaleó brevemente, desconcertándome por completo. Miré a ambos lados, avancé unos pasos e incluso me agaché. Pero no volví a ver su rostro hasta que di media vuelta.

Pegué un grito y me alejé un par de pasos, tropezando y cayendo al suelo de culo. Él se reía calmadamente desde arriba, aumentando aún más mi desconcierto. Habría jurado que le vi cruzar la esquina. Realmente le recordaba girándola.

- ¿Me estabas siguiendo? –me tendió una mano, la cual rechacé, poniéndome en pie yo solo. Sacudí mis pantalones y aparté la vista ligeramente avergonzado. Me habían pillado siendo un acosador. Genial.

- N-no... –seguí sacudiendo mis pantalones y sudadera, centrándome en ese pequeño acto para no tener que mirarle a la cara.

- ¿Estás bien? –se agachó ligeramente, mirándome desde abajo y conectando nuevamente miradas. Me alejé de nuevo, sorprendido, y asentí varias veces. Inmediatamente busqué otro modo de distracción, y me metí dos bolas de queso a la vez en la boca. Jimin me miró, pero no comentó nada. – ¿Ibas a algún sitio? –asentí – Déjame adivinar. Está en dirección contraria.

Fui a negárselo, pero seguidamente paré a pensarlo y efectivamente tenía razón. La tienda de recreativos estaba en la dirección opuesta, a la que me dirigía antes de empezar a seguir al platinado. Fruncí el ceño y atrapé la pajita de mi refresco entre los labios, comenzando a beber con rapidez. Jimin rió y echó su flequillo hacia atrás, embobándome durante un par de segundos. Cada vez que hacía un movimiento, se sentía como si todo fuera a cámara lenta. En serio.

- ¿Quieres que te acompañe? –sacó un batido de su mochila al tiempo que decía eso. Mi desorientación y shock habían pasado a vergüenza. Se había dado cuenta de que le seguía, y no se si prefería que dejara pasar el tema como si esa faceta acosadora fuera algo esperable en mí, o que siguiera tocándolo y hundiéndome aún más en mi miseria.

Por suerte, él ya decidió por mí. Y tras un encogimiento de hombros por mi parte mientras seguía bebiendo de mi refresco como si la vida me fuera en ello, él comenzó a caminar a mi lado, aún con su batido entre las manos.

- Pensé que estabas con Hoseok –soltó después de un rato en silencio. Y agradecí enormemente que lo rompiera, porque comenzaba a incomodarme estar a su lado y no tener nada que decir.

- Tuvo que marcharse. Una emergencia o algo así. –respondí con indiferencia. Tampoco tenía muchas ganas de hablar de aquello, hasta que hubo un detalle que mi mente acosadora no pudo omitir. – ¿Cómo sabes que estaba con él? –esbocé una pequeña sonrisa sin soltar la pajita, rozándola con cada palabra que formulaba. – ¿Me estabas espiando?

- Os vi pasar mientras entraba en la librería –respondió con simpleza. Por algún motivo, y por raro y demencial que sonara, me sentí ligeramente decepcionado. Quien iba a decir que en algún momento de mi vida, me decepcionaría que no me espiaran. – Jamás se me ocurriría espiar a alguien. Ya sabes, es raro.

- No te estaba siguiendo –declaré inmediatamente, empujado por la indignación. Tenía razón, pero no quería aceptarlo. – Eh... te confundí con... con alguien más, eso es.

- Con el otro chico de pelo plateado que hay en el pueblo, debió ser.

- Exacto –asentí conforme hasta que empezó a reírse y yo caí en que había sido un completo sarcasmo. Fruncí el ceño y aparté la vista, terminando la bolsa de bolas de queso y acercándome a tirarla a una papelera. Cuando me giré para volver a su lado, de nuevo pegué otro pequeño chillido al encontrarle a centímetros de mi cara. Tragué saliva y me pegué más a la basura, respirando aceleradamente.

- Permiso.

Alzó su batido, indicándome que también quería tirarlo. Asentí tímidamente y mientras él desechaba el plástico vacío, intenté recomponerme. Era difícil, realmente difícil. Cada imagen suya se me podía quedar grabada en la mente durante horas de lo perfecta que era.

No volvió a tocar el tema del acoso. De hecho, no volvió a tocar ningún tema. Yo me centré en mi refresco, agarrándola con ambas manos y absorviendo el agua de los hielos que se derretía una vez se terminó mi bebida. De vez en cuando le miraba de reojo. De vez en cuando él también lo hacía, pillándome de lleno. Y de vez en cuando, yo apartaba inmediatamente la mirada, cohibido por la situación.

Me avergonzaba de mi mismo, y lo único que podía hacer era andar más rápido para llegar a la tienda de recreativos cuanto antes y poder perderle de vista. Pero de alguna forma, también me entristecía esa idea.

- El sábado iré al bosque. A hacer fotos. –le miré de nuevo, esta vez sin miedo a que me descubriese. Estaba hablando, era normal que tuviera mis ojos sobre él. No podía reprocharme nada. – Quizás te gustaría venir.

Ni siquiera valoré otros planes. No los tenía, pero de cualquier manera, si los hubiera tenido, habrían desaparecido de mi agenda en ese momento. Me limité a asentir con la pajita en mi boca, beber, intentar hablar, atragantarme, toser, y una vez recobré el aliento, responder.

- Me gustaría.

Jimin sonrió y me revolvió el pelo, deteniéndose en medio de la acera. Solo en ese momento me di cuenta de que habíamos llegado a nuestro destino, o mejor dicho, mi destino. Ambos intercambiamos números y nos despedimos, dándonos inmediatamente la espalda.

Una vez dentro, mi corazón latía tan fuerte que lo escuchaba sobre la música de las máquinas. Di dos pasos, y mis pies cambiaron de sentido, igual que momentos antes cuando me había puesto a seguir a Jimin.

Fui directo a la puerta, con la excusa para que pasara la tarde conmigo, en la punta de la lengua. Habían pasado unos segundos. Le pediría una revancha. Una competición de ocho partidas si era necesario.

Pero no lo fue, porque el peliplateado ya no estaba. Me asomé, salí a la acera, y no encontré ni rastro de él, por lo que me limité a tirar mi ya terminadísimo refresco a una papelera, y entrar de nuevo, contando los segundos que quedaban para el sábado.

Milk FangsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora