Capítulo 42

115 24 53
                                    

Frente a mí pasó de repente un taxi, lo cual me emocionó y provocó que me abalanzara hacia él para poder detenerlo.

—¿Taxi? ¡Es un taxi! ¡Parada! ¡Parada! —grité como loca mientras me ponía frente a él.

—No estoy disponible señorita, retírese o la atropello —respondió amargado el chofer.

—Por favor, es una emergencia —supliqué.

—Está bien, súbase —dijo finalmente luego de quedarse mirándome por unos segundos.

Me subí al auto y nos pusimos en marcha.

—¿Hacia dónde se dirige? —preguntó.

—Hacia el edificio BMW, el más alto de la ciudad.

—Entendido.

Arrancó el auto y comenzamos con nuestro recorrido. Miraba por la ventana las calles de la ciudad, todos los sectores estaban completamente vacíos. No había ni una sola persona caminando.

—Señor, le puedo hacer una pregunta.

—Depende señorita —habló amargado nuevamente.

—¿Por qué no hay nadie en la ciudad? Parece que la humanidad hubiera desaparecido. No hay ninguna persona caminando por las calles.

—Ya sabe señorita, muchos se están mudando hacia otros alrededores debido a la gran manipulación de ejerce la alcaldesa de la ciudad. Todos se creyeron el cuento de la alerta tsunami que lanzó el gobierno, algo que es totalmente falso e imposible, ya que no hay una costa cercana a la ciudad. Todo era para ganar dinero, debían pagar un pasaje antes de salir de la ciudad.

—Ya veo... ¿Y quién es la alcaldesa? —pregunté curiosa.

—Mire señorita, prefiero no decir nada más. He llegado a la conclusión de que puede que usted sea una agente encubierta y la hayan enviado para grabar mientras yo hablo mal de la alcaldesa, para posteriormente enviarme a la cárcel.

—Es usted muy extraño. —Fruncí el ceño.

—Además ya llegamos.

Me bajé del taxi, recordé que no andaba dinero. No me quedo otra opción que escaparme.

—¡El dinero señorita! —gritó.

Logré alejarme de él y llegue a la entrada de BMW. Primero comprobé si el edifico estaba abierto, para mi suerte sí. Al abrir la puerta, un olor extraño, se dejaba apreciar en el ambiente. Caminé un poco más y vi que el lugar era muy lujoso, tenía muchos detalles que parecían ser muy caros, pero se encontraban descuidados.

Busqué de inmediato el ascensor, entré a él y marqué para subir hasta la última planta, la 66. Extrañamente el ascensor no funcionó, así que tuve que subir los sesenta y seis pisos por las escaleras, no me quedaba de otra. Empecé a escuchar ruidos extraños en el lugar, como si hubiera alguien más aquí. Sólo esperaba que no fuera ningún violador o algún asesino.

Totalmente cansada, sudada y sin más fuerzas, llegué a la cima del edificio, a su última planta. La vista desde arriba era espléndida, se podía contemplar la ciudad perfectamente. Varios edificios juntos conformaban un gran paisaje, complementado con algunos árboles y césped que los rodeaban abajo. Las calles, aunque estaban prácticamente vacías, contenían todavía algunos autos de variados colores, lo que la hacía aún más espléndida. Finalmente, el imponente atardecer en el cielo era la cereza en el pastel para un paisaje tan hermoso.

Empiezo a caminar por la azotea del edificio, grandes ráfagas de vientos fríos recorren mis cuerpo y mueven mi rubia cabellera. Afortunadamente vestía un suéter color rosa claro y unos pantalones de mezclilla, lo que me protegía del frío que empezaba a sentirse.

Me acerqué hacia el filo de la azotea, miré hacia el suelo, estaba tan lejos y profundo. Me recosté sobre la barandilla que me separaba del abismo y dejé que algunas lágrimas salieran de mis ojos. Me hacía tanta falta mi padre, si la maldita de Ofelia no lo hubiese asesinado, él estaría aquí conmigo, afrontando este duro momento.

Me alejo de allí y comienzo a buscar el cofre de madera entre unas bolsas, cajas y botellas viejas que estaban en el centro de la azotea. No lograba visualizar ningún cofre. Seguía buscándolo, me encontraba muy concentrada en ello, hasta que una voz a mis espaldas me hizo desconcentrarme.

—¿Buscabas esto? —dijo una voz ronca a mis espaldas.

Me volteé y vi que era una persona vestida completamente de negro, usaba el mismo traje que el ser que le disparó a Mario aquella noche. En sus manos sostenía un cofre de madera, idéntico al que me había descrito Madame Escarlata.

—¿Quién eres? —pregunté un poco temerosa.

—¿De veras no me reconoces? —Soltó una carcajada malévola—. Claro, como vas a hacerlo si llevo puesto esto.

—¡Dime quién eres de una buena vez y por qué me has estado arruinando la vida!

A pesar de que su voz se escuchaba distorsionada, podía comprender un poco su tono natural. Me negaba a pensar que fuera esa persona. Tantos momentos que habíamos vivido y compartido desde que nací, pasando por mi crecimiento.

Mi mente se negaba a pensar aquello.

—Soy August Watson, tu padre.

Tanburg Donde viven las historias. Descúbrelo ahora