Capítulo 33

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Salí rápido de mi casa y me subí a mi auto para irme de inmediato hacia el hospital, estaba muy nerviosa y asustada, tanto que no podía manejar bien y los carros me pitaban, además la gran tormenta de nieve me dificultaba la visión.

Llegué al hospital y dejé mal estacionado el carro, lo único que me importaba era llegar donde mi padre. Corrí rápido hasta la recepción, debía preguntar en qué habitación se encontraba mi padre, ya que no me dio tiempo de preguntarle a Ofelia.

—Disculpa, ¿en qué habitación se encuentra mi padre, August Watson? —pregunté desesperada.

—En la 725, doctora Layla —respondió la recepcionista.

Me preocupé al escuchar el número de habitación, por lo general llevamos a esas salas a los pacientes que están demasiado graves.

Preferí subir todos los pisos por las escaleras ya que el ascensor era muy lento. Durante todo el trayecto iba rogando porque mi padre se encontrara bien. Por fin logré llegar hasta la habitación de mi padre, afuera estaban Alissa y Ofelia.

—¿Cómo está mi padre?

Ambas se miraron mutuamente y luego me devolvieron la mirada, aunque no recibí respuesta alguna.

—¿Qué pasa, por qué no responden? —insistí enojada y desesperada.

En ese momento Lisa salió de la habitación de mi padre, noté que su rostro era triste.

—¿Qué pasó Lisa? —preguntó Ofelia.

Lisa se quedó mirándonos por unos segundos, inhalaba y exhalaba, se veía angustiada.

—Lo siento mucho, Layla. Te juro que hicimos todo lo posible —lágrimas empezaron a caer sobre sus mejillas.

—¿Por qué me dices eso?

—Layla, tu padre falleció.

—¿Qué? —estaba impactada, mi mente no podía procesar la idea de que mi padre estuviera muerto.

—¡Porqué Dios mío! —Ofelia estalló en llanto.

—Esto tiene que ser un error, iré a revisar a mi padre yo misma —me adentré en la habitación bruscamente.

Al abrir la puerta, vi que habían varios médicos reunidos frente a mi padre. Uno de ellos se apoyaba sobre el corazón de mi padre con la palma de su mano para intentar que el corazón volviera a latir, pero no lo consiguió y se dio por vencido.

—No hay nada más que hacer —expresó el doctor.

—¿Cómo que no? —respondí enojada—. Enfermera, páseme rápido el desfibrilador.

Estaba decida a luchar por la vida de mi padre hasta el último intento. Por más que lo intenté con el aparato, los impulsos eléctricos transmitidos no lograron reavivar el corazón de mi padre, su hora había llegado y no había nada lo pudiera impedir.

—Lo lamento mucho doctora, no hay nada más que hacer por su padre. Sufrió una recaída del paro cardíaco que tuvo hace unos meses —dijo otro médico para que dejara de intentar reavivarlo en vano.

—¿Por qué te me fuiste, papá? —me recosté sobre su frío cuerpo y lo abracé.

Estallé en llanto como nunca antes lo había hecho. Mi padre era la persona más importante que tenía en mi vida, su pérdida sin duda es muy difícil. No podía creerlo, en menos de 24 horas había presenciado tres muertes. Al parecer esta pesadilla aún no había terminado.

Me sentía culpable por no haber estado en el momento en que mi padre tuvo el paro, aunque es una situación que se sale de mis manos, algo que no puedo controlar. No podía imaginármelo ahí solo, en casa, tirado en el suelo pidiendo ayuda. Si tan sólo hubiera estado, tal vez ahorita no estaría llorándolo.

Ahora sí estaba sola en este mundo de verdad, ya no me importaba nada. No tengo madre ni padre, y mi prometido falleció. Las personas más importantes de mi vida ya no están conmigo.

Realizamos su funeral, un gran funeral. Mucha gente había venido a despedirse de él, lo que me provocó un poco de paz y satisfacción de saber que en vida mi padre fue un hombre muy querido por muchas personas, y hoy están acá, dándole su último adiós.

Había algo que me seguía inquietando, mi mente no podía dejar de pensar en qué era lo que mi padre quería decirme, según Ofelia era urgente. Eran sus últimas palabras para mí y nunca sabré cuáles eran.

Decidí mantenerme sola en el cementerio, quería poder sufrir tranquila y llorar a mi padre a solas, aunque Ofelia se acercó a mí.

—Déjame sola, por favor —supliqué amablemente.

—Tranquila hija, sólo tengo algo que entregarte —me dio un sobre blanco.

—¿Qué es esto? —pregunté mientras sonaba mi nariz.

—Una carta de tu padre. Hace algunos meses me la dio, me pidió que si algo malo le llegaba a pasar, te entregara esta carta a ti. Dijo que debías leerla en tu casa, a solas y en la noche.

Eso era extraño, si mi padre pidió que la leyera a solas y de noche, era porque la carta decía algo muy importante. Debía leerla cuanto antes y descubrir los secretos que escondía.

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