Capítulo 44

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Esa noche, Charlotte no durmió. Cada que cerraba los ojos lo veía, con su ropa bien planchada y con esa sonrisa que decía mucho y nada. Pensaba en él, y en lo mucho que había cambiado.

Una sonrisa se había instalado en su rostro porque no podía evitar sentirse feliz por él y más porque sospechaba que nada de lo que había logrado había sido por ella, sino por él.

Ya no lo odiaba, no, había aprendido a vivir sin él. Que él hubiera regresado solo era como viajar en el tiempo, quitarle unos años de encima y la hacía sentir otra vez como una adolescente perdida.

Pero a pesar de que todos habían hecho mucho por cambiar sus vidas, lo cierto era que no habían cambiado nada.

Paul seguía enamorado de ella, ¿ella de él?

¿Drake seguía enamorado de su niña mimada?

O en realidad todos sólo eran caprichos.

Deseos jóvenes que sólo quedaron pausados por un tiempo.

Charlotte no soportaba más la cama, en ese momento le habría gustado seguir viviendo en su departamento con sus compañeros. No es que no le gustara el lujoso lugar que Paul rentaba para ambos, pero a veces le gustaría salir de la cama sin que alguien le interrogue.

—¿No puedes dormir? —Como era de esperarse, Paul despertó cuando ella estaba por salir huyendo del calor insoportable de las cobijas.

—¿Recuerdas el libro que estoy leyendo? No lo he terminado y el final me tiene loca, iré a...

—Llévate una cobija.

—Estaré bien. —Se levantó de la cama y Paul regresó a sus sueños.

Antes de que Charlotte saliera de la habitación, fijó la mirada en Paul. Podría vivir con él sin problemas el resto de su vida, tendrían unos hermosos hijos, las ganancias de él permitirían que ella pudiera dedicarse sin preocupaciones a lo que amaba. Irían a las fiestas familiares, y sus padres la perdonarían por huir sin pensarlo dos veces. La llenaría de paz y amor por todos los años que pudieran vivir. Envejecerían juntos y probablemente dedicarían sus últimos años de vida a viajar por el mundo. Una vida estable; sin problemas.

Sí, podría vivir con él... el resto de su vida.

Entonces se despojó de sus problemas, volvió a la cama y pudo dormir.

Pero las cosas no se dieron igual la mañana siguiente, cuando caminaba con su bolso en el hombro y ese ridículo peinado hacia su trabajo. Se lo encontró en el estacionamiento, recargado en un auto, cuando la vio sus ojos se abrieron de más y ella quiso que la tierra se la tragara, en realidad hubiera preferido que la tierra se lo tragara a él. Ese día él llevaba una camisa blanca y unos jeans. A Charlotte le habría incomodado menos pero no podía dejar de ver su rostro bien rasurado. Sin querer su mirada voló hacia sus brazos descubiertos, fue como un golpe al corazón; otro recuerdo de que las cosas ya no eran como antes.

—¿Qué haces aquí? —Le preguntó fastidiada, pero en su voz aún había rastro del terrible sentimiento de haber visto sus brazos sin tatuajes.

—Tú sabes qué hago aquí.

—¿Vienes a comprar una malteada?

—Vine a hablar contigo.

—De acuerdo. —Se encogió de hombros y le puso atención.

—¿Así de fácil?

—Si hablamos terminaremos con esto más deprisa, debo ir a trabajar.

—¿Por qué trabajas aquí? Seguro él tiene dinero para mantener a ambos.

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