Mi vida no era para nada interesante. Tan solo era una simple doctora cirujana que trabajaba en el hospital más importante de Múnich. A veces, hasta casi las veinticuatro horas del día. Ser doctora era muy cansado, pero el esfuerzo valía la pena.
Recogí mi cabello color rojo cobre, herencia de mi madre, y me coloqué el gorro que me taparía el cabello y las orejas durante la cirugía. Luego, tomé unos guantes de plástico y me los puse en ambas manos. Me miré en el espejo por un momento detalladamente, visualizando mi piel blanca, mi nariz perfilada y mis ojos azules, que también eran legado de mi mamá. O al menos eso me decía siempre mi padre; con el cual vivía actualmente, ya que mi madre falleció cuando apenas tenía cinco años y no recordaba mucho de ella
—¡Doctora Layla, es hora de su operación!
Un grito que venía desde la sala de operaciones número uno del Hospital de Múnich, me hizo entrar en razón y dejar de indagar por mi mente. De seguro era mi jefe. Parecía que había llegado mi turno.
—Enseguida voy, señor —respondí con un grito.
Me coloqué la mascarilla sobre la boca y, ya con la vestimenta puesta, me encaminé a la sala correspondiente.
Debía trasplantar un riñón.
Hoy era uno de los pocos días en los que salía temprano del hospital. Revisé mi reloj de mano y capté que eran las seis de la tarde. Solo tuve una cirugía, pero aún así estaba bastante cansada. No era fácil hacer trasplantes. Era muy agotador.
Salí de mi lugar de trabajo y me dirigí hacia el estacionamiento. Sentí una extraña sensación en el ambiente. La noche estaba más fría de lo normal, aunque no le tomé mucha importancia. Me subí a mi auto color rojo y manejé hasta llegar a casa, la cual estaba bastante cerca del hospital, para mi suerte.
Al llegar, abrí la puerta y vi que mi padre estaba en la sala de estar, sentado en su sillón leyendo el periódico, como siempre.
—Hija, ¡qué sorpresa! —dijo, asombrado, mientras acomodaba sus gafas—. Nunca sales tan temprano.
Por lo general, siempre llego a casa después de las nueve de la noche.
—Sí, papá. —Le di un beso en la mejilla—. Por suerte, hoy he salido antes. Estoy muerta del cansancio. —Me quité los tacones negros que llevaba puestos.
—Me hubieras llamado para tenerte la cena. —Intentó ponerse de pie.
—No, tranquilo. No tengo hambre. Voy a tomar un baño.
Me despedí de él con una sonrisa y me encaminé a dejar mis cosas a mi habitación.
Mi padre actualmente trabajaba en una relojería. Anteriormente, fue un escritor muy conocido y popular en todo el país, pero extrañamente dejó la escritura y se dedicó a arreglar relojes. Siempre me pregunté por qué lo hizo, pero creo su mente ya no funciona tan bien como antes debido a sus problemas de salud. Aunque él siempre evita darme una respuesta del tema.
Ingresé al baño. Me quité la ropa y abrí el grifo, dejando que el agua caliente cayera sobre mí. Era inimaginable el cansancio que sentía. Mi espalda me dolía en demasía, al igual que mi cabeza, así que tomar una ducha de agua caliente era un alivio. Sentir el agua tibia recorrer todo mi cuerpo, me daba un poco de relajación y paz, que era lo que necesitaba.
Una vez tomada la ducha, me puse mi pijama y me dirigí un momento a la vieja biblioteca de mi padre, donde guarda los libros que el escribió en su época de escritor, los cuales me encanta leer, y que por cierto ya leí todos. Además, allí guardé algunos libros que compré sobre la medicina. Necesito uno que me oriente acerca de los trasplantes de cabeza. Muy pronto se realizaría uno en el hospital y quería participar en él.
Al llegar a la biblioteca, la encontré algo diferente. Encendí el candelabro que iluminaba el lugar, pero, a pesar de ello, la biblioteca aún se miraba oscura. Los estantes estaban bastante sucios y percibía una aura misteriosa que envolvía el espacio. El ambiente se sentía muy helado, aunque pensé que de seguro era por la fría noche de ese día. Empecé a buscar entre los estantes el libro que necesitaba, vislumbrando cada uno de ellos. Lo encontré sin muchos problemas, pero al lado de este había un libro llamado Tanner, lo cual me resultó extraño porque nunca antes lo había visto.
Era raro, ya que había leído todos los libros que había aquí. Me fijé en el autor y vi que lo había escrito mi padre. Lo tomé porque me pareció interesante, así que lo llevé a mi habitación con los demás libros que necesitaba. Al llegar al dormitorio, los puse en el escritorio, excepto el de Tanner; el cual me llamó mucho la atención y no pude contenerme de empezar a leerlo.
Narraba la vida de un chico de 22 años, bastante apuesto, que era famoso en su país por ser el alemán más joven en ganar una medalla de oro en los Juegos Olímpicos en la categoría de atletismo. Estaba en la cárcel por un crimen que no cometió. Su familia (sus padres y 2 hermanos menores) fue asesinada en casa un 31 de diciembre en la ciudad de Tanburg. En ese momento, Tanner no estaba en casa. Había salido por unos refrescos y al llegar a su vivienda encontró dicha masacre. No supo qué hacer, así que salió corriendo a ver si alcanzaba a atrapar al que había cometido el asesinato, pero no logró ver a nadie. Al llegar a su casa de vuelta, encontró a la policía rodeando la escena del crimen; los vecinos la habían llamado. Tanner fue llevado a la cárcel porque lo señalaron como sospechoso. Tiempo después, fue declarado culpable.
—Pobre Tanner. Me gustaría ayudarlo. Lástima que es solo un libro —susurré para mí misma.
El libro estaba bastante bueno, pero el sueño me ganó. Me quedé dormida sin darme cuenta, entrando en un profundo sueño en la comodidad de mi cama en aquella fría noche, que lo era aún más con la lluvia que empezó a a caer del cielo encapotado.
Una gran iluminación solar sobre mi rostro, me hizo despertar. Me percaté que ya había amanecido. Debía despertar a las cinco de la mañana para ir al hospital. ¡Mi jefe se va a enojar!
Me levanté con brusquedad y noté algo extraño. Mi cama era muy dura, y ya luego comprobé por qué.
¡Estaba dormida en la acera de una casa!
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Tanburg
Science Fiction¿Te imaginas poder vivir en un mundo que realmente no existe? Layla Watson, de veinte años, es una joven doctora cirujana. Vive con su padre August, de cincuenta años, un reconocido escritor de los años ochenta que actualmente tiene una relojería en...