Capítulo 45

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—¡Mamá, ten cuidado! —grité para intentar hacerla entrar en razón y que se percatara de que estaba por caerse.

Mi madre se detuvo, Alissa también. Ambas miraron el lugar sobre el que estaban paradas, estaban a la orilla de la azotea del edificio. Solamente la baranda las separaba de caer al vacío.

—Alguna de nosotras morirá, y no seré yo —amenazó Alissa a mi madre.

—Yo menos —respondió desafiante la mujer que me dio la vida.

—¿Ah sí? Ya lo veremos.

Alissa tomó a mi madre de los brazos y la acercó a la baranda, estaba a punto de hacerla caer.

—¡Mamá! —Traté de acercarme a ella para evitar que Alissa la empujara.

—Lisa, sujétala y la amarras para que no me moleste —ordenó la asesina de mi padre.

Lisa me tomó de los brazos y aunque intenté escabullirme de ella me fue imposible, ya que me apuntó con una pistola en la frente.

—¡A mi hija no la toques! —gritó mi madre enfurecida mientras forcejeaba con Alissa.

La que se suponía que era mi mejor amiga me ató con una cuerda y luego me sujetó en una armadura de hierro que había en la azotea.

—Y espera, que la que sigue eres tú —me guiñó el ojo tratando de burlarse de mí.

Me sentía devastada, toda mi vida había sido una completa farsa. Saber que estuve conviviendo por tantos años con personas tan hipócritas me hacía pensar en cómo no pude darme cuenta de nada, me estuvieron engañando todo este tiempo.

—Alissa, por favor entiéndelo de una buena vez. Yo no maté a tu esposo, él era un gran amigo mío y de August, nos llevábamos muy bien, ¿no lo recuerdas? —suplicaba mi madre, aunque sabía que algo se traía entre manos. Su mirada me lo decía.

—Por eso mismo es que lo hago, porque me duele pensar en que toda nuestra amistad fue un fraude. Te burlaste de nosotros, nos abandonaste cuando más lo necesitábamos Melinda.

—Hice todo lo que pude Alissa, ¿por qué no lo entiendes?

—Porque no puedo ni quiero. —Tragó saliva.

El clima era cada vez más frío. Grandes corrientes de aire provocaban que a todas nosotras se nos moviera el cabello al ritmo del viento, como si se tratase de una coreografía. Algunas gotas de agua fría comenzaron a caer del cielo, la lluvia empezaba a pronunciarse. Con el cielo como testigo de todo lo que estaba sucediendo, Alissa acercó a mi madre más cerca de la orilla, sólo centímetros la separaban de caerse al suelo.

—Irás a la cárcel si haces esto —le advirtió mi madre.

—Claro que no. Este es mi mundo, son mis reglas. Aquí en Tanburg se hace lo que yo digo y quiero.

—¿Ah sí? Entonces si yo caeré al vacío, no lo haré sola —expresó desafiante.

—No, claro que no. Irás con la maldita de tu hija. —Volteó su mirada a mí—. Lisa, suéltala y me la traes —ordenó Alissa.

—Sí mamá —respondió sumisa Lisa.

En el momento en el que Lisa me estaba desamarrando, vi como mi madre aprovechó que Alissa tenía la mirada fija en nosotras para jalarla del cabello y acercarla a la orilla, cerca de donde ella se encontraba. La tomó del cabello y cuando ambas estaban forcejeando, perdieron el equilibrio y dramáticamente cayeron al abismo al mismo tiempo que un rayo cayó del cielo.

—¡Mamá! —gritó Lisa hipnotizada luego de mirar el terrible suceso.

Ambas nos quedamos de pie en medio de la azotea, no podíamos movernos, la impresión nos lo impedía. Bastaron unos segundos para comprobarnos que efectivamente ambas habían muerto, el fuerte estruendo que provocaron los cuerpos de nuestras madres al caer al suelo se pronunció de gran manera.

No podía creer que había perdido a mi madre nuevamente, ya había soportado su ausencia durante veinte años, pero empezaba a pensar la idea de que ya no estaba sola en este mundo a como yo creía. Sin mi padre, sin mi prometido, y ahora sin mi madre, me sentía la persona más sola en este mundo.

La lluvia era testigo de aquel acto mortal, en el cual Alissa Hunner y Melinda Morris habían perdido la vida, habían cerrado sus ojos para no volverlos a abrir nunca más. A pesar de todo lo sucedido, no sentía tanta tristeza, por alguna extraña razón algo en el corazón me decía que todo estaría bien.

—¡Mamá! —repitió Lisa esta vez más consciente de lo que había pasado. Caminó temblorosa hasta la orilla de la azotea y miró hacia el abismo para presenciar la desastrosa escena de nuestras madres aplastadas. De su interior salieron gritos de desesperación, llanto e impotencia, pero luego se detuvo—. ¿Tú maldita? ¿Por qué no estás muerta desgraciada? —espetó Lisa mirando hacia abajo.

En ese momento un brillo iluminó mis ojos, empezaba a hacerme la idea de a quién se refería. Caminé lentamente hasta la orilla de la azotea con la intriga e impaciencia de saber qué sucedía. Al llegar al borde, miré hacia abajo y una gran paz se alojó en mi corazón; mi madre no estaba muerta, o al menos no todavía.

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